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Parashat Hashavúa - VaIetzé

Los sueños, sueños son

Un tercio de la vida humana es dedicada al sueño. Un hombre que pisa el umbral de los sesenta, ha soñado durante veinte. ¿Cuán especial puede ser, entonces, un sueño?

Un mundo de interpretaciones gira en derredor del singular sueño de la escalera de Iaakov. El Midrash dice que Dios, en este suceso, le muestra a la entrega de la Torá y le dice: "Si tus descendientes observan esta ley, ascenderán como estos ángeles; si no lo hacen, descenderán como ellos".

Este sueño tiene, no obstante, otras connotaciones. La escalera es Iaakov, y los ángeles que por allí ascienden y descienden son síntoma de su crecimiento espiritual. Nuestro patriarca, tiene el perfil de un adolescente en constante búsqueda. Por momentos, es un joven inmaduro e indeciso. En otras ocasiones es un hombre de coraje e iniciativa.

Luego de haber soñado, Iaakov dice: "Si estuviere conmigo y me cuidare en este camino que yo ando, y me diere pan para comer, y ropa para vestir, y tornare en paz a casa de mi padre, será el Eterno para mí por Dios" (Bereshit; 28, 20-21).

Iaakov era un joven que hasta ese momento había sacado provecho de su astucia. Había adquirido la primogenitura de su hermano, le había birlado su bendición, y creyó que podía utilizarla incluso con Dios. Es como si le dijera a Dios: "Tal vez pueda creer en ti; ¡pero Te lo debes ganar!".

Sin embargo, Iaakov descubre inesperadamente que la astucia es herencia de familia. Labán, su tío materno, lo engaña con alevosía y le entrega a su hija mayor, Lea, en lugar de la menor, Rajel.

Quien sabe, tal vez este sea el punto de inflexión en la vida de nuestro patriarca. Iaakov descubre las bondades del trabajo honesto, se casa, cría a sus hijos y amasa una pequeña fortuna.

Iaakov mismo empieza a subir los peldaños de aquella escalera a medida que crece, y entiende que el oportunismo y la astucia pueden transformarse en enemigos de la reverencia.

Iaakov, con veinte abriles más a cuestas, se planta con decisión frente a su suegro y le anuncia su partida. Su formación concluye.

Una escalera estaba apoyada en la tierra y llegaba a los cielos. Dios, allí arriba, sobre el último peldaño, esperaba la escalada de su elegido.

Dios espera nuestra escalada, aquella que nos aleje de la vanidad y de la vacuidad terrenal.

Un tercio de la vida humana es dedicada al sueño. Utilicemos, pues, los dos tercios restantes, para elevar y santificar nuestra existencia.

¡Shabat Shalom!