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En medio de la diversidad

En Israel se puede ser de derecha y apoyar públicamente a un candidato de izquierda sólo para que gane el de centro. En Israel, una feminista puede buscar alianzas con ultraortodoxos y admitir que es una coalición opositora de conveniencia para no reconocer que es una simple táctica por el poder, alejada del interés político. En Israel, uno puede ser médico de confesión drusa y coronel del Ejército del Estado judío sin que suponga una esquizofrenia.

En Israel ondean banderas en los balcones, cada una de su país de origen, ahora que empezó el Mundial, aunque todos animan a la selección azul y blanca en hebreo. En Israel hay grupos políticos que defienden cosas que ellos mismos saben indefendibles, pero que les permite hacer presión para su grupo de interés. En Israel, cuando crece la economía, la burguesía urbana de Tel Aviv en lugar de tener menos hijos, tiene más.

En Israel vive un 20% de árabes con la ciudadanía israelí. Algunos se están secularizando; otros reclaman que se les denomine por lo que son, cristianos árabes israelíes; unos pocos más son drusos, y del resto, una parte grande se está radicalizando con el conflicto. Y en Israel, o lo que muchos israelíes dicen que es la Judea y Samaria, pero que otros, quizá la mayoría, cree que es Cisjordania, vive un 16% de israelíes - 400.000 de personas - entre dos millones de palestinos.

Para los palestinos, ésa es una clave del conflicto. Para los israelíes, no.

Los palestinos no quieren israelíes en Cisjordania. ¿Y los israelíes? Eso es más difícil de decir. Porque, como dicen ellos mismos, «de cada dos israelíes hay tres opiniones».

Que Israel es una sociedad mucho más diversa de lo que se suele reflejar en los medios queda claro cuando en menos de 12 horas uno se entrevista con el portavoz de los colonos en Cisjordania y el director general de la Inicitiva de Ginebra. Ambos, personas preeminentes en la sociedad del Estado judío y ambos con responsabilidades políticas claves en el conflicto.

Y uno lo entiende no sólo porque sus posturas sean muy enfrentadas, sino porque cada uno de ellos enfrenta el problema desde varios puntos de vista, entiende los del contrincante, acepta que quizá él no esté en lo cierto, y en lo esencial, cambiando lo urgente por lo importante y lo importante por lo urgente, la traslación práctica de sus muy enfrentadas posturas acaba por ser muy parecida.

Danny Dayán fue presidente del consejo de israelíes residentes en Judea y Samaria, o sea de lo que conocemos como asentamientos, desde 2007 a 2013. Él no cree que pueda fiarse de los palestinos y, como todo israelí - en esto sí están de acuerdo aparentemente de un modo cuasi unánime -, pone el peso en la seguridad: «Si cedemos esta tierra, desde las colinas dominan Tel Aviv, el aeropuerto Ben Gurión y otras zonas metropolitanas, a menos de 20 kilómetros y topográficamente por debajo. Mientras no haya garantías de seguridad eso es inaceptable».

Gadi Baltiansky es el director general de la Inicitiva de Ginebra, una ONG con contraparte en territorio palestino que, a partir del casi-acuerdo de Camp David en el 2000 dio a luz una propuesta de paz detallada en un documento de 400 páginas: «La seguridad es clave, y sin ella Israel no puede aceptar ningún acuerdo. Pero nadie puede decir que la solución es imposible, nosotros lo demostramos, al otro lado también hay buena voluntad».

La guerra en Siria y los acontecimientos recientes en Irak, donde el Ejército Islámico de Irak y Siria está tomando ciudades y se halla ya a las puertas de Bagdad es una preocupación extrema para Dayán: «El escenario imaginable puede ser que Irán tenga fronteras con Israel si acaba dominando Siria a través de Hezbulá y logra imponerse en Irak. Entonces sí que tendríamos un problema; y más si pretendiéramos abandonar Cisjordania. Imaginen qué habría pasado si en 2007 hubiéramos devuelto los Altos del Golán al régimen de Assad, qué no estaría pasando ahora que ese país está en una guerra civil terrible».

No es que Baltiansky desdeñe los riesgos de esos violentos yihadistas, pero separa ambos asuntos. Y cree que si ya hay acuerdos de paz con Egipto y Jordania, una solución del asunto palestino acercaría a la toda la región, al menos en lo que respecta a Israel: «A todos los países árabes les conviene, como a nosotros, una situación de calma segura».

Desde el mismo año 2000 en que Bill Clinton trató de empujar al acuerdo al entonces primer ministro israelí, Ehud Barak, y al ya fallecido líder de los palestinos, Yasser Arafat, la solución de dos Estados se da como la base de cualquier acuerdo. Ambas partes del conflicto reconocieron esto. Pero del lado israelí, el único que es un Estado formal y democrático, hay muchas voces que se niegan a ese arreglo.

«Este conflicto es un conflicto genuino», apunta Dayán. «Y eso quiere decir que ambos estamos seguros de tener razón. ¿Paz por territorios? ¿Qué es eso? ¿Por qué? Judea y Samaria son parte de nuestra historia, Jerusalén es parte de nuestra historia. ¿Dónde está escrito que debemos irnos? Lo que sí está escrito es toda la historia del pueblo judío ahí. Yo siempre digo que el rey Salomón no podría haber decidido entre palestinos e israelíes, porque las dos se creen madres verdaderas. Lo de dos Estados lo entiendo, parece adecuado, pero ¿de justicia? No. No me parece justo. Israel hizo todo lo posible por llegar a un acuerdo, y los palestinos no dejaron pasar la ocasión de perder la ocasión: en el '48, en el '67...»

Baltiansky, por su parte, es abanderado real de la solución de dos Estados porque él formaba parte de la delegación israelí que negociaba en Camp David. En ese arreglo se basa la Iniciativa de Ginebra que, con mucho detalle, explica «un plan basado en las fronteras de 1967, los intercambios de tierra entre nosotros y ellos para que la evacuación de colonos en Cisjordania fuera lo menor posible, del 30% no más, y el plan gradual de retirada en dos años y medio previa a tres años más de presencia militar israelí». ¿Para qué? «Por seguridad, claro. Hay que generar confianza».

El caso es que los políticos, tanto de un lado como del otro, viven cómodos con este status quo de no status quo. Tener un enemigo enfrente al que poder culpar de todos tus males es rentable en política e Israel tiene asuntos sociales y económicos muy serios, con una coalición de Gobierno muy débil, que se tapan en los medios con los slogans de «ahora sí, ahora no negociamos». Aunque la calle esté harta del asunto. Y los palestinos, divididos desde hace casi una década entre los seguidores de Al Fatah y de Hamás, acaban de unir sus facciones en un Gobierno de unidad en un intento desesperado de ganar fuerza negociadora en momentos en que Estados Unidos y la Unión Europea se están desentendiendo cada vez más del asunto.

Y si ésto sigue así, ese vacío, ¿quién lo llena? Es curioso cómo tanto Danny Dayán como Gadi Baltiansky llegan al mismo punto de preocupación.
El colono cree que existen tres posibilidades. La primera es que regrese la violencia abierta: «No lo creo, porque aún estamos traumatizados, tanto ellos como nosotros, de lo que porvocó la segunda Intifada, pero es posible, esto es una olla a presión».

La segunda, una espiral de guerra diplomática: «Y esto ya está sucediendo, en una inflamatoria carrera por sancionarse mutuamente y llenar los periódicos de políticos hablándose a través de ellos». Y la tercera, una retirada unilateral israelí de Cisjordania: «Eso, sería un seguro de una nueva guerra. Ya vimos lo que ocurrió cuando nos fuimos de Gaza; más de 11.000 misiles lanzados contra nuestra población civil y varias operaciones de castigo casi bélicas por nuestro lado. Haremos lo que sea por evitar una retirada como ésa».

Y ese «lo que sea» es lo que preocupa precisamente al negociador por la paz. Baltiansky tiene claro que el vacío en el proceso ya se está llenando «y lo están haciendo los extremistas, de uno y otro lado, que saben muy bien lo que quieren y cómo conseguirlo». La Iniciativa de Ginebra entiende que debe presionar para que «el primer ministro Netanyahu sea valiente y tome decisiones, porque si no las tomarán por él, por todos nosotros, y puede regresar la violencia».

Y mientras tanto, ¿qué propone cada uno? El pueblo judío es eminentemente pragmático, y tanto Dayán como Baltiansky entienden que no se deben quedar quietos. Uno porque no cree en la solución al conflicto pero sí en mejorar el día a día y otro porque cree que mejorando el día a día se acerca el fin del conflicto. Ambos, tan enfrentados en su ideología, proponen dar pasos en sentidos muy parecidos. «Creo que podemos hacer muchas cosas por mejorar la vida de los palestinos», apunta Dayán, «nunca seremos amigos, pero podemos ser socios, y los intereses comunes dan seguridad».

Cambiando lo importante por lo urgente, Baltiansky cree que «el camino para ir generando confianza es el de desarrollar iniciativas conjuntas, poco a poco, que vayan creando el ambiente en el que las partes confíen la una en la otra».

¿Y llegar así al acuerdo de dos Estados, intercambiando territorios y compartiendo Jerusalén? Para los colonos, «sería moral y humanamente inaceptable. Nos opondremos, pero esto es una democracia; así que la mayoría puede hacer que pase», dice Dayán.

Para la Inicitaiva de Ginebra, «es la mejor solución que conocemos, si hay otra propónganla que gustosos la estudiaremos, pero creemos que no hay alternativa, y que los palestinos y los colonos lo saben».