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Halcones israelíes dentro de un bazar persa

Bibi NetanyahuEl acuerdo de Irán con las seis grandes potencias puso punto final a 25 años de primavera israelí.

Tras el desmoronamiento de la Unión Soviética y el encumbramiento de Estados Unidos como única superpotencia mundial, Israel aprovechó la influencia de AIPAC y donantes judíos a políticos del país del norte para consolidarse como la incuestionable potencia regional en Oriente Medio.

Haciendo valer este predominio estratégico regional, sus sucesivos gobernantes, con la excepción de Rabín, se cubrieron con amenazantes plumas de halcón adoptando políticas intransigentes y avasalladoras. No se negocia ni hay lugar a compromisos, sobre todo territoriales. Se impone y se doblega. Adversario que no se encamina por esa ruta se lo descalifica de inmediato como interlocutor fiable bajo el pretexto «no hay con quien hablar».

Ya consolidada, la revolución de los ayatolás iraníes se fijó como objetivo llegar a un equilibrio estratégico regional y, de esa manera, poner fin a la prepotencia israelí. El discurso enarboló la bandera de la destrucción de Israel, consigna que hacia afuera enardeció a su pueblo. Su liderazgo pragmático tenía muy claro que se trata de una «misión imposible» si se tiene en cuenta que por ese camino se van a enfrentar a un Israel protegido por Estados Unidos y asentado sobre bases políticas, estratégicas y económicas (no sociales) tan firmes como cemento armado. Para convencerse sólo basta con informarse en Israel del multimillonario caudal de inversiones chinas, uno de los más cercanos amigos de Irán.

Con ese objetivo, el liderazgo iraní puso en marcha un complejo plan de equipamiento con modernas capacidades bélicas y el desarrollo de potencial nuclear como broche de oro. La viveza de los ayatolás les permitió captar que el posicionamiento como potencia regional no requiere su materialización en una ojiva nuclear de un misil de largo alcance, sino que la táctica más productiva es demostrar que se está en el umbral y ahí frenar para cosechar beneficios.

Ese es el gran logro y la lección que el bazar persa le dio a los halcones israelíes.  

Es muy difícil suponer que el liderazgo de un país, por más tirano que sea, esté en condiciones de arrastrar a su pueblo a un suicidio colectivo resultado de la ocurrencia de un ataque nuclear a otro. Más aún, distinguidos expertos en estrategia militar (Aharón Yadlin, Ehud Barak o Itzjak Ben Israel, entre otros) ponen serias dudas en las posiciones que justifican la presencia de amenazas existenciales a Israel como consecuencia del acuerdo mencionado.

Con mucha razón, Obama critica a Netanyahu argumentando que no propuso ninguna alternativa mejor. En el peor de los casos, el acuerdo de las potencias con Irán promete logros superiores a los maximalistas del plan de Bibi.

La posición oficial hebrea se basaba en la imposición del desmantelamiento total de la capacidad nuclear iraní, condición inaceptable para los líderes de ese país bajo cualquier circunstancia, sobre todo si se tiene en cuenta el manto de protección que Estados Unidos le brinda a Israel en su conocida «ambigüedad atómica».

Ante la ineficacia de todo tipo de boicot económico, Netanyahu presionó insistentemente en la opción militar. La mayoría de los expertos coincide en la evaluación que una acción de este tipo, en el mejor de los casos, podría retrasar el programa iraní en no más de 2 a 3 años, con casi seguros y catastróficos efectos colaterales: conflagración bélica regional y justificación del desarrollo de la bomba atómica iraní. Después de la experiencia del operativo «Margen Protector», tampoco se debe descartar la posibilidad que la diáspora judía sufra serias consecuencias y represalias como resultado de su robótica identificación con el accionar de Jerusalén.

Cada minuto de tranquilidad bajo el cumplimiento del acuerdo es ganancia neta. Hasta 10 años, más que una eternidad en el calendario levantino. Más aún si en cualquier momento el país persa decide violar lo acordado, de inmediato se regresa a foja cero con todas las posibilidades sobre la mesa que tanto reclama Bibi.

Netanyahu no se rindió. Con la ayuda del lobby judío del país del norte se propone sabotear las posibilidades de ratificación del acuerdo en el Congreso norteamericano. Otro ejemplo más de desprecio por valores democráticos universales.

Ya hay quien vaticina otro craso error táctico con sus consecuentes perjuicios para Israel, no importa el resultado. «Si falla en su intento, necesariamente se distanciará de la mitad del electorado de Estados Unidos. Más peligroso aún puede resultar un triunfo de su parte. Un fracaso de Obama significará una humillación del presidente norteamericano y su gobierno, la pérdida fatal del apoyo del partido demócrata, el desmoronamiento de la coalición internacional que negoció frente a Teherán y, por último, dar carta blanca a los iraníes para llegar a la fase final de su bomba anti-sionista, esta vez con el apoyo de muchos países del mundo» [1].

Bibi sólo puede aspirar a premios consuelos. Una dadivosa recompensa de Obama en términos de un significativo incremento cuantitativo y cualitativo de la ayuda militar a Israel. En el frente interno, el respaldo incondicional de los partidos de la oposición judía a su accionar, al igual que durante el operativo «Margen Protector». Esto  demuestra que en los puntos centrales del conflicto de Oriente Medio, el 95% de la población judía está detrás de Netanyahu. Madurez democrática digna de admiración.

Ojalá me equivoque...

[1] «En la confrontación entre Netanyahu y Obama, Israel pierde»; Chemi Shalev; Haaretz; 14.7.15.