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Un pueblo, dos Estados

Netanyahu, Liberman y BennettLa era del Israel unido y solidario se acabó. El proceso fue largo, pero el momento de concientización es corto, muy doloroso y se está desarrollando en estos mismos instantes.

Israel está dividido igual o más que en cualquier otro momento de la era bíblica o moderna. El colectivo se convirtió en algo disgregado. No se puede hablar de un único país bajo ningún aspecto, ni nacional ni cívico.

De una confederación de visiones, aspiraciones y puntos de vista poco firmes pero durables, la nación pasó a ser escenario de enfrentamientos, afrentas y de imposición de la voluntad individual.

En toda la historia del pueblo judío es difícil hallar mayores niveles de hostilidad, desintegración y mutuo aborrecimiento. Muy rara vez en Israel la solidaridad fue tan débil como ahora. Aquel renacimiento del judío en su propia tierra está colapsando bajo el peso de los desacuerdos internos que esta nación supo moderar tan hábilmente durante siglos de exilio y en más de cien años de sionismo que materializaron la creación y el desarrolo del Estado.

Esta escisión es obra de la ultraderecha nacionalista y mesiánica. Ningún gobierno, hasta ahora, decidió nunca lanzar una ofensiva legislativa sobre los puntos de vista, las reclamaciones y la existencia política misma de sus rivales. Es cierto que siempre hubieron movimientos fuera del concenso central, desde los esenios a los falsos mesías y los kahanistas, pero esta es la primera vez que el poder silencia a un público tan extenso y amplio, y convierte el logro de la soberanía democrática en una corte de serviles subordinados.

Es precisamente la ultraderecha nacionalista y mesiánica la que no duda un instante en usar la fuerza de su brazo político para hacer añicos a la nación. El sionismo de Ajad Haam, Borojov y Buber aparece ahora como sospechoso de traición a la patria.

Jueces de la Corte Suprema, generales de Tzáhal, profesores de universidades, directores de empresas, escritores, artistas, activistas por los derechos humanos y periodistas, entre muchos otros, son considerados una quinta columna.

Los asentamientos, la bandera y el himno nacional se convirtieron en parámetros adecuados y casi únicos para medir el patriotismo de aquellos «enemigos potenciales» del pueblo judío y para amonestarlos severamente hasta lograr que se rindan a las nuevas resoluciones.

Hoy en día, muy pocos miembros de la coalición gubernamental serían capaces de firmar la Declaración de Independencia de Israel. Aquella mano tendida en señal de paz y buena vecindad fue amputada; la promesa de oportunidades igualmente justas, independientes de religión, raza o género, fue enterrada; el martillo de la ultraderecha se encuentra plenamente activo, mutilando el núcleo mismo de la división de poderes y destruyendo ante nuestros ojos perplejos los tres valores principales de la soberanía hebrea: libertad, justicia y paz.

Si supuestamente los partidos de la oposición presentaran un proyecto de ley que obligue a enseñar meticulosamente la Declaración de Independencia en su totalidad en las escuelas, los verdaderos rostros de los «caballeros de los asentamientos, la bandera y el himno» quedarían al descubierto.

No es ninguna coincidencia que los portavoces de la ultraderecha - que no es nueva en su composición sino en la audacia descarada de su filosofía política totalitaria - tenga una enorme dificultad para obtener inspiración y apoyo de los creadores del sionismo y de los fundadores del Estado. Ni Herzl ni Jabotinsky ni Ben Gurión ni Begin hubieran aprobado las acciones de la coalición Netanyahu-Bennett-Liberman que desgarran a la nación. Si vivieran actualmente, la mayoría de ellos serían considerados traidores y vendepatrias.

Para todos ellos el Estado judío era un milagro, y la democracia su pan de cada día; ellos jamás podrían aceptar a esta ultraderecha que se convirtió en la precursora de un Israel fascista.

El fascismo, para aquellos que lo olvidaron, no está precisamente relacionado con la unidad cívica y la solidaridad nacional; al contrario, es su peor enemigo.

Ya lo dijo el poeta israelí Natán Alterman: «Así es como se denomina al fascismo en todos los diccionarios, y a veces vale la pena llamar a las cosas por su nombre».