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Perder el miedo

La semana pasada se constituyó en la Autoridad Palestina (AP) el Gobierno de unidad nacional apoyado por Al Fatah y Hamás después de siete años de una lucha fratricida que debilitaba seriamente su causa.



No se trata de un amor repentino sino de que la fragilidad de ambos los forzó a una aproximación.

Al Fatah, en Cisjordania, anda a los tumbos porque las tratativas con Israel no sólo no progresan sino que, además, el Gobierno hebreo continúa con su política de construcción de asentamientos en los territorios ocupados militarmente desde 1967.

La política de asentamientos forma parte de un propósito deliberado de quienes todavía piensan que Judea y Samaria son tierras que Dios concedió al pueblo judío.

Como consecuencia, el presidente de la AP, Mahmud Abbás, tiene problemas para explicar a su gente una política de cierta moderación que no produce frutos visibles y eso lo debilita.

Por su parte Hamás, que controla Gaza, está cada día más aislado internacionalmente por pretender la destrucción de Israel, lo que llevó a europeos y norteamericanos a considerarlo una organización terrorista.

Además, el golpe de Estado en Egipto, y la consiguiente ilegalización de los Hermanos Musulmanes, lo dejaron sin su principal mentor internacional y sin los túneles clandestinos que permitían el contrabando de armas y de productos que el bloqueo israelí impide que lleguen por vías convencionales.

De manera que un estado de debilidad mutuo y el realismo político forzaron el acercamiento entre facciones palestinas que se relacionan al conflicto de manera muy diferente.

El Gobierno israelí anunció el cese de las tratativas, la construcción de otras 1.500 viviendas nuevas viviendas en asentamientos de Cisjordania y barrios de Jerusalén Este, y que no reconocerá a un Gobierno apoyado por Hamás. Un verdadero regalo para los intransigentes.

Los norteamericanos fueron más cautos y esperan ver cómo se comporta el nuevo Ejecutivo cuyas funciones más sensibles - presidencia, primer ministro, Exteriores e Interior - siguen en manos de Al Fatah.

Después de 67 años desde la creación de Israel y después de 47 de la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días, el Estado judío sigue ocupando territorios y los árabes - con excepción de Jordania y Egipto - siguen negándose a reconocerle.

Otros, como los musulmanes iraníes o la organización terrorista libanesa Hezbolá, lo llaman «entidad sionista» y aspiran a su destrucción.

Es este escenario no hay manera de que avance ningún proceso negociador por más sinceros que sean los esfuerzos de la comunidad internacional, que lleva años intentándolo en vano.

El propio Obama salió escaldado durante su primer mandato y John Kerry, su secretario de Estado, lo intentó también durante el reciente año.

El último esfuerzo lo hizo el Papa Francisco, que acaba de visitar Israel y la AP; depositó una ofrenda floral en la tumba del ideólogo sionista, Theodor Herlz, oró en el Muro de los Lamentos y en el muro de separación construido para evitar atentados terroristas.

Las partes enfrentadas desde hace décadas necesitan empuje, apoyo y garantías internacionales para avanzar. Solas nunca lograrán cerrar las enormes heridas ni aminorar los odios y las desconfianzas existentes.

Además, los negociadores de ambos bandos se ven coartados por sectores  ultranacionalistas de sus respectivas opiniones públicas que les acusan de traidores a la menor concesión que proponen. Y es sabido que sin cesiones no habrá acuerdo posible.

Lo que sobra es miedo; lo que falta es generosidad y voluntad política para avanzar en un camino que todos conocen: dos Estados, judío y palestino, dentro de fronteras reconocidas y seguras; respeto de las fronteras de 1967 con ligeros ajustes hechos de común acuerdo; división de Jerusalén con acceso recíproco a los respectivos lugares sagrados; garantías de seguridad para ambos y en especial para Israel, rodeado de inestables países árabes sumergidos en serias crisis políticas, económicas y sociales; trato justo de la cuestión de los refugiados. Nada que no se sepa y que todavía no se debatió.

El tramo final de la presidencia Obama puede dar mayor libertad de acción y mayor capacidad de presión aunque no le ayude en su tarea la percepción de un liderazgo norteamericano débil cuando se trata de dar garantías de seguridad.

Pero ambos, israelíes y palestinos, están condenados a entenderse. No sólo está en juego la viabilidad de un Estado israelí judío y democrático sino que dentro varias décadas habrán pasado muchas cosas en el mundo pero Israel y Palestina seguirán teniendo que vivir juntos en ese pedacito de tierra que les tocó compartir.

No resulta demasiado inteligente insultar durante tanto tiempo a la historia y a la geografía.