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Desenmascarando al BDS

BDSA raíz de la última polémica, protagonizada por el CEO del gigante de las telecomunicaciones Orange, Stephen Richard, el movimiento BDS ha vuelto a salir a la palestra internacional.

El movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) intenta, desde hace más de diez años, perjudicar a empresas israelíes - sabiendo que éstas dependen fundamentalmente del mercado exterior y que ya sufren otro boicot, el impuesto hace décadas por la mayoría del mundo árabe-musulmán - e impedir que personalidades israelíes de todos los campos desplieguen sus capacidades - den clases, conciertos, conferencias, etc. - en el extranjero.

Supuestamente, el movimiento BDS busca mejorar la situación de los palestinos y paliar sus sufrimientos mediante la de presión internacional sobre Israel, como antaño se hizo contra la Sudáfrica del apartheid. Pero lo cierto es que tiene otra agenda, no tan oculta.

Thomas Friedman - que no es precisamente un fan de la presencia de Israel en Cisjordania - fue uno de los primeros líderes de opinión es denunciar la verdadera cara del BDS. Así, en 2002 escribió en «The New York Times»:

«Estigmatizar a Israel con el oprobio y las sanciones internacionales, fuera de toda proporción con cualquier otro país en Oriente Medio, es antisemita, y no decirlo así es deshonesto».

En la misma línea, más recientemente (2014) otro columnista de «The New York Times», Roger Cohen - menos entusiasta de las políticas israelíes en los territorios - advertía:

«La conversación empalagosa sobre democracia y derechos humanos enmascara el objetivo del BDS, que no es otro que el final del Estado judío, para el cual la ONU otorgó un nada ambiguo mandato en 1947. El antisionismo del movimiento puede fácilmente ser una cobertura para el antisemitismo».

El columnista del «Telegraph», Brendan O’Neill, también describió atinadamente el BDS, recalcando su hipocresía, a raíz del revuelo suscitado por Scarlett Johansson al aceptar ser imagen de la compañía israelí Soda Stream:

«No hay nada remotamente progresista en esta campaña de boicot a todo lo israelí, con sus dobles raseros sobre el comportamiento de diversas naciones y su retórica estridente de que todo lo que viene de Israel está cubierto de sangre palestina. Este movimiento no está diseñado para tener algún tipo de impacto positivo en Oriente Medio. Es antiliberal, porque exige efectivamente la censura de los académicos y artistas israelíes; es hipócrita, porque está dirigido por personas que están más que dispuestas a utilizar iPhones hechos en la antidemocrática China. Así que tres hurras a la Sra. Johansson por tomar una posición pública y abierta en contra de esta presión para tratar a Israel como la nación más malvada de la tierra».

Antes, en febrero de 2012, Norman Finkelstein, uno de los mayores críticos de Israel y de sus políticas, declaró que el movimiento BDS era una «secta» que quería abolir el Estado judío.

Con todo, los comentarios de Friedman, Finkelstein u O’neill no son necesarios para descubrir la verdadera naturaleza del BDS. Omar Barghouti, jefe de Pacbi, la rama cultural del movimiento, declaró:

«La fase actual tiene todas las propiedades emblemáticas de lo que puede considerarse el último capítulo del proyecto sionista. Estamos siendo testigos de la rápida desaparición del sionismo, y nada se puede hacer para salvarlo».

Barghouti, por cierto, hizo un máster en Ética y Filosofía en la Universidad de Tel Aviv. Y cursó estudios de doctorado en la misma Universidad.

Asad Abu Jalil, profesor americano-libanés de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de California y uno de los principales partidarios del BDS en EE.UU, fue aún más lejos que Barghouti:

«La justicia y la libertad para los palestinos son incompatibles con la existencia del Estado de Israel».

El BDS tiene poco que ver con los derechos humanos, con la justicia, con la democracia o con las ideas progresistas. Al contrario, es discriminatorio, hipócrita y antisemita. Nada menos que Noam Chomsky subrayó en julio de 2014 el doble rasero del movimiento:

«Si queremos boicotear la Universidad de Tel Aviv porque Israel viola los derechos humanos, entonces ¿por qué no boicotear a Harvard debido a las mucho mayores violaciones cometidas por Estados Unidos?»

El prejuicio que mueve a los integrantes del BDS suele conducirles a la obsesión y el absurdo. El más deplorable y reciente ejemplo fueron las acusaciones vertidas contra Israel por la matanza terrorista islamista de «Charlie Hebdo». Greta Berlin, una portavoz del movimiento Free Gaza, adscrito al BDS, publicó en su página de Facebook lo siguiente:

«El Mossad acaba de golpear las oficinas en París de 'Charlie Hebdo', en una operación de bandera falsa diseñada para dañar el acuerdo entre Palestina y Francia. Israel le dijo a Francia que habría consecuencias graves si votaba por Palestina. Un niño de cuatro años podría ver quién es el responsable de este terrible ataque».

Por otro lado, el movimiento BDS no ha logrado el menor avance hacia la paz ni mejorado en lo más mínimo la situación de los palestinos. Ya en 2007 «The Economist» lo calificó de «débil e ineficaz» y añadió:

«Culpar únicamente a Israel por el callejón sin salida en los territorios ocupados seguirá siendo percibido por los de fuera como injusto».

En definitiva: el movimiento BDS, con su enfoque discriminatorio, hipócrita e injusto, no ha logrado promover la comprensión mutua entre israelíes y palestinos. Sus campañas no han dado arrojado ningún resultado positivo para la vida de los palestinos, han hecho la paz más difícil de alcanzar y han demostrado que su verdadera intención es librar una guerra contra Israel por otros medios.