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Parashat Hashavúa - Ki Tavó

abundanciaMaldita abundancia

 - Imaginen que pertenecen a la generación del desierto y desean abrir una pequeña empresa para satisfacer las necesidades de aquella multitud. 40 años con un público cautivo y 600.000 clientes juntos no son cosa para despreciar.

Pensemos algunas alternativas:

* Venta de agua mineral: No sirve. Un pozo de agua acompañaba al pueblo de Israel durante toda la travesía.

* Venta de pan y alimentos varios: Tampoco. El pan caía del cielo.

* Una agencia de seguridad para la larga caminata: Innecesario. Una columna de nube y otra de fuego los guiaba y los cuidaba como nadie.

* Venta y remiendo de calzado y ropa: Sin sentido. Ya lo dice la Parashá de esta semana: «No se estropeó vuestro vestido de sobre vosotros, y tu zapato no se estropeó de sobre tus pies» (Dvarim; 29-4).

¿Qué le faltaba a la generación del desierto? Nada. De manera que pocas iniciativas comerciales podrían haber tenido algún éxito.

Todo esto tenía un objetivo: Formar a un pueblo en el espíritu de la Torá para que pueda estudiar aquella Ley que había recibido en el Monte Sinaí e ingresar a la Tierra Prometida como un pueblo especial.

Cuando uno piensa en lo ventajosa que fue la travesía del desierto, entiende porque aquella generación era tan quejosa y dura de comprender. La abundancia excesiva es una auténtica maldición sobre todo cuando se deja de lado el espíritu.

En nuestra Parashá, el pueblo de Israel se encuentra en las estepas de Moab preparado para la conquista. Y es allí - frente al río Jordán - que se renueva el pacto que ya se hiciera en el desierto.

¿Porqué era necesario un segundo pacto? En el desierto, la conducción del pueblo era milagrosa y sobrenatural. Al ingresar a la Tierra Prometida, eso cambiaría. Allí se entraría con la ayuda de una conducción natural y terrenal; se iría a conquistar la tierra por medio de la espada y se conseguiría el pan, como el resto de la humanidad, con el sudor de la frente.

Aquella vieja generación estuvo rodeada de tantos milagros que jamás pudo apreciar ninguno. Ahora, las reglas del juego cambian y el pacto se renueva con la esperanza de que la nueva generación pueda comprender más y mejor.

¡Shabat Shalom!