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Israelíes y anti-israelíes

Gideón Levy y Amira HassEl semanario de izquierda uruguayo «Brecha» es virulentamente anti-israelí, pero nadie puede acusar a sus redactores de antisemitas. Generalmente recurren al testimonio de israelíes extremistas que suelen coincidir con las críticas árabes más agresivas contra Israel. Después de todo nadie espera de los propios judíos que sean antisemitas.

En uno de los últimos números, la implacable acusadora de Israel es Nurit Lapid, de quien se dice que es profesora de Educación de la Universidad de Tel Aviv. En la dureza de sus declaraciones no se diferencia en nada de Hamás. Por ejemplo, en el contundente cierre del reportaje - sin duda mérito conjunto del periodista y de la entrevistada -, la Sra. Lapid considera que es esencial llevar adelante el boicot contra Israel de acuerdo a la campaña librada por BDS la organización fundada por Omar Barghuti, quien es casualmente un estudiante en la misma universidad israelí en la que trabaja.

Lamentablemente hay un sector de opinión en Israel que va mucho más allá en su disidencia de lo permisible en un país amenazado en su misma existencia. Sin duda, ese exceso es un mérito del régimen democrático israelí que contrasta dramáticamente con la dura represión de toda crítica tanto en Cisjordania, bajo la Autoridad Palestina, como en la Franja de Gaza, bajo el férreo control de Hamás.

Pero obviamente al mundo y particularmente a los que aprovechan la libertad de ideas israelí para denigrar al Estado judío, esta diferencia no les importa en lo más mínimo y, por supuesto, hacen todo lo posible para que nadie repare en ella.
             
Estos detalles, insólitamente, no llaman la atención de los israelíes que creen que izquierda y justicia social son sinónimos obligados de masoquismo y de autocrítica apocalíptica.

Lamentablemente esta generosa confusión no es para nada apreciada por los numerosos palestinos que parecen más interesados en la «causa» - que para ellos significa la destrucción de Israel - que en un Estado independiente. Si realmente estuvieran tan apurados por conseguir un Estado propio hubieran tomado con ambas manos la oferta de Barak o más recientemente la de Olmert, imitando a David Ben Gurión que aceptó el Estado mutilado propuesto por Naciones Unidas en 1948 mientras los árabes apostaron a todo o nada.

Lamentablemente, después de 66 años de guerras, siguen en la misma tesitura. Más aún, ahora se ven estimulados en su negativa a cualquier arreglo equitativo con Israel con parlamentos como los de Suecia y Gran Bretaña que alientan a los palestinos a buscar una paz impuesta sin negociar con Israel, es decir, una seudo-paz que sólo alentará el irredentismo y el triunfalismo palestino.
            
Estamos de acuerdo con los críticos de los partidos de derecha israelíes. Los asentamientos constituyen un grave error y la ocupación no es conciliable con los valores judíos. Israel no es Rusia en Chechenia ni China en el Tibet. Es sabido que la medida que se aplica a Israel no es la que se asigna a las grandes potencias.  Pero ¿qué hacer cuándo los palestinos no desean librarse de la tan odiada ocupación? Es su gran bandera porque es mucho mejor ser víctima de los odiados judíos - y por lo tanto ser apoyados y admirados por gran parte del mundo - que tener que lidiar con las incertidumbres y con los interminables dolores de cabeza de administrar a un pueblo que suele arreglar sus pleitos a tiros.
       
No hay que ser genio para comprender que una de las causas por las cuales Hamás y Al Fatah no quieren la independencia es porque temen a la guerra civil, que, si estalla, puede tener consecuencias imprevisibles. Por lo demás, ¿qué garantías de estabilidad puede brindar un acuerdo con socios tan enemistados entre sí?

Ningún país europeo negociaría seriamente con un interlocutor del cual una parte muy significativa rechaza de plano cualquier posibilidad de arreglo por la nada insignificante razón de que niega el mero derecho de existencia de ese país europeo.
         
Lo que los masoquistas judíos y sus entusiastas partidarios en el globo se niegan a reconocer es que el mundo árabe e islámico está en guerra con el Estado judío. La mentalidad y la política árabe no entra absolutamente en sus cálculos. Si mañana, escuchando los consejos bien intencionados de los ansiosos enemigos de la ocupación, Israel decidiera retirarse de Cisjordania como lo hizo de Gaza, ¿los árabes se apresurarían a hacer la paz, una paz genuina que Israel pueda aceptar? ¿o habrá de repetirse la experiencia de Gaza?   

Ni siquiera los más ilusos israelíes creen que sólo con buena voluntad alcanza para llegar a la paz.

Están equivocados quienes creen que vivimos en un mundo antisemita. Vivimos en un mundo cobarde, que no es lo mismo. Una política anti-israelí no acarrea riesgos de seguridad para quien la practica. No puede decirse lo mismo de una consecuente actitud crítica hacia el islam y el mundo árabe.
           
Confieso que tengo una actitud escéptica frente a las críticas a la Hasbará israelí. Pero aunque la propaganda a favor de la política israelí en el mundo fuera de una genialidad absoluta, sus chances de derrotar a la política de apaciguamiento del mundo hacia el islam y el mundo árabe, son prácticamente nulas. Frente a la masa de dinero y a la capacidad de movilización de adversarios muchos más numerosos y poderosos, las posibilidades de Israel de convencer de la justicia de su causa son inexistentes.
         
¿No comprendió el mundo cuál era el objetivo de los túneles construidos por Hamás hacia territorio israelí? ¿No resultó absolutamente claro quién quiso el conflicto y quién trató de evitarlo? ¿No fueron evidentes los objetivos de ambas partes? ¿Escasearon las pruebas respecto a la utilización por Hamás de civiles como escudos humanos en durante los ataques?
           
Pero las manifestaciones masivas - que no existen contra las decapitaciones del Estado Islámico (EI) - fueron contra Israel y no contra Hamás.
           
Lo más doloroso en esta evidente actitud de discriminación antisemita en la práctica, es que es compartida por una minoría pequeña pero muy activa y vociferante de israelíes. Entre ellos hay gente que ha emigrado al extranjero y predica sistemáticamente su credo pro-palestino y anti-israelí en el gran mundo, como el saxofonista de jazz y escritor Gilad Atzmón, que se considera «ex judío», o el historiador y profesor universitario Ilán Pappe, que es uno de los más tenaces partidarios de los boicots contra Israel.

Pero obviamente son más útiles para la propaganda hostil a Israel, los israelíes que están en su país y no fuera de él. Dos periodistas en particular, Gideón Levy y Amira Hass, ambos del diario «Haaretz», son muy útiles a la difamación anti-israelí en el extranjero. Son citados sistemáticamente y nadie puede dudar de la autenticidad de las citas. Israelíes que denuncian los horrores de Israel. Su valor para la divulgación anti-israelí es inconmensurable.
           
En 2008, durante un particular momento de calidez en las relaciones entre Alemania e Israel y el mundo judío, formé parte de una delegación judía internacional invitada por el Ministerio de Exteriores de Alemania. La integramos un grupo de activistas de organizaciones judías norteamericanas, dos periodistas de América Latina, el director de Radio Jai de Argentina, yo y cuatro representantes de cada uno de los diarios israelíes «Haaretz», «Yediot Aharonot», «Maariv» y «The Jerusalem Post». Durante una cena en Berlín pregunté a los cuatro jóvenes representantes de la prensa israelí que pensaban de Amira Hass y Gideón Levy, que para mí y para muchos en Israel y en la diáspora son personajes afectados por el «síndrome de Estocolmo». La respuesta fue unánime: «No estamos de acuerdo con ellos, pero deben tener plena libertad para expresar su opinión».
           
En ese momento la respuesta me pareció razonable. Después de todo era una aplicación a la realidad del conflicto árabe-israelí de la famosa máxima de Voltaire sobre la libertad de expresión: «Discrepo totalmente con tu opinión, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirla».
           
Pero luego del incidente en la Universidad de Bir Zeit, en Cisjordania, en el que Amira Hass, ni más ni menos que la más extrema y consecuente periodista pro-palestina en Israel, fue expulsada de una conferencia por ser judía, me volví a replantear el problema.
          
Sin duda, Israel es una democracia, sus enemigos no y eso tiene su precio. Pero cabe preguntarse ¿hasta dónde debe llegar esa asimetría?   
          
Después de todo, Israel vive en una las regiones más convulsionadas del mundo. Su última guerra no ha concluido y de hecho se encuentra en estado de emergencia permanente. No sólo tiene vecinos beligerantes y una terrible guerra civil en sus fronteras,  sino que además debe enfrentar como enemigo principal y gratuito a una potencia regional, Irán, con la cual no tiene ningún conflicto territorial. A ello debe sumarse una guerra sicológica y propagandística a escala planetaria.
          
Es más que suficiente para dejar de lado la corrección política y pensar en términos realistas. Sin duda, es necesario preservar la libertad de ideas. Pero ello no debe incluir la libertad para la prédica del suicidio nacional, un objetivo compartido literalmente por sus enemigos, que quisieran ver muertos desde el más anciano hasta el más pequeño bebé judío en Israel.