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«Estado Hebreo» - 1947 Luego de la Segunda Guerra Mundial, participé en numerosas manifestaciones contra el Mandato británico que gobernaba entonces Palestina. En todas esas protestas gritábamos el slogan: «¡Libre inmigración! ¡Estado hebreo!». No puedo recordar una sola manifestación en la que la gente reclamara un «Estado judío».

Por entonces un «Estado judío» nos sonaba paradojal. Todo lo que pertenecía a los judíos que vivíamos en Israel era «hebreo» y todo lo concerniente a los judíos de la diáspora era «judío». Teníamos una agricultura hebrea, una resistencia al Mandato hebrea; Tel Aviv era la primera ciudad hebrea. Por otra parte existía una religión judía, una diáspora judía y una inmigración judía.

Se puede hojear cualquier diario publicado aquí antes del establecimiento del Estado: la palabra «judío» relativa a cualquier creación que tenía lugar en estas tierras era virtualmente inexistente. El lenguaje cotidiano había adoptado esta decisión mucho antes que un grupo de escritores y artistas lo llevaran a los extremos. Ese grupo, a los que con burla el escritor Abraham Slonski llamaba «Cananeos», proclamaba que no existía la menor conexión entre nosotros y los judíos, éramos una vieja y nueva nación que renacía salteándose dos mil años de historia de la diáspora judía.

Si es así ¿por que al proclamarse en 1948 el Estado se hablaba de «un Estado judío»? Para entenderlo debemos retornar a aquellos días. A los ojos de los británicos, dos pueblos ocupaban Palestina: árabes y judíos. Y la resolución de las Naciones Unidas de 1947 establecía la creación de dos Estados: uno árabe y uno judío. La declaración de Independencia de Israel se basaba directamente en esa resolución, por lo que debía enunciar la creación «de un Estado judío: el Estado de Israel».

En esos días, recordemos, la religión estaba en su degradación mas absoluta, su mayor ocaso. De niño viví por un tiempo en el pequeño poblado de Nahalal. Sus fundadores habitaron por años en miserables chozas de techo de paja. Cuando ya pudieron edificar casas de material comenzaron en primer lugar a hacerlo con los establos, y sólo luego se construyeron mejores aunque muy modestas viviendas para ellos. Luego edificaron una pequeña planta comunal ordeñadora de leche, y luego encararon con orgullo un Bet Am (Casa del Pueblo), un centro social comunitario. No lejos del mismo y arrinconada, una modesta choza servía como sinagoga, donde tan sólo los ancianos del lugar se reunían a rezar.

El sentimiento generalizado era que la religión judía en Israel estaba agonizando, y que moriría cuando los ancianos hombres y mujeres que aún la practicaban fallecerían. El sionismo, así se pensaba, había tomado el lugar de la religión.

David Ben Gurión, el gran líder del momento fundacional del Estado, pensaba exactamente eso. De otra forma hubiera sido inconcebible que aceptara que los estudiantes de las yeshivot (seminarios rabínicos) fueran exceptuados del servicio militar, que él consideraba sagrado. Es que eran tan pocos; apenas algunos cientos. Por otra parte, eso le permitía resolver algunos problemas de su coalición y de las relaciones con ciertos judíos de Estados Unidos.

Fue por la misma razón que el «viejo» permitió que se estableciera un sistema estatal de escuelas religiosas para quien optara por ellas, mientras destruía aquellas dependientes de los movimientos de izquierda sionista, ya que las percibía como amenaza a la soberanía del Estado. Y es que pensaba que la religión en Israel se estaba muriendo, por lo que los colegios religiosos no constituían amenaza alguna.

El movimiento religioso en el kibutz era por entonces algo agradable, una especie de hijo adoptivo del gran movimiento kibutziano. Y los ultraortodoxos, fuera de los límites del Estado al que no reconocían ya que el Mesías no había llegado, eran mirados básicamente con una mezcla de curiosidad y diversión. En realidad sólo inspiraban lástima y constituían una muestra viva del judaísmo diaspórico.

Este panorama, a fines de los '50, comenzó a modificarse. Fue debido a varios procesos independientes, pero que tuvieron un efecto acumulativo sumamente impactante.

En primer lugar, los horribles aspectos de la Shoá comenzaron gradualmente a revelarse, y la comunidad en Israel sufrió en paralelo grandes remordimientos. Es que a pesar de todo vivíamos aquí en (relativa, desde ya) felicidad mientras millones de judíos eran exterminados. Luego, el juicio a Eichmann revolucionó las conciencias de los israelíes.

Otro acontecimiento fue la masiva inmigración de judíos orientales. Los que arribaban eran mayoritariamente religiosos o tradicionalistas moderados. Pero los rabinos que llegaron de países de Oriente Medio del norte de Africa fueron rápidamente capturados por la ideología de fanáticos rabinos ashkenazíes de la secta «lituana» no jasídica. Hasta adoptaron las mismas vestimentas y se volvieron con el tiempo más fanáticos que sus maestros.

Las altas tasas de natalidad en las comunidades religiosas y ultraortodoxas comenzaron a alterar gradualmente el mapa demográfico. En lugar de reducirse, tal como Ben Gurión estaba convencido, el sistema escolar religioso y ultraortodoxo avanzó a pasos agigantados.

Pero el punto de quiebre lo constituyó la Guerra de los Seis Días de 1967. La asombrosa victoria de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se transformó en una «victoria religiosa». «El Monte del Templo y el Muro de los Lamentos están en nuestras manos» se volvió el grito de batalla de los religiosos fanáticos, en lugar de una celebración patriótica de una historia recuperada.

Los religiosos en Israel, hasta ese momento humildes y disminuidos, se volvieron súbitamente agresivos y demandantes. El Partido Nacional Religioso, hasta entonces un movimiento sumamente moderado e incluso progresista, cambió completamente su visión y cayó en un nacionalismo radical y extremista. Fue su juventud, educada en las escuelas religiosas, la que dio lugar a la gran mayoría de los colonos de los asentamientos en Judea y Samaria.

Pero hoy estamos presenciando un nuevo fenómeno. En el pasado una especie de grieta y hasta odio separaba a la juventud nacional religiosa de los ultraortodoxos que no reconocían el Estado. Pero ahora esa juventud nacionalista se está tornando cada vez mas ultraortodoxa, mientras que éstos se están volviendo nacionalistas cada vez más fanáticos.

Las recientes atrocidades perpetradas por ultraortodoxos de ambas facciones, obra de las juventud de los asentamientos y de alienados que «retornaron a la religión», demuestra que están imbuidos de un celo y de una capacidad de pasar a la acción muy superior a las masas laicas de Israel en la «burbuja» de Tel Aviv.

Y la historia tiene demasiados ejemplos de grupos periféricos que tomaron el poder cuando el centro se volvió débil, impotente. Estos extremistas están preparados para luchar, mientras que en el centro se dedican a crear cultura y refinamientos.

Prusia, una remota y tosca región en Alemania, se hizo con el poder y abrió camino para los futuros conflictos mundiales y el genocidio derivado. El remoto Piamonte tomó el control de Italia. Hace dos milenios los judíos de la Galilea, en general extremistas recién convertidos, tomaron el poder en Jerusalén, aplastaron a otros judíos que se les oponían, y se inmolaron en una lucha sin ninguna posibilidad de éxito contra los romanos. Los manchúes tomaron el poder en China, los japoneses el control de Asia Oriental durante la Segunda Guerra Mundial. Sobran ejemplos.

Un inmenso peligro existe hoy en Israel. Los colonos de los asentamientos no son lobos solitarios ni jóvenes marginales. Constituyen una extrema e inmediata amenaza a todo lo que se construyó en este país en la recientes generaciones.

El Estado hebreo está desapareciendo. En su lugar un extraño Estado judío está reemplazándolo, y no es precisamente con el judaísmo que se forjó durante los dos mil años de exilio, el judaísmo de una comunidad diseminada que odiaba y sufría la violencia. Lo que estamos viendo es una horrible mutación. Es un judaísmo completamente nuevo, arrogante, fanático, violento, y ahora asesino sin piedad que puede enterrar al Estado, como lo hicieron los fanáticos con el Segundo Templo.
 
Todavía estamos a tiempo para salvar al Estado hebreo. pero para ello el real Israel, el secular, el nacional, debe reaccionar. Es necesario tener el coraje para detener esta situación antes de sufrir otro desastre.