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Ariel Riesenbach de Toronto

Ariel Riesenbach (2° izq.)Cuando me preguntaba a mí mismo por qué MDA, no lograba hallar ninguna respuesta esclarecedora. Me resultaba difícil expresar con palabras la razón que me llevó a volar por medio mundo; a sumergirme en una sociedad que no conozco, y a hablar un idioma que apenas puedo entender con indiferentes y cansados paramédicos israelíes.

¿Por qué debería ofrecer voluntariamente mi tiempo y mi dinero (efectivamente, hay que pagar para ser voluntario en Israel) para ayudar a los ciudadanos de un país al que no pertenezco?

La respuesta a esta pregunta sólo puede responderse cuando uno la ve por sí mismo. Ser testigo de la colaboración en el alumbramiento de una hermosa bebé (¡dos veces ya, y contando!) ante tus propios ojos; una anciana que no necesita nada más que sostener tu mano durante el viaje de camino al hospital tras sufrir una caída; o incluso el sentido de cohesión al formar parte de un equipo de paramédicos que trabajan en conjunto como si fueran un solo individuo para salvar una vida durante la RCP.

Las experiencias que se tienen a bordo de la ambulancia dejan de ser esos angustiosos viajes al hospital para convertirse en una tarea hecha con buen humor, entre bromas, música y amigos. Uno encuentra entonces a otros voluntarios en los estacionamientos para ambulancia intercambiando historias interesantísimas de llamadas, e incluso saliendo juntos después de cada turno. Todo esto también forma parte de MDA aunque no resulte visible a primera vista; pero yo pienso que es indudablemente la mejor parte.

Todavía me cuesta despertarme a las 5:30 cada mañana para arrastrarme hasta la estación con nada más que café instantáneo en el estómago. Pero a pesar de mis mejores esfuerzos, soy irremediablemente adicto al programa de MDA.

Quedarse en casa un fin de semana para prestar servicio como voluntario durante el turno nocturno de un jueves o de un viernes, o trabajar de 16 a 24 horas seguidas, son meros retos que uno espera con ansias. No hay mejor sensación que la que se vive cuando llaman a tu ambulancia con la palabra mágica: «dajuf» (urgente). No importa cuán cansado, hambriento o irritable se sienta uno esa mañana: las sirenas son medicinales.

El programa de mi curso inicial de 60 horas finalizó hace casi dos meses, y sigo yendo cada mañana listo para el trabajo. Mi plan es continuar en MDA unos cuantos meses más hasta que dé inicio mi ulpán para entrar en el ejército. Ya no me siento un turista en la estación, sino un compañero de trabajo, un compañero de equipo y un amigo.

Hacer chistes (en mi frágil hebreo) y travesuras y forjar vínculos de amistad no son sino algunos de los muchos beneficios que se logran al participar de MDA. Recomiendo encarecidamente MDA a cualquier voluntario joven y ambicioso: ¡Ven a Israel y salva algunas vidas conmigo!

Ariel Riesenbach, 23 años, Toronto, Canadá.
La Oficina Canadiense informó que Ariel está participando en un curso avanzado de 88 horas, el cual se lleva a cabo actualmente junto a otros 21 graduados del Programa Internacional de Voluntarios Yochai Porat.