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Quinta década

Itzjak Herzog y Binyamín NetanyahuUna historia absurda: En la primera década posterior a la Guerra de los Seis Días, Israel decidió no decidir. No había llegado la hora de prestar atención a las advertencias de quienes entendieron de inmediato la trampa de la ocupación.

Israel creyó que los territorios conquistados eran cartas preferibles de guardar, dado que con ellas sería posible lograr la paz. Los Gobiernos de Levy Eshkol y Golda Meir no comprendieron que la situación temporaria que se originó en Judea, Samaria y Gaza era una trampa perenne, y que sería muy difícil salir de ella.

En la segunda década, después de la Guerra de los Seis Días, Israel decidió actuar. Cuando Begin y la derecha llegaron al gobierno en 1977, resolvieron levantar 150 asentamientos, destinados a convertir la ocupación en irreversible.

Justamente después de abandonar el Sinaí, el Likud se empecinó en establecer precedentes para evitar otra retirada similar. Con una mezcla de soberbia, pánico y desatención de la realidad, el gobierno del Likud intentó dominar los territorios. Copiando sistemas colonialistas ilegítimos, el Israel de Begin y Sharón actuó contra las leyes internacionales y en contraposición a la realidad demográfica con el propósito de absorber partes de tierra, las cuales ya no podía deglutir. Ebria de poder y contaminada de corrupción, la ultrderecha israelí trató de frenar a cualquier precio la soberanía palestina, pero justamente con ello, logró desvirtuar la soberanía judía.

En la tercera década de la conquista la sobriedad se hizo presente. La primera Intifada originó en la mayoría israelí la comprensión de que era mejor salir de los territorios. Sin embargo, Rabin y Peres eligieron retirarse de ellos mediante los Acuerdos de Oslo, que condujeron a un callejón sin salida. ¿Por qué? Ambos líderes se basaron en la suposición infundada de que Arafat era un aliado y que la paz estaba apenas a un paso.

El proceso de paz acordado en la Casa Blanca no fue riguroso con los palestinos y tampoco se enfrentó a los habitantes de los asentamientos. El resultado fue el caos: Por un lado un ente palestino armado, hostil, terrorista e irresponsable; por otro, una empresa anarquista de mesiánicos fanáticos. En lugar de que el proceso político libere a Israel de la soga asfixiante, sólo logró ajustarla aún más alrededor de su cuello.

En la cuarta década de la ocupación, Israel se sobrepuso a su posición. Después del fracaso de las negociaciones de Camp David y la irrupción de la segunda Intifada, la mayoría de los habitantes del Estado judío comprendieron que la disyuntiva conquista-paz son dos cuestiones diferentes. Una amplia mayoría entendió y aceptó que Israel debe salir con precaución de los territorios, aunque la retirada no ponga fin al conflicto. Sharón y Olmert adoptaron el unilateralismo. Pero después que esta teoría fue llevada a la práctica en la desconexión de Gaza, quedó claro que no existen atajos ni soluciones mágicas.

Hamás controlando Gaza, los interminables lanzamientos de misiles desde la franja, la operación «Plomo Fundido», el Informe Goldstone, la «Primavera Árabe», el auge del yihadismo, las ofensivas «Pilar Defensivo» y «Margen Protector» y un muy posible acuerdo entre Irán y el Grupo 5+1 sobre su programa nuclear, nos enseñan qué sucede cuando Israel desea accionar unilateralmente: el terror islamista recrudece, la violencia resurge y cuando el Estado judío intenta defenderse es señalado como culpable. En esta etapa tardía de la gangrena regional, una retirada unilateral simplista no renovará en nada nuestra legitimidad en la zona; al contrario, la seguirá desgastando. Cenizas quedan.

La quinta década es la última. No hay ninguna chance de que la comunidad internacional alargue el plazo. Si no hallamos el camino correcto para enfrentar la ocupación, ésta nos enterrará vivos. Con justicia o no, Israel se encuentra de espaldas a la pared. Con justicia o no, el mundo le cierra sus puertas. Si tratamos de utilizar la fuerza, saldremos más afectados. Si no nos ocupamos seriamente de los asentamientos, seremos otra Sudáfrica.

Por ello, quien consiga formar el nuevo gobierno después de la elecciones, no tendrá tiempo. Deberá actuar con rapidez, La opción de la primera década - status quo - no es relevante; la de la segunda - asentamientos - nunca lo fue; la de la tercera - paz - quedó en ilusión; la cuarta - unilateralismo - terminó en tragedia.

Por todo esto, es imprescindible depurar en un corto plazo la opción de la quinta década. Posiblemente una retirada limitada condicionada a que Egipto, Jordania, Arabia Saudita y los países del Golfo asuman la responsabilidad temporaria de los territorios evacuados y su desarrollo a cambio de una declaración de principios que acepte la seguridad de Israel y su legítimo derecho de defenderse, con miras a posibilitar un acuerdo futuro regional.

Sea como fuere, el nuevo primer ministro deberá actuar. Deberá demostrar que no está sentado en su oficina sólo con el fin de gozar de los placeres del poder, sino para culminar cuatro décadas de frivolidad en una quinta de esperanza.