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Si yo fuera Bibi

bibib98987Con Estados Unidos e Israel discutiendo abiertamente sobre el acuerdo nuclear con Irán, me pregunté a mí mismo cómo me mediría con este asunto si fuera el dueño de una tienda en Israel, un general israelí o el primer ministro hebreo.

Si fuera dueño de una tienda en Israel, justo después de haberse firmado este pacto, no me gustaría que se admita el derecho de Irán a enriquecer uranio, ya que el Gobierno de los ayatolás engañó regularmente a todo el mundo en su camino a la expansión de esa capacidad, a pesar de haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear. Después de todo, en Irán siguen marchando a los gritos de «muerte a Israel» y en 2006 Ahmadinejad patrocinó una conferencia para promover la negación del Holocausto.

Por otra parte, el principal cliente de Irán, la organización terrorista libanesa Hezbolá, comenzó en 2006 una guerra contra Israel, y cuando el Estado judío tomó represalias contra objetivos militares y civiles de Hezbolá, el grupo disparó miles de cohetes suministrados por Irán hacia todo Israel. No; no me importan las razones. Como israelí dueño de una tienda, rechazaría este acuerdo.

Si fuera un general israelí, me gustaría compartir el escepticismo del dueño de la tienda, pero éste termina en otro lugar (como sucede con muchos otros oficiales israelíes). Me gustaría empezar por recordar lo que el canciller Abba Eban solía decir cuando la ultraderecha nacionalista israelí argumentaba en contra de tomar riesgos por la paz con los palestinos: «Israel no es Costa Rica desarmada».

No sólo que Israel posee entre 100 y 200 armas nucleares, también puede lanzarlas a Irán desde aviones, submarinos o cohetes de largo alcance.

También me gustaría señalar la razón por la cual Hezbolá no lanza un nuevo ataque provocador contra Israel desde 2006. Es que sabe, por experiencia, que la doctrina estratégica central del Estado hebreo es la siguiente: Ningún enemigo, por más peligroso que sea, nos llevará a abandonar esta región.

Israel acciona, cuando tiene que accionar, con el método que yo llamo «reglas de Hama»: guerra sin piedad. El Ejército israelí intenta evitar chocar contra objetivos civiles, pero demostró, tanto en Líbano como en Gaza, que no va a dejarse disuadir por la amenaza de las bajas civiles árabes cuando Hezbolá o Hamás lanzan sus cohetes desde zonas pobladas. Se verá muy mal en la televisión, pero esto no es Escandinavia.

El Estado judío sobrevive en un mar árabe-musulmán porque sus vecinos saben que, pese a sus costumbres occidentales, no será el loco suicida de la zona. En caso de vida o muerte se guiará por las normas regionales. Irán, Hamás y Hezbolá lo saben. Por eso, los generales israelíes entienden que poseen una disuasión significativa contra una bomba iraní.

Y también los ayatolás de Irán demuestran desde hace tiempo que no son suicidas. Cabe destacar que durante sus 36 años de historia, la República Islámica nunca jugó con su supervivencia como sí lo hizo Saddam Hussein en Irak tres veces: con el lanzamiento de una guerra contra Irán en 1980, con la invasión de Kuwait en 1990 y con la apuesta a que George W. Bush no lo atacaría en 2003.

En síntesis, si fuera un general israelí, no me apasionaría por este acuerdo nuclear, pero podría ver sus ventajas, sobre todo si Estados Unidos mejora nuestro poder de disuasión.

Si fuera primer ministro de Israel, me gustaría empezar por admitir que mi país se enfrenta a dos amenazas existenciales: una, externa: la bomba iraní; la otra, interna: la falta de separación de los palestinos de Cisjordania en dos Estados, dejando sólo una solución posible de un único Estado donde Israel terminará gobernando tantos palestinos que ya no podrá ser una democracia judía.

Para hacer frente a la amenaza de Irán, si fuera Bibi, no presionaría a los judíos de Estados Unidos para que se pongan en contra de su propio Gobierno y traten de echar por tierra el acuerdo; menos aún cuando no tengo otra alternativa creíble.

Este acuerdo reduce drásticamente las reservas de uranio de Irán durante 15 años y alarga la capacidad de Teherán de fabricar un arma nuclear de tres meses - como ahora - a un año. Si fuera Bibi, estaría muy seguro de que si puedo mantener a Irán a un año de una bomba durante 15 años seguidos, en ese tiempo mis técnicos de defensa podrán desarrollar muchas más formas de detectar y eliminar cualquier tipo de violación iraní al pacto.

Y reconocería que si mis grupos de presión en Washington logran que el Congreso aborte el acuerdo, el resultado no sería algo mejor. Al contrario, sería un «ningún acuerdo», por lo que Irán mantendría sus tres meses para fabricar una bomba, sin inspectores intrusos, con sanciones que podrían llevarlo al colapso de tener que arriesgarse a actuar de forma extrema, y con Israel aislado diplomáticamente.

Así que en lugar de luchar con el presidente Obama, como primer ministro le diría que Israel apoyará este acuerdo, pero quiere que Estados Unidos aumente lo que realmente importa - su capacidad de disuasión - haciendo que el Congreso la autorice y se comprometa a que todo futuro presidente - democrático o republicano - utilice todo medio necesario para destruir cualquier intento de Irán de construir una bomba.

No me fío de los inspectores de la ONU; confío en la disuasión; y para mejorarla exigiría a Estados Unidos llevarme a una posición privilegiada en Oriente Medio, mediante la cual mi Fuerza Aérea pueda destruir cualquier bomba de precisión guiada que podría ser lanzada desde un reactor iraní escondido en alguna montaña. Los iraníes, que no son Saddam Hussein, entenderían el mensaje.

Y luego pondría todas mis energías como líder de Israel para tratar de desconectarme de forma segura de los palestinos de Cisjordania y preservar a Israel como una democracia judía. Eso - además del acuerdo con Irán mejorado y el aumento de mi poder de disuasión - haría a Israel más seguro contra sus dos amenazas existenciales.

Pero lamentablemente, Israel tiene un primer ministro cuya estrategia es rechazar el acuerdo con Irán sin ningún plan B fiable y aumentar la amenaza interna palestina sin ningún plan A creíble.

Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com