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Entre el éxito y el dolor

David GrossmanA sus casi 60 años, David Grossman vive con la compleja combinación de quien ha sentido el terrible dolor de perder un hijo - «soy hoy una persona mucho más triste que antes» - y quien siente la enorme fortuna espiritual que le da su condición de escritor; por cierto uno de los más destacados de Israel y de los más conocidos de su país en el exterior.

Autor de numerosos libros traducidos a más de 30 idiomas en todos los confines del mundo, Grossman también es conocido como un luchador por una solución pacífica al conflicto con los palestinos y un abierto crítico a la política de su gobierno en dicho tema, aunque en esta entrevista tiene también lo que criticar al lado árabe.

Grossman fue a comienzos de mes uno de los representantes más destacados de Israel en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Aunque dicho evento cultural ya culminó, nos parece oportuno incluir en la reproducción resumida de la entrevista que le realizamos, también sus referencias a la expectativa que ello le provocaba.

El texto que hoy reproducimos, es la primera parte de una extensa entrevista realizada recientemente con David Grossman, quien irradia calidez humana ya en el encuentro inicial.

En esta primera entrega, el énfasis es en su visión de Israel y la polémica política. La segunda, la semana próxima, se concentra en su creación literaria.

- David ¿qué le inspira su participación en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara?
- Me siento privilegiado por el hecho que gracias a mis libros he sido invitado ahora a este país para reunirme con sus escritores, pensadores, con su gente, sus antigüedades, su historia y arqueología. Siempre me sorprende que libros escritos en una habitación bastante pequeña en una localidad cercana a Jerusalén, donde nosotros vivimos ahora, es traducido y hace todo el viaje hasta México y gente allí puede leerlo. También pienso en el hecho que un libro escrito en hebreo, que es un idioma muy pequeño en términos de cantidad de lectores –aunque es un idioma muy grande en cuanto a secuencias, a significado histórico, a capas diversas, ya que es una lengua que tiene más de 3.000 años - es traducido y llega a México donde quizás llegue a ser relevante para gente que lo lea, para sus vidas, sus relaciones familiares y amistades. Para mí es una sensación de milagro.

- ¿Esto significa que viaja a México quizás con una sensación de responsabilidad por ser uno de los representantes de la cultura israelí con sus libros?
- Mire; yo a duras penas me represento a mi mismo, así que no puedo representar a nadie más que no sea yo mismo. Hay un gran grupo de escritores, poetas y artistas que llegan de Israel. Y es una fuente de orgullo para mí ver que de un país tan pequeño emergieron tantos artistas. Cuando el pueblo mexicano venga a vernos, verá la diversidad y comprenderá la complejidad de nuestra existencia aquí en Oriente Medio, donde hemos tenido que sobrevivir tantas guerras, violencia, terrorismo, luchando por nuestra existencia, aún con todas las fallas y puntos en los que yo personalmente tengo un sentido crítico respecto a Israel; pero al mismo tiempo podrá comprender la grandeza de esta creación, la creación de Israel, el lugar del que los judíos fuimos expulsados hace 1.800 años, volviendo luego de todos los confines del mundo, desarrollando aquí cultura, agricultura, industria, alta tecnología, revitalizando el lenguaje. Me da mucha curiosidad ver el encuentro entre estas dos grandes culturas.

- Usted ha hecho una descripción muy emotiva de la riqueza de Israel. No puedo dejar de preguntar si cree que allí, en esa diversidad, radica el secreto de lo multifacético de la literatura israelí.
- Probablemente haya varios secretos. Hay algo en la vida en Israel que es muy intenso. Sé que la gente que llega por primera vez a Israel, queda estupefacta al sentir la vibración aquí. Hay en este país un alto voltaje de emociones, espiritualidad, innovación; uno lo siente a pesar de la terrible situación, a pesar de la ocupación. Este país es enormemente energético y por lo tanto es tan placentero documentarlo desde el punto de vista del escritor, del artista; documentar sus diversos matices, sus contradicciones internas; es un gran drama. Israel es un gran drama. A veces es agotador; en realidad quizás sea agotador para una persona normal, pero no para un escritor ya que para un escritor es una oportunidad para decodificar, comprender, para contar la historia. Es un lugar que ansía todo el tiempo que se relate sobre él. ¿Qué más puede pedir un escritor?

- Y ese cúmulo de emociones, esa variedad de vivencias, esos dramas de Israel ¿son el secreto del éxito de la literatura israelí en el exterior?
- Son varias las razones. Una de ellas es realmente lo extremo de la vida acá. Es por ello que aunque uno escriba sobre la vida de una pequeña familia, ello se da dentro de la caja resonancia de la situación totalmente demente que se vive aquí. Siempre es apasionante escribir sobre gente normal en situaciones anormales, como la que vive la mayoría de nosotros. Toda la creación del Estado de Israel es un gran drama. Creo que también la historia de pueblo judío en general lo es. Por eso digo que no somos solamente el pueblo del libro sino también el pueblo del cuento. Siempre hay alguna gran historia que está relacionada a nosotros.

- ¿Se le ocurren algunos ejemplos concretos?
- Sí; desde el principio; la historia de José y sus hermanos, los 400 años como esclavos en Egipto, la liberación de Egipto y el regreso a la tierra, la rebelión contra los romanos, 2.000 años de exilio, los mitos mentirosos relacionados a nosotros como el invento de «Los Protocolos de Sión»; muchas historias. Hasta la Shoá es una impresionante historia. Y por supuesto la creación del Estado de Israel es una historia más grande que la vida misma. Israel casi todo el tiempo produce historias increíbles.

- La verdad es que caminando aquí por la calle uno ve gente que parece lo más común y se pregunta qué historia llevará consigo.
- Es que todo aquel que llegó aquí de diferentes confines del mundo, trae una gran historia consigo. Todo sobreviviente de la Shoá que vino a Israel llegó con una historia que es difícil describir en toda su dimensión. No se puede imaginar siquiera lo que esa gente vivió. También entra en juego la actitud ambivalente hacia el judío, al que en el transcurso de la historia se le demonizó o idealizó. Y ambas cosas son una deshumanización. Esta es una explicación muy general. También creo que el tema pasa por el lugar de la familia en el mundo judío, un lugar muy significativo, cargado de muchas emociones, buenas y malas. Creo que en la vivencia emocional en Israel hay algo muy extremista. No es casualidad que la literatura israelí tiene tanto éxito en Italia, también en España y creo que cada vez más también en América Latina. Yo comienzo a recibir cartas de lectores de allí y esa para mí es una medida de la situación.

- ¿Y usted da estos ejemplos porque quiere decir que pueblos emocionales, de sangre caliente, en el sentido positivo del término, se sienten cercanos a la literatura israelí?
- Exactamente. Pueblos cálidos que sienten cierta similitud. ¿Por qué uno se siente atraído a un libro traducido que llegó de otro lado? Porque es una combinación de algo muy íntimo y al mismo tiempo muy exótico. Toca algo íntimo pero es al mismo tiempo suficientemente extraño como para poder provocar asombro. Y creo que la literatura israelí brinda esta combinación de lo íntimo y lo exótico.

- Usted ubica el relato de sus libros mayormente en Israel…
- Yo escribo casi exclusivamente sobre la realidad que conozco a fondo. Y esa es la realidad israelí.

- Y ya ha dicho en otra oportunidad que para usted, la casa es donde está la gente que usted ama; y supongo que es sobreentendido que eso es donde puede respirar y sentir la calle; algo que usted ya ha dicho no le sucede en el exterior...
- Es cierto. En el exterior no me sucede. Es interesante porque a veces pienso lo que me pasa cuando estoy fuera del país. Israel es un lugar en el que puedo descrifrar casi todos los códigos. No todos, pero muchos de ellos. Quizás hace 20 años sí podía, pero hoy la población es tan distinta y heterogénea que no puedo. ¿Qué puedo saber yo de los códigos de quien llegó de la ex Unión Soviética o de Etiopía? Casi nada. ¿O de la vida de los haredim, los ultraortodoxos? Sé lo que muestran los programas de televisión, pero no podría decir que realmente conozco a fondo esos códigos. Aún así, esta es aún la casa; aún tengo con ellos un idioma en común, estamos en la misma olla de presión. Así como las verduras de la sopa se conocen todas entre sí, así nos conocemos nosotros todos, físicamente, no racionalmente quizás. Pero cuando estoy en el exterior, casi no conozco. Por otra parte afuera no se siente la presión que ahoga que se siente a veces en Israel. Afuera es más tranquilo. Es que Israel no es un país, es una familia. Cada uno tiene una opinión sobre ti, sobre la comunidad de la que provienes, con juicios de valor.

- Entiendo que lo dice para bien y para mal.
- Por supuesto. Yo elijo vivir acá porque este es mi lugar. Quiero vivir acá porque es un lugar relevante. La vida es muy corta y quiero tener relación con gente que me resulta relevante, que inspira en mí cosas significativas. Pienso todo el tiempo que una gran parte de nuestra vida que nos es impuesta por situaciones arbitrarias, por coincidencias, por gente que no es en absoluto relevante para nuestras vidas, con la que uno no quiere tener ningún tipo de relación, pero que determinan mucho, por la vida o por la muerte, de nosotros y nuestros seres queridos. Y cuando escribo, me ocupo únicamente de materiales relevantes. Y escribir en hebreo, para mí, es hacer eso. Yo no puedo vivir en otro lado. Me han ofrecido en distintas ocasiones ir a enseñar a otros lares. Pero no puedo. Hay tanto drama acá del que quiero ser parte; y no quiero irme. A veces sufro, me enloquece; es difícil ver cosas que pasan acá, la muralla que se construye aquí a dos metros y que me hace estallar; pero aún, son cosas mías.

La crítica política

- Quizás allí está lo central; quizás todo se resume en una explicación muy sencilla: esta es su casa, aquí nació y eso es difícil cambiar. La casa es al parecer lo que más inspiración da…
- La casa, el hogar, eso mismo. Recuerdo que una vez un periodista, durante la segunda Intifada, me preguntó por qué no me voy, y respondí que uno no abandona a un pariente enfermo. Ahora, dije, Israel está sufriendo una enfermedad. Realmente creo que Israel padece de cierto tipo de dolencia. Lo digo con gran pesar. Pero aún así es el lugar más significativo en el cual puede vivir un judío. Es un lugar en el que se habla hebreo y eso ya basta. El idioma preserva todas las cargas de la historia y la memoria. Yo quiero vivir en un lugar que habla hebreo.

- ¿Hay remedio para la enfermedad?
- Creo que ante todo, el enfermo tiene que estar dispuesto a recibir un remedio.

- O a pasar una operación…
- Me parece que en este momento el paciente no está tan dispuesto a hacerse la operación; inclusive hasta diría que se enamoró de su enfermedad. Una situación en la que un país ocupa a otro pueblo, no es normal. No me van a convencer de que esto es normal. Pero se acostumbran y hasta desarrollan ideologías que explican por qué es bueno estar en una situación así y que no tenemos más remedio que vivir así. ¿Si hay remedio? Sí; yo creo hace mucho que lo hay; un remedio que puede curar nuestra enfermedad principal, que es la relación con nuestros vecinos. Y creo que apenas nos curemos de ello, muchas otras enfermedades de la sociedad israelí comenzarán a sanar. Claro que en ese momento surgirán otras, ya que no hay sociedad sin enfermedades.

- Problemas que ya existen, de hecho, podrán tornarse más evidentes entonces...
- Sí; pero esos enfrentamientos con los que tendremos que lidiar, serán más correctos;  serán de un pueblo consigo mismo, con su cultura, con sus diferentes tribus; lo digo en el sentido sociológico. Deberemos tratar el enorme abismo económico que existe. También el tema de qué lecciones Israel toma del judaísmo; si continuamos sufriendo del enfoque de víctima atemorizada que nuestro primer ministro incentiva casi a cada momento. Cada vez que prendemos la radio escuchamos cómo él azuza nuestros temores. Nos devuelve una y otra vez a la época de la Shoá. Yo creo que si hay paz, tantas deformaciones internas podrán empezar a sanar. Israel podrá ser un hogar. Creo que aún no lo es. Ojalá lo fuera. No es una casa si algunos de los vecinos tienen reivindicaciones justas respecto a algunas de las habitaciones,o si tienes que andar en casa armado. Tampoco logra ser refugio, porque es peligroso. A mis ojos, este es nuestro lugar. Yo quiero estar aquí. Quiero ver una continuidad de hijos y nietos; y ver cómo es sin el temor de la aniquilación, sin una amenaza existencial. No he tenido jamás ni un día de vida sin esa sensación de amenaza. Quiero ver si podemos vivir así.

El papel de los árabes

- La pregunta - y no hay aquí contradicción ninguna creo yo con todo lo que usted ha dicho - es si realmente esto depende sólo de Israel…
- No.

- Sin olvidar ni por un momento las muchas cosas que deben ser criticadas de todo lo que sucedió desde 1967, creo que debemos recordar que Israel no se levantó un día con ganas de comerse palestinos en el desayuno.
- Claro que no.

- Y la atmósfera en la que ha vivido y vive Israel no ha inspirado nunca una gran confianza de su parte en sus vecinos. ¿Cómo se combina entonces todo?
- Tienes toda la razón. En Oriente Medio, los países árabes jamás aceptaron a Israel; nunca aceptaron su derecho a existir; nunca aceptaron el hecho que vive aquí y una y otra vez tomaron la iniciativa de lanzarse a la guerra contra Israel. Los árabes con los que yo hablo, los musulmanes con los que yo hablo, no entienden para nada la importancia de Israel para nosotros. Creen que estamos aquí como brazo del imperialismo norteamericano. Se niegan a reconocer que ésta realmente es nuestra patria. Rehúsan respetarlo. Nos exigen respetar su visión de su patria pero no están dispuestos a respetar la importancia que tiene para nosotros el lugar en el que fuimos creados como pueblo, como cultura, como religión, como idioma. En el transcurso de los años, los palestinos cometen grandes errores. Desde este punto de vista son un socio maravilloso de los errores y crímenes de Israel. Eso es indudable. Pero lo que a mí me interesa es cómo salgo de esta situación. Y no saldremos si las partes compiten por ver quién es más desgraciado o criminal. Saldré de esta situación si decido que estoy dispuesto, por determinado tiempo, suspender lo que ocurrió en el pasado para intentar hallar los puntos en los que se juntan los intereses. No sé si los palestinos son capaces de un acto valiente de este tipo. No sé si el presidente Mahmud Abbás puede elevarse al nivel de las concesiones ineludibles. No sé si nuestro primer ministro es capaz. Ninguno de los dos me ha parecido por ahora capaz de dar esos pasos, pero creo que hay chances. Yo no me desespero. ¿Y por qué miro hacia adentro? Porque soy israelí y me importa lo que hace mi país. Quiero ver que mi país da los pasos necesarios para llegar a la paz. Además considero que dado que somos mucho más fuertes que los palestinos, tenemos mayor margen de maniobra para hacer concesiones. Tenemos más que dar que ellos.

- ¿Concibe una paz plena?
- Si me pregunta si creo que se llegará a una paz completa, como la que hay hoy entre Alemania y Francia o las buenas relaciones que hay dentro del Benelux, diría que no. Creo que será una paz que costará preservar; será difícil hacerlo; será una paz que exigirá mucha sabiduría y valentía de parte de los gobernantes. Es que paz entre nosotros y los palestinos significará que las dos partes habrán aceptado términos medios muy dolorosos de ambas partes. Y eso quiere decir que fanáticos de ambas partes los rechazarán y harán todo lo que esté a su alcance para atentar contra esa paz. No será perfecto, pero hay que intentar. Hay que echar a andar un proceso para ver si tiene éxito. Puede ser que los dos pueblos no estén maduros para llegar a la paz. A veces siento, hablando con gente, que cuando se habla de la paz, la gente reacciona como tensa; y todavía no estamos hablando de qué pasará si no se logra la paz. Puede ser que para creer en la paz haya que ser muy ingenuo. Pero creo que no lo soy; nací aquí y conozco.

- Además, usted no defiende la paz por ser un pacifista en el sentido ideológico y filosófico de la palabra, opuesto a todo uso de la fuerza en cualquier situación...
- Claro que no. Claro que estaría feliz si no hubiera guerras, pero sabemos que las hay. Estuve en el ejército, hice servicio militar durante cuatro años, estuve en dos guerras, mis hijos sirvieron en el ejército y como usted sabe, uno de ellos murió en combate. Mi hija menor acaba de terminar su servicio militar. El ejército israelí no es sólo un ejército de ocupación, es un ejército que tiene como misión defender a Israel. Sin ejército Israel no podrá existir aquí. Eso lo oigo permanentemente de mis propios amigos palestinos.

- Eso es muy interesante...
- Así es; lo oigo todo el tiempo. Hace unas semanas estuve en un evento en Italia y allí encontré un egipcio que me dijo que tiene claro que sin ejército, nosotros no podríamos existir aquí ni un minuto. Es imperioso que lo tengamos. También hay que tener cuidado por cierto de que el ejército no se convierta en el elemento central de nuestra identidad. Debemos, junto con el ejército, preservar nuestra forma de vida democrática. Es la necesidad de ser tanto Atenas como Esparta, juntos. Y se puede vivir de otra forma. Lo siento inclusive por la repercusión a mis libros en el mundo. La sensación es que, contrariamente a lo que me enseñaron en gran medida mis maestros, mis padres y también mi primer ministro, no todo el mundo es hostil a lo que puede salir de Israel. Y eso da una sensación, realmente, de andar de otra forma por el mundo. Es una sensación dulce no tener que andar teniendo miedo al mundo. Aunque seamos diferentes y haya cada tanto discrepancias, siento que si uno toca determinado lugar, ocurre una maravilla, la gente se abre ante uno; y es como si súbitamente se quitaran sus propias corazas. Todos tenemos las nuestras. Tú me estás entrevistando ahora y cuando sentiste que fui demasiado crítico de Israel, vi en tus ojos que no querías que Israel sea presentado así ante el mundo.

- Me captó fielmente; pero lo que dice el entrevistado, para mí, es sagrado. Puedo intentar con mis preguntas llevar a que se muestre la otra cara que creo es importante y relevante, pero no voy a cambiar jamás lo que dice el entrevistado. Sería inaceptable periodísticamente.
- Es muy importante lo que has dicho ahora. De todos modos habría llegado a ese otro punto al que me dio pie con su pregunta, ya que suelo hablar del papel que también los palestinos juegan acá, ya que es una tragedia de dos, no sólo de un lado.

Muerte, realidad y libro

- David, usted recordó recién la muerte de uno de sus hijos, Uri (z"l); y aunque sé que se ha tenido que referir públicamente al tema en más de una oportunidad, yo lo menciono con una mezcla de respeto y temor porque debe ser lo más doloroso de tratar. Como padre, entiendo que al principio sintió que se terminaba la vida, pero luego comprendió que no. ¿Cómo lo cambió la muerte de Uri?
- No quiero hablar de él mismo porque me lo quiero guardar para mí. Creo que hoy soy una persona mucho más triste que antes, más concentrado en las cosas. A veces me preguntan si eso cambió mis ideas y yo digo que no, que cambió mis sentimientos, no mis pensamientos. Sigo sin ver otra solución que la que mencioné antes. Lo que me ayudó a volver a la vida fue por cierto la familia y las amistades. En Israel es muy fuerte eso, la fortaleza y potencia de las amistades. También la escritura.

- A la que volvió gradualmente ¿verdad? Y con un libro tan duro como «La vida entera»…
- Es cierto. Es duro, pero por otro lado pienso todo el tiempo, si es que se puede usar la palabra «suerte» en un contexto tan terrible, qué suerte que escribí ese libro y pude volver a vivir mi duelo dentro de un libro que era tan relevante.

- Recordemos que el libro es sobre una mujer, Ora, cuyo hijo es reclutado y a ella la ataca la sensación certera que él morirá en combate, por lo cual se va de su casa para huir de la eventual recepción de la noticia sobre su muerte, sintiendo que si no le pueden avisar que él cayó, pues será como que no murió. Y la tragedia de la muerte de su hijo ¿cambió el comportamiento de Ora en el libro?
- El libro es sobre el temor a algo que sucederá, no sobre algo que ya ocurrió, por lo cual intenté mantenerme muy fiel a la historia original, también después de lo que sucedido con la muerte de mi hijo. Pero claro está que hizo que la historia sea más extremista. En mí como escritor, todo se dio dentro de una caja de resonancia mucho más extrema, pero de la historia misma no cambié casi nada. Luego escribí que es sobre lo que ocurre después de la tragedia, sobre cómo es vivir con esa muerte. Ese sí que ya es un mayor intento de llegar lo más lejos posible a tocar el lugar en el que la vida toca la muerte. O sea, el último lugar en el que hay vida pero ya se comienza a sentir a la muerte. Siempre siento que ese libro me enseñó más que cualquier otro. Hay vida y hay muerte. Están separadas. Y ningún ser humano ha logrado hasta ahora cruzar el límite entre una y otra y volver. Pero hay un lugar en el que podemos probar algo pequeño de lo que es la muerte y volver, y es el arte. La escritura, la poesía, la música, el cine, el teatro, el dibujo; todo eso sí nos permite tocar la frontera y volver, informar. Para mí la literatura, la escritura, es el único lugar en el que pueden convivir las cosas con la pérdida de las mismas. Es un lugar que late en el que todo lo que escribe habla sobre algo lleno de vida pero bajo lo cual siento la muerte.

- Esa es una imagen sumamente fuerte. ¿Surgió cuando Uri cayó?
- No. Eso lo agudizó, pero lo recuerdo de antes. Tengo presente mi primera memoria, como niño, de una fiesta en la casa de mis padres, no recuerdo por qué. Había allí una alfombra de colores, gastada y rota, que tengo hoy en mi escritorio y de la que no me puedo desprender. Yo tenía 3 o 4 años, y recuerdo que súbitamente me vino una certeza clarísima que me cortó el cuerpo, que toda esa gente iba morir.

- ¿Usted recuerda la sensación misma?
- Sí; y estallé en un terrible llanto; lo recuerdo.

- ¿De dónde vino algo así?
- No lo sé. Mi mamá me levantó, y creo que yo no podía expresar lo que me estaba pasando. Recuerdo que luego tuve una conversación con mi mamá en la bañera; ella me tranquilizó y me dijo que no morirán o que si mueren, eso será mucho tiempo después. Y ahora mi mamá acaba de celebrar 80 años. También mi padre está con vida; soy realmente muy afortunado en eso.

- Volviendo a aquel sentimiento que lo embargó repentinamente ¿también se refería a su propia muerte? ¿Temía morir?
- Recuerdo que era muy clara la sensación que esa gente que estaba en la fiesta iba a morir. Sé que yo también pensé en eso más de una vez. La verdad es que siendo un niño judío en Israel, la muerte es algo que está cerca. La muerte siempre amenaza. Hay guerras, hay conciencia acerca de la Shoá, el Holocausto, que nos sobrevuela todo el tiempo; y en la escuela en el día recordatorio Yom Hashoá nos indican ir con camisa blanca y cinta negra; uno no entiende de chico por qué; se para firme en la ceremonia y le dicen a uno que fueron asesinados seis millones; y es un número que uno no puede captar. Se puede captar una Ana Frank, pero no seis millones de muertos.

- Exactamente; la personificación, la personalización de la tragedia en alguien con rostro, nombre y apellido, da otra dimensión.
- Claro. En realidad tampoco un adulto puede comprenderlo en toda su dimensión. Pensemos que recién ahora, 65 años después de la creación del
Estado, hay en Israel 6 millones de judíos. Pero eso está de fondo siempre; uno vive como sintiendo que el interlocutor también es, todo el tiempo, la muerte. La conciencia acerca de la muerte, para los judíos de Israel, pasa por el cordón umbilical. Y realmente creo que es algo que solamente una vida en paz podrá curar, comenzar a curar,  aunque llevará generaciones hacerlo y no estoy seguro que se logre. Pero sin la paz temo que la vida transcurra demasiado junto al precipicio de la muerte. Yo he dado repetidamente un ejemplo sobre un programa de televisión que vi, con parejas jóvenes recién casadas a los que el entrevistador, que era norteamericano, planteaba preguntas sobre sus planes. Había varias parejas israelíes. Y una de ellas, una joven dulce, preciosa, dice «quiero que tengamos tres hijos», y él le preguntó por qué tres, a lo cual ella, con total naturalidad, respondió: «para que si se muere uno, aún nos queden dos».

- Dios mío…
- Cuando yo lo cuento a amigos israelíes, sé que no hay uno al que no se le haya pasado un pensamiento así por la cabeza. Es terrible. En lugar de decir que quiere tres hijos porque es la mayor felicidad máxima tener tres o cuatro hijos, ella ya está planificando cómo armar su vida para que si pierde uno, le queden otros. Es como una forma de aceptar ese destino de una vida en la que no hay ni un momento en paz;  es como si no creyéramos que puede haber otra realidad.

- Y uniendo esto con su tragedia personal... ¿Sintió que quizás al escribir sobre esa madre que huye del anuncio que teme recibirá sobre la muerte de su hijo, entró en lo que se conoce como una profecía que se concreta a si misma?
- No; yo no entro en eso. No soy fatalista. Creo que hice todo lo que estaba a mi alcance para poner fin a esa guerra en la que mi hijo cayó.

- La Segunda Guerra de Líbano en 2006...
- Así es. Tres días después de iniciada, si mal no recuerdo, di una entrevista por televisión en la que dije que teníamos todo el derecho del mundo a reaccionar al secuestro de los tres soldados en la patrulla fronteriza, a manos de Hezbolá, como todo país normal. Durante 18 años Amós Oz, A. B. Yehoshua y yo dijimos que cuando salgamos del Líbano tendremos todo el derecho del mundo de defendernos desde nuestra frontera y de responder a todo ataque que provenga desde allí. Pues también aquí hubo un ataque y teníamos derecho de reaccionar, pero cuando vi cómo se iba deteriorando la situación, critiqué al entonces primer ministro Olmert.

La familia

- David, hablamos antes de Uri que trágicamente murió en la guerra. ¿Cómo está compuesta hoy la familia?
- Mi hijo mayor, Yonatán, tiene hoy 31 años. Tiene una hija, o sea que tenemos una nieta sumamente dulce, de un año y pocos meses. Ellos vivían antes en el barrio de Talpiot, en Jerusalén, y es como si hubieran puesto allí un imán pequeño pero fortísimo. No puedo dejar de ir todo el tiempo hacia allí. Es una gran felicidad. Y me encanta ver la continuidad de las generaciones y que mis padres pueden disfrutarla. Ella los ama mucho. Ella ya entiende todo, habla, no frases enteras pero sí muchas palabras y a mí me resulta maravilloso ver cómo se va convirtiendo en una personita. Cuando un bebé tiene seis meses, uno siente que en sus ojos, o en su mirada, hay algo que no capta todo, como una catarata que bloquea cosas. Y gradualmente eso cae y ella empieza a captar y entender todo. Tiene claro ya quién es de la familia y quién no y que hay diferencia. Uno ve dónde se siente segura y dónde no. Y que cada cosa tiene un nombre. Es maravilloso. En el momento que puede dar nombre a cada cosa, es como que son más suyas, y ella más de ellas, porque son parte de su mundo. Es realmente algo fantástico.

- Y usted es el abuelo David…
- Soy el abuelo David y me encanta.

- Y tienen a la hija menor…
- Así es; Ruti, de 21 años, que acaba de terminar su servicio militar. Entre ellos estaba Uri.

- Pero usted sigue teniendo tres hijos…
- Siempre.

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay
Foto: Gentileza Ariel Jerozolimski