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Carta abierta a activistas de Hasbará

zrefuSoy mexicano, vivo en Israel desde hace casi 26 años. En los últimos tiempos muchas cosas que pasan en este país me preocupan. Veo cómo se deterioran muchos de los valores del mundo libre que fueron desde el comienzo piedra fundamental del Estado judío.

Desde hace cinco años trabajo en el Centro de Estudios de África de la Universidad Ben Gurión del Néguev. Mi trabajo me ha permitido entrar en contacto directo con tópicos que no siempre están bajo los reflectores de los medios. Algunos episodios recientes, de los cuales he sido testigo de primera mano, han agudizado mi percepción de que aguas turbias están corriendo por acá. Este país me es especialmente querido, y por eso veo estos acontecimientos con dolor. A partir de este breve artículo, busco hacer copartícipes a conocidos y desconocidos, en México y en el mundo hispano-parlante, de la necesidad de levantar la voz, de actuar, de expresarse, de opinar, exigir y tomar posición, respecto a cuestiones que pueden llegar a determinar qué valores son los que Israel va a representar en el futuro inmediato.

El día viernes 18 de diciembre, el Centro de Estudios de África de la Universidad Ben Gurión del Néguev, organizó una visita de estudios al centro de detención de Holot, en el sur del país, donde se encuentran recluidos tres mil refugiados africanos, en su gran mayoría eritreos y sudaneses. Se trata de refugiados que arribaron a Israel como producto de las flagrantes violaciones a los derechos humanos y demás crisis humanitarias que se desataron en sus países de origen. Todos ellos cruzaron la frontera de Israel con Egipto sin documentación de ningún tipo. En un artículo publicado en «Enlace Judío» hace un par de años, denuncié lo que considero una política cobarde de maltrato a los débiles, ejercida por el gobierno israelí hacia las personas más desprotegidas de la sociedad, que son los refugiados, gente que llega huyendo por salvar su vida, y que el Estado denomina perversamente «infiltrados», con la intención deliberada de etiquetarlos como delincuentes, a los cuales es legítimo privar de ciertas libertades. Sin embargo, no entraré en los detalles de esta particular situación que genera duras controversias y respecto de la cual hay mucho que decir. Sólo quiero compartir ciertos hechos ocurridos tras la programación de la visita de estudios y el encuentro que se organizó con los refugiados.

Una semana antes de que tuviera lugar el evento, la presidenta de la Universidad remitió al Centro de Estudios de Africa, una carta enviada a las autoridades universitarias por un grupo estudiantil denominado «Im Tirtzú» (Si lo queréis), allegado a dos partidos de derecha de Israel, el Likud y Habait Haiehudí. La carta condenaba el evento programado y hacía un llamado a la presidenta de la Universidad a tomar cartas en el asunto, a fin de evitar la «politización» de la academia, así como la expansión de «tendencias anti-sionistas» en la universidad de Beer Sheva.

A ello se agregó que hace unos días, el Centro de Estudios de África organizó un torneo de fútbol para estudiantes y refugiados en Beer Sheva. Para ello se le solicitó al director de la escuela aledaña a la universidad el uso de sus instalaciones para así poder hacer partícipe a la comunidad de dicho evento. El director aceptó. Se trataba de un gesto de buena voluntad hacia los refugiados, que serían transportados en autobuses desde el centro de detención, a donde volverían antes de las diez de la noche en conformidad con la ley. Sin embargo, bastó con que dos individuos conocidos por sabotear eventos culturales de la izquierda, amenazaran en la página de Facebook del evento, con ir a presentarse y generar problemas, para que el director de la escuela se echara para atrás y dijera que, a pesar de sus simpatías, prefería no complicar las cosas y poner en riesgo la seguridad de la escuela. El evento se canceló y a último momento se traspasó a las instalaciones deportivas de la universidad donde finalmente se llevó a cabo.

Personalmente, veo estos dos ejemplos con preocupación. Me parece que dan una señal de alarma ya que indican un desgaste en la tolerancia y los valores de la sociedad plural, lo mismo que una injerencia de «vigilantes de la conciencia» en los diferentes niveles del quehacer social. Precisamente por ello, a estas alturas, hay cuestiones que las personas comprometidas con Israel no pueden pasar más por alto. Es preciso preguntarse qué Israel estamos defendiendo. En la época actual, la pregunta no es si Israel va a sobrevivir o no, sino qué Israel va a sobrevivir.

El que prefiera asumir una posición autocomplaciente, tratando de señalar la justicia inherente al Estado judío, independientemente de su actuar, tiene que estar consciente de que está defendiendo un proyecto político que puede estar contradiciendo sus propios principios y valores. No es una cuestión sólo de a dónde va a llegar Israel sino, más aún, de a dónde ha llegado. Los dos ejemplos que he señalado, muestran justamente por su simpleza, que la violencia se ha impuesto de manera silenciosa. En ninguno de los dos casos se trataba de cuestiones de alta seguridad, de problemas de vida o muerte para el Estado. Solamente una visita de estudios y un evento deportivo. Y aún así, se percibe con qué facilidad puede cuestionarse la lealtad patriótica de todo aquel que no asuma la línea dominante. El temor se cierne sobre el ciudadano común, que busca eludir situaciones políticas «comprometedoras» con el fin de evitarse problemas.

Hace un par de meses la organización de ex combatientes de Tzáhal, «Rompiendo el silencio», se vio obligada a cancelar un evento público en Beer Sheva, porque la policía informó que no podía garantizar la seguridad de los participantes. Una compañera del trabajo me comentó: «Si hubiera elecciones ahora, probablemente Meretz tendría que hacer su campaña electoral lejos de los espacios públicos».

Y está claro, que son los largos tentáculos del gobierno actual los que están atrás de esto. Por un lado se habla formalmente de la única democracia de Oriente Medio, y por otro lado se hostiga permanentemente a la sociedad civil, se recurre a grupos próximos al poder para amedrentar a rivales, silenciarlos, limitar sus posibilidades de influencia, o cerrarles las puertas a los espacios educativos. Es una historia que fue conocida en el siglo pasado y en otras latitudes. Se trata sin duda de un deterioro profundo de la sociedad plural, libre y autocrítica. La paranoia se transforma en discurso oficial y cualquier forma de cooperación con el «otro», el diferente, es un gesto de potencial traición. Una visita de estudios a un campo de detención de refugiados se transforma en un acto anti-sionista, y un evento deportivo, dedicado a crear lazos de amistad y cooperación se vuelve potencialmente problemático.

Ahí estamos ahora. Si he traído a colación estos dos ejemplos, es porque los he vivido de cerca, y también, porque su banalidad nos ilustra con claridad lo precario de nuestra situación. Hoy día me parece imprescindible que todo aquel que experimente aún el compromiso firme con Israel, y también con los valores democráticos y liberales, busque la manera de expresar su preocupación. Es necesario dejar de defender ciegamente a Israel y tomar en cuenta que el peligro principal para el país no proviene hoy en día del terror palestino, sino de la erosión de los valores civiles y democráticos, que está convirtiendo a este país en un lugar que pronto será irreconocible para sus propios defensores.