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La farsa se acabó

Reuvén RivlinReuvén Rivlin es presidente de Israel; la farsa se acabó. No. No me refiero al proceso de elección del nuevo jefe de Estado hebreo. Si bien es cierto que en esta votación los parlamentarios israelíes trasmitieron una imagen muy poco halagadora, con muchas intrigas, alcahuetería y confabulaciones, su calificación de farsa es exagerada y errónea.

Pese a todos esos comportamientos políticamente incorrectos, no se puede pasar por alto que se eligió como nuevo presidente del país a una persona que goza de una gran estima general. Esta sensación es real y se basa en una prolongada carrera política repleta de atributos personales sobresalientes tales como honestidad, humildad, lealtad, franqueza, sinceridad, veracidad y una permanente preocupación por la igualdad y repudio a la discriminación.

Con gran seguridad, cuando Rivlin tome posesión de sus nuevas funciones y se convierta en el ciudadano número uno del país, justamente esas peculiares cualidades personales no le van a permitir continuar con la farsa que Shimón Peres impuso a la función presidencial: sermonear al mundo de las serias intenciones de paz de Israel y, de esta manera, convertirse en cortina de humo de la sigilosa y constante conquista territorial que conduce Netanyahu impulsado detrás por judíos fundamentalistas.

Reuvén Rivlin es un halcón político perteneciente a la vieja escuela de Jabotinsky y está totalmente identificado con la concepción del Gran Israel. Es improbable que Rivlin esté dispuesto a representar a Israel en organismos internacionales con discursos que predican la imperiosa necesidad de continuar las negociaciones de paz con los palestinos. Su franqueza le obligará a repetir que «hoy en día en la opinión pública israelí se intensifican los votos que resquebrajan el consenso imaginario alrededor de la idea de separación. Entre el río Jordán y el mar podrá existir sólo un Estado. Hoy, a 20 años de los Acuerdos de Oslo, se puede afirmar claramente que fracasó la idea de separación entre los pueblos» [1].

Si Rivlin, a diferencia de Peres, hubiese recibido al Papa Francisco en Jerusalén, es de suponer que repetiría las palabras que mencionó años atrás en relación al famoso discurso de Bar Ilán de Netanyahu. «En Israel no hay consenso a la solución de dos Estados y no permitiremos bajo ningún concepto la creación de un Estado vecino que represente un peligro existencial para nosotros» [2].

La solida posición ideológica del nuevo presidente, que declara abiertamente su apoyo a la solución de un Estado para dos pueblos tirando por la borda el gastado carácter judío y democrático de Israel, obligará a Netanyahu a tratar de mantenerlo escondido y alejado de todo vínculo importante con el exterior a efectos de no arruinar la idílica imagen pacifica y transigente que trasmitía Peres.

Netanyahu, tal vez el político más sagaz de Israel, captó hace tiempo el peligro que para él representa esta situación y trató de hacer fracasar los planes de elección de Rivlin por todo medio posible. Esta vez de nada valieron sus artimañas y jugarretas. Rivlin fue elegido.

Netanyahu está frente a un grave problema. Su accionar requiere imprescindiblemente de la actuación de un personaje de alto rango, con reconocido poder de convencimiento internacional y dispuesto a ponerse la careta que acentué «que Israel está dispuesto a dolorosas concesiones, inclusive cesión de territorios, durante las negociaciones con los palestinos» [3], pero, por ejemplo, que no abra la boca cuando Israel, a la par, reconoce que usa su Ejército para desterrar palestinos [4].

Un capitulo no menos interesante nos espera con las relaciones que se van a gestar entre el nuevo presidente de Israel y Obama. Como es de público conocimiento, el actual líder norteamericano no está dispuesto a establecer todo contacto directo con Hamás, entre otras condiciones, en tanto y en cuanto dicha agrupación palestina no reconozca el derecho de los judíos a su Estado independiente. Por el mismo motivo, se podría suponer que Rivlin debería recibir el mismo trato otorgado a quien públicamente no reconoce el derecho básico de los palestinos a un Estado independiente.

A sabiendas de la especial atención que presta a los poderosos grupos de influencia judía en la política norteamericana, es de suponer con alto grado de certeza que desde la primera visita de Rivlin a Washington, Obama dará la orden de tender la alfombra roja y organizar cenas de gala. Brillante ejemplo de la versión norteamericana de lo «político correcto».

[1] «Rivlin: Entre el río Jordán y el mar podrá existir sólo un Estado»; Discurso en la Knéset; Magafon News; 28.10.12.

[2] «Rivlin: En Israel no hay consenso a la solución de dos Estados»; Ynet; 16.6.09.

[3] «Netanyahu: Israel acepta dolorosas concesiones»; Arutz 7; 8.12.13.

[4] «El Ejército de Israel admite: Maniobras militares en Cisjordania son usadas para desterrar población palestina»; Haaretz; 21.5.14.