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Hora de paz

Binyamín NetanyahuEl operativo «Margen Protector» terminó. Fue más bien una guerra iniciada por Hamás, que no dudó en llevar una vez más a su gente a la destrucción y la muerte.

La debilidad o la cantidad de muertos de una parte, no le otorga necesariamente la razón. Pero la razón de Israel se puede terminar de construir ahora, dando los pasos necesarios, y en diálogo con los interlocutores correctos. La única pregunta es si el actual Gobierno está en condiciones de lograrlo.

El Gobierno israelí sale maltrecho de «Margen Protector». El mayor damnificado es Binyamín Netanyahu, el primer ministro, al que no le quedó prácticamente ningún margen, ni de protección ante sus adversarios internos, ni de maniobra ante los palestinos y el mundo, para seguir gobernando hasta 2017. El resultado es la parálisis y la vuelta a la posición anterior a la ofensiva.

El problema es que en el camino murieron más de 2.000 palestinos y más de 70 soldados, que millones de israelíes fueron convertidos en refugiados en su propio país, que el prestigio de Israel en el mundo no es precisamente rutilante, y que el antisemitismo en el mundo, que estaba latente, salió - ya sin la máscara de “-«antisionista» - de su madriguera. Todo esto podría ser un precio trágico, terrible, de un proceso de paz a comenzar ya. Podría ser la vía hacia la concreción de una agenda a la que Netanyahu ya dio su acuerdo, la de dos Estados para dos pueblos.

Pero si en cambio gana la parálisis, las vidas, junto con la salud mental de los israelíes habitantes del sur, por no hablar del ánimo de los palestinos de Gaza hacia un futuro compartido, se habrán perdido en vano. A lo único que se podrá aspirar será a un escenario de mínima, por el que Hamás no sea quien hegemonice la política de Gaza, en que gobierne la Autoridad Palestina, con el Ejecutivo de unidad Al Fatah-Hamás reconocido de facto por Israel, y se dé, no una paz, sino una pacificación de facto basada en la mutua disuasión.

Por el momento, sin embargo, ni siquiera eso parece estar en la agenda del Gobierno que se conforma con una especie de «status quo mejorado»: Hamás en Gaza débil y ahogado; Al-Fatah en Cisjordania también débil y que coopera con Israel. Se trata de una receta literalmente explosiva, que nos llevará hacia la próxima vuelta de violencia en el sur. En esta situación, sólo podemos esperar que lleve más de dos años llegar a ella.

¿Qué hacer?

En su discurso en la ONU, Netanyahu habló de que «se abre un nuevo horizonte político, no necesariamente malo para Israel». No podemos saber por el momento si se trató de un guiño para liberarse de la presión por izquierda – EE.UU, los países árabes moderados, Lapid y Livni - o una intención real. Por las dudas, su anuncio de la expropiación de 400 hectáreas en Gush Etzion, donde fueron asesinados los tres adolescentes antes del operativo, fue un guiño compensatorio para su ala derecha.

Lo que muchos alrededor del premier dicen que hay que hacer no es nada sencillo, pero el intento sería un comienzo tan valioso como el logro. Los portavoces son variados y a veces insólitos. En la oposición, por ejemplo, el líder laborista Itzjak (Buyi) Herzog dijo: «Si yo hubiera estado al mando, habría dado ese duro golpe a Hamás, que en todo momento apoyamos, y luego iría corriendo a golpear la puerta de Mahmud Abbás - presidente de la Autoridad Palestina (AP) - para dialogar con él».

En la propia coalición, Tzipi Livni, ministra de Justicia y líder del partido Hatnuá, puso en evidencia por televisión el absurdo en el que está atenazado su jefe: «Se opone a dialogar con un Gobierno de unidad nacional palestino, que apoya los pactos firmados previamente con Israel, pero negocia con Hamás en El Cairo. Con Hamás no se negocia, sino con la AP, de la mano de Egipto, Jordania y Arabia Saudita. Con un paraguas político y financiero internacional reconstruir Gaza y llegar a la solución de dos Estados. Es la única manera en que podremos garantizar la paz, junto con la continuidad de Israel como Estado judío y democrático».

La nota insólita la dio el ministro de Exteriores, Avigdor Liberman. Haciendo caso omiso de las amenazas de Netanyahu y de su ministro de Defensa, Moshé Yaalón, que le dijeron a él y a Naftali Bennet: «Hablen menos», Liberman expuso su teoría, también por televisión: «Hamás debe ser eliminado, y tengo una manera muy sencilla de hacerlo: debemos sentarnos a hablar con la Liga Árabe sobre el plan saudita de paz», dijo.

Arabia Saudita había propuesto en 2000 un plan según el cual todos los países de la Liga Árabe normalizarían sus relaciones con Israel a cambio de una retirada israelí total de los territorios a las fronteras de 1967; la creación de un Estado palestino con Jerusalén Oriental como su capital; y una «solución justa» para el tema de los refugiados. El plan en sí no es tan fácil de aceptar así como está, pero podría ser una base para comenzar a negociar. En años más recientes, incluso, la Liga Árabe flexibilizó el punto sobre la «retirada total» y aceptó el principio de intercambio de territorios.

El plan saudita fue refrendado luego por la Liga Árabe (sí, la misma de los nefastos «Tres No de Khartoum») en 2002 en Beirut. Tan sólo el primer punto del plan es revolucionario en Oriente Medio: la potencial disposición de todos los países árabes, los más acérrimos enemigos de Israel, a poner fin a décadas de estado de guerra y a aceptar al Estado judío en el concierto de la región. Es, ni más ni menos, el fin declarado del conflicto árabe-israelí.

Sin embargo, en toda la década y media transcurrida desde entonces ningún Gobierno israelí, ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha, levantaron ese guante por ser un «plan inacceptable». Cada tanto, por suerte, los árabes insisten. Recientemente, el rey Abdullah de Arabia Saudita dijo: «Los países árabes debemos reconocer a Israel».

Hete aquí que fue nada menos que Liberman la primera voz oficial que se animó a abrir una puerta al plan saudita de paz con Israel. Era hora.

Las cadenas de Netanyahu

En resumen, el «nuevo horizonte político, no necesariamente malo para Israel» está compuesto por una coyuntura quizás irrepetible, que coloca de un mismo lado a Israel con las fuerzas moderadas de Oriente Medio, junto con el mundo occidental, frente a amenazas como Irán nuclear y Hezbolá del lado chiíta, el Estado Islámico (EI) en Irak y Siria, Jabhat al Nusra (vinculada a Al Qaeda) en Siria, Boko Haram en Nigeria… y también Hamás, todos ellos del lado sunita, y sus países mecenas: Qatar y Turquía. Más arriba, Estados Unidos de un lado, Rusia del otro.

No se trata de nuevos bloques compactos y duros como en la Guerra Fría. A Rusia no le dan los números para volver por sus fueros, pero no cabe duda que existe la voluntad política de volver por sus fueros imperiales, aunque la amenace el desmembramiento interno. Estados Unidos también llega a esta constelación bastante debilitado y se alegra de poder ceder ante Rusia en casos como el casi ataque a Siria por el uso de armas químicas. Además, no son bloques herméticos: EE.UU habla con Irán sobre cómo enfrentar al fenómeno EI.

En ese sentido, la oportunidad para Israel consistiría en terminar de hacer la paz con la AP moderada del sobreviviente Abbás (que cumple en estos días 80, y para el que no hay sucesor potable a la vista) y abrir las compuertas de la paz con todos los países de la Liga Árabe para poder enfrentar, todos juntos, los próximos desafíos.

La pregunta es si el Gobierno de Netanyahu, como están las cosas, estará a la altura de la oportunidad. Los problemas que tiene el premier, más allá de la estrecha visión ligada a si es posible voltear o no a Hamás o si es mejor dejarlo en el poder, o si hablar o no con Abbás, tienen que ver con la supervivencia de su coalición y, más estrechamente aún, con su propio futuro político.

Con un Hamás golpeado y disuadido, convertido en la pata débil de una coalición palestina de unidad, sería posible acercarse a Abbás y cerrar trato. Por lo menos, más posible que antes de «Margen Protector». Pero si lo hace, Netanyahu perderá a los partidos a su derecha: Habait Haiehudí de Naftali Bennet, a Avigdor Liberman y, lo que es más grave, será linchado políticamente por el propio Likud, que ya lo espera en el próximo congreso del Comité Central, presidido nada menos que por el ex viceministro de Defensa, Danny Danón, que le prepara una verdadera vendetta por despedirlo en medio de la guerra. Si, en cambio, el premier continúa con el status quo, lo podría abandonar su ala izquierda: Livni y Lapid.

Mientras tanto, la acción de Gobierno de Bibi se reduce a «control de daños»: cómo hacer callar a sus ministros, frente a los que perdió toda autoridad; cómo responder a una comisión investigadora de la ONU sobre supuestos crímenes de guerra en Gaza; cómo recuperar votantes del Likud, muchos de los cuales lo dejaron a favor de Bennet en las encuestas de intención de voto; y cómo recuperar lugar en la interna de su propio partido: según una fuente del Likud, para esta semana y la que viene organizó dos convenciones partidarias, varios brindis por Sucot, un congreso de mujeres del Likud, otro congreso de fundadores del partido y actos varios con punteros zonales que todavía lo apoyan.

Extraño modo de invertir el tiempo luego de una guerra.