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En la burbuja

Israelíes y palestinos viven encarcelados en lo que cada vez se asemeja más a una burbuja herméticamente cerrada. Con los años, dentro de esa burbuja, cada grupo generó justificaciones sofisticadas para cada acto que comete.

Israel puede afirmar con razón que ningún país del mundo se hubiera abstenido de responder a los incesantes ataques de Hamás o a la amenaza representada por los túneles que éste excavó desde la Franja de Gaza hacia Israel.

Hamás, por su parte, justifica sus ataques contra Israel argumentando que los palestinos están aun bajo la ocupación y que los habitantes de Gaza viven exasperados bajo el bloqueo impuesto por el Estado judío.

Dentro de la burbuja, ¿quién puede protestar ante la expectativa de los israelíes de que su Gobierno haga todo lo posible para salvar a los niños del kibutz Nahal Oz, o de cualquier otra comunidad vecina a la Franja de Gaza, de un comando de Hamás que pueda surgir de un hoyo en el tierra? ¿Y cuál es la respuesta a los habitantes de Gaza que dicen que los túneles y cohetes son las únicas armas que les quedan contra un Estado poderoso como Israel?

En esta burbuja cruel y desesperada, ambas partes tienen razón. Ambas obedecen a la ley de la burbuja - la ley de la violencia y la guerra, la venganza y el odio.

Pero la gran pregunta, mientras la guerra continúa, no es acerca de los horrores que ocurren todos los días dentro de la burbuja, sino la siguiente: ¿Cómo diablos puede ser que estamos asfixiándonos juntos dentro de esa burbuja durante más de un siglo?

Ese interrogante, para mí, es la base de este último ciclo sangriento. Como no puedo preguntarle a Hamás, ni pretendo comprender su forma de pensar, les pregunto a los líderes de mi propio país, al primer ministro Binyamín Netanyahu y a sus predecesores: ¿Cómo pudieron desperdiciar los años transcurridos desde el último conflicto sin iniciar un diálogo, sin realizar el más mínimo gesto hacia un debate con Hamás para tratar de cambiar nuestra explosiva realidad? ¿Por qué, durante estos años, evita Israel entrar en negociaciones sensatas con los sectores moderados y más dispuestos al diálogo dentro del pueblo palestino - un acto que también hubiera servido para presionar a Hamás? ¿Por qué hicieron caso omiso, durante 12 años, de la iniciativa de la Liga Árabe que podría haberse asociado con otros estados árabes moderados, con la facultad de imponer, tal vez, un compromiso sobre Hamás?

En otras palabras: ¿Por qué los gobiernos israelíes fueron incapaces, durante décadas, de pensar fuera de la burbuja? Y sin embargo, la ronda de violencia actual que tiene lugar entre Israel y Hamás es en cierta manera diferente. Más allá de la agresividad de algunos políticos que avivan las llamas de la guerra, por detrás del gran espectáculo de la «unidad» - en parte auténtica, pero sobre todo manipuladora - algo en esta guerra logra, creo yo, dirigir la atención de muchos israelíes hacia el mecanismo que constituye la base de esta situación vana y mortalmente repetitiva.

Muchos israelíes que se negaron a reconocer el estado de las cosas contemplan ahora el inútil ciclo de la violencia, la venganza y la respuesta a la venganza, y descubren la forma en la que nos reflejamos: una imagen clara y sin tapujos de Israel como un Estado brillantemente creativo y audaz que, sin embargo, durante más de un siglo está dando vueltas alrededor de un conflicto que podría haberse resuelto hace años.

Si dejamos de lado por un momento las razones que habitualmente empleamos para erigir una muralla que neutralice nuestra compasión humana hacia la multitud de palestinos cuyas vidas fueron destrozadas en esta guerra, tal vez seremos capaces de verlos, dando vueltas junto a nosotros, caminando penosamente en infinitos círculos ciegos, en adormecedora desesperación.

No sé lo que piensan de verdad los palestinos en este momento, incluidos los habitantes de Gaza; pero tengo la sensación de que los israelíes están madurando. Lamentablemente, dolorosamente, rechinando sus dientes, pero madurando. O quizá están siendo obligados a hacerlo. A pesar de las declaraciones beligerantes de políticos y expertos impetuosos, más allá de la arremetida violenta de los matones ultraderechistas contra cualquier persona cuya opinión difiere de la suya, la arteria principal de la opinión pública israelí está ganando en sobriedad. La izquierda es cada vez más consciente del odio potente contra Israel - un odio que no surge sólo de la ocupación - y del volcán fundamentalista islámico que amenaza al país.

También reconoce la fragilidad de cualquier acuerdo que pudiera ser alcanzado aquí. Más gente de izquierda entiende ahora que los temores de la derecha no son mera paranoia, sino que representan una amenaza real y crucial.

Espero que en la derecha también existe ahora un mayor reconocimiento - incluso acompañado por la ira y la frustración - de los límites de la fuerza; del hecho de que incluso un Estado poderoso como el nuestro no puede actuar como se le dé la gana; y que en la época en que vivimos no hay victorias absolutas, sino apenas una ilusoria «imagen de la victoria» ,a través de la cual podemos discernir fácilmente la verdad: en la guerra sólo hay perdedores.

No existe una solución militar ante la angustia real del pueblo palestino, y siempre y cuando no se alivie la asfixia que se vive en Gaza, tampoco Israel podrá respirar libremente.

Los israelíes saben esto desde hace décadas, y durante décadas se negaron a comprenderlo en forma profunda. Pero quizás esta vez entendamos un poco mejor; podamos vislumbrar quizás la realidad de nuestra vida desde un ángulo ligeramente diferente. Se trata de una comprensión dolorosa, y sin duda amenazante, pero ésto podría significar el comienzo de un cambio. Podría hacernos comprender cuán crítica y urgente es la paz con los palestinos, y cómo se puede constituir también la base de una paz con otros estados árabes. Puede ser que esta vez la paz - concepto tan menospreciado en estos días - sea presentada como la mejor opción, y la más segura, que está a disposición de Israel. ¿Será posible que una comprensión semejante emerja en la otra parte, en Hamás? No tengo forma de saberlo.

Pero la mayoría palestina, representada por Mahmud Abbás, ya decidió a favor de la negociación y en contra del terrorismo. ¿Es posible que el Gobierno de Israel, después de esta sangrienta guerra, después de perder a tantos jóvenes amados, siga evitando intentar por lo menos esa opción? ¿Habrá de seguir ignorando al Sr. Abbás como componente esencial para cualquier resolución? ¿Seguirá descartando la posibilidad de que un acuerdo con los palestinos de Cisjordania pueda conducir progresivamente a una mejor relación con los 1,8 millones de residentes de Gaza?

Aquí en Israel, tan pronto como la guerra acabe, deberemos empezar el proceso de creación de una nueva alianza, una alianza interna que habrá de alterar la matriz de pequeños grupos de interés que nos controlan.

Una alianza de aquéllos que comprenden el riesgo fatal de seguir dando vueltas en vano alrededor del conflicto; aquéllos que entienden que nuestras fronteras no separan ya a los judíos de los árabes, sino a las personas que aspiran a vivir en paz de los que se alimentan, ideológica y emocionalmente, de una violencia continuada.

Creo que Israel todavía posee una masa crítica de personas, tanto de izquierda como de derecha, judíos y árabes, religiosos y laicos, que son capaces de unirse - con sobriedad; sin ilusiones - en torno a algunos puntos comunes para resolver el conflicto con nuestros vecinos.

Hay muchos que todavía «recuerdan el futuro» (frase extraña, pero exacta en este contexto) - el futuro al que aspiran para israelíes y palestinos. Todavía existe - pero quién sabe por cuánto tiempo - gente en Israel que entiende que si nuevamente nos sumimos en la apatía estaremos dejando el campo libre a aquéllos que habrán de arrastrarnos inexorablemente hacia una próxima guerra, encendiendo cada foco posible de conflicto en la sociedad israelí a medida que avanzan.

Si no llevamos a cabo esta empresa, habremos de seguir todos - israelíes y palestinos, con ojos vendados, la cabeza gacha en estupor, colaborando con la desesperanza - asfixiándonos en esta burbuja, que ahoga y erosiona nuestras vidas, nuestras esperanzas y nuestra humanidad.

Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com