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Extrema izquierda y teocracia iraní: Dulce amor

Zarif-Timerman - «Comisión de la Verdad»Hay muchísimas razones por las cuales los partidos de extrema izquierda aman al gobierno teocrático iraní. He aquí algunas de ellas, que por supuesto no agotan la lista.

Porque no pueden ser desagradecidos y olvidar su deuda de gratitud por las matanzas y las penas de prisión impuestas por la revolución islámica a los estudiantes de izquierda que lucharon por ella.

Porque sus justas exigencias de terminar con las estúpidas aspiraciones feministas de igualdad y de poner a las mujeres en su sitio coinciden plenamente con los valores de justicia (islámica, por supuesto) para el sexo femenino.

Porque admiran la gloriosamente descarada costumbre del gobierno iraní de estafar limpia y abiertamente las elecciones enviando a la cárcel a quienes protesten.

Porque esa buena costumbre piadosa les hace recordar con nostalgia las elecciones con 99% de votos tan populares en el siglo pasado, cuando solían ser adecuadamente vigiladas por abnegados  cultores de la unanimidad no elegida.

Porque suelen recibir del bolsillo derecho de los representantes teocráticos dinero vulgar y capitalista que al llegar a su bolsillo izquierdo se transfigura y se convierte en dinero revolucionario y progresista.

Porque según las extraordinarias revelaciones de un sabio iraní cuyo nombre no ha trascendido, Karl Marx era secretamente un musulmán chiíta y su ideal era imponer la sharía y el islam en todo el mundo.

Que según este sabio, Marx era particularmente entusiasta respecto a la humanitaria idea de lapidar a mujeres adúlteras y al austero y digno castigo de cortar manos a ladrones.   

Que Marx nunca habría dicho que la religión es el opio de los pueblos sino que el opio de los pueblos es el pensamiento materialista y la lucha de clases.

Que en ausencia de grandes líderes progresistas como Stalin, Mao Tsé Tung y Pol Pot, que legaron al mundo generosamente millones de muertos involuntarios carentes de méritos particulares para merecer ese honor, Irán sigue modestamente su ejemplo produciendo regularmente un número convenientemente abultado de asesinados por año, todos ellos llegados a esa condición debido a su pésima costumbre de discrepar con la sabiduría suprema del líder supremo.

La extrema izquierda está particularmente agradecida a la teocracia iraní por haberle legado su odio a los judíos. Si bien esta forma algo feroz de antipatía es algo muy antiguo y no una originalidad musulmana, islamista o chiíta, ha sido adoptada con gran entusiasmo por el mundo islámico.  

Lo que más admira la extrema izquierda es la razón por la cual los dueños del poder en Teherán cultivan como la flor más delicada de su jardín, la enemistad con el Estado judío. Ello se debe a que  Israel ha tenido la insolencia de no tener ningún litigio con Irán, ni territorial ni de ninguna clase. Entonces fue necesario dar el paso incómodo de colarse en el conflicto árabe-israelí y de alimentarlo como se alimenta una chimenea en invierno. Sin duda, no siempre fue fácil para los persas ser más árabes que los árabes y más palestinos que los palestinos. Pero como la causa palestina promete ser eterna, pues en caso de formarse un Estado los dos bandos palestinos, mortalmente hostiles entre sí, se van a matar sin tregua, la posibilidad de manipulación del conflicto presenta oportunidades infinitas. Por otra parte, la costumbre de echarle todas las culpas del mundo a los judíos es una costumbre muy vieja, muy arraigada y muy útil para todo gobierno y toda fuerza política que está en aprietos.

Otro motivo muy sólido para que la extrema izquierda adopte con entusiasmo el furibundo anti-israelismo iraní es que se ha quedado sin mercadería ideológica para vender: la Unión Soviética se evaporó, China se volvió asquerosamente capitalista, en Albania se olvidaron de que alguna vez existió algo llamado maoísmo, el pobre Obama, que no sabe lo qué hacer con el mundo, no convence a nadie como verdadero chancho imperialista, Corea del Norte, con su pueblo muerto de hambre, no parece ser un modelo particularmente atractivo para nadie. En fin, se necesita de apuro alguien a quién odiar, alguien a quién odiar en serio, alguien realmente prestigioso en el mercado del odio. ¡Y que mejor que los judíos, o mejor dicho, todo un Estado de judíos, que hace milenios que son zarandeados en este mercado insaciable!

Como el mundo se olvidó de que los palestinos se negaron a tener un Estado con un vecino judío al lado, al que trataron de matar cantidad de veces sin éxito, adoptó la piadosa costumbre de compadecer a los que presuntamente Israel les robó la patria.
         
Irán, sabiamente, aprovechó todo este lío para expandir su revolución islámica. Es cierto, no es una revolución socialista ni comunista, ni proletaria ni anti-capitalista. Pero es una revolución de verdad, con destrucción y muertos de verdad; el sueño de toda extrema izquierda.     
          
Por todo eso, ilustres personalidades iraníes han decidido nominar a varios partidos y personalidades de extrema izquierda para el Premio Nobel de la Paz. Sus méritos son más que suficientes: por una parte, han logrado conciliar de la manera más perfecta a la más extrema derecha con la más extrema izquierda. Por otra, han demostrado a la humanidad que la imbecilidad política no tiene límites.