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«Me encantaría volver»

Darío SolariEl barítono uruguayo, Darío Solari, resume su experiencia en Masada, donde cantó en la presentación de la óprea «Carmen».

Darío Solari (35), nació en Montevideo y si bien su amor por la música comenzó más que nada con el tango, desde hace más de una década se dedica al canto lírico. Esto lo ha llevado a destacados escenarios del mundo. En su repertorio figuran Fígaro en «El Barbero de Sevilla» de Rossini, el Conde Robinson en «El matrimonio secreto» de Cimarosa, Silvio en «Pagliacci» (que cantó en Uruguay el año pasado), Sharpless en «Madamme Butterfly», Rodrigo en «Don Carlo» y Germont en «La Traviata», entre otros.

Ha cantado en las Óperas de Verona, Turín, Roma, Montecarlo, Florencia, Atenas, Amberes, Berlín, Nápoles, Beijing, Salzburgo y muchas más. Recientemente, por primera vez, cantó con la Ópera israelí.

Al finalizar su visita, Darío nos concedió esta entrevista, que nos place compartir con los lectores.

Por primera vez en Masada   

- Darío, en esta tu segunda visita a Israel, has debutado cantando con la Ópera israelí en «Carmen». ¿Cuál es tu resumen de esta experiencia?
- He quedado muy contento. El resultado es muy positivo. En efecto es la primera vez que canto con la Ópera y es la primera vez que trabajo con el Director Daniel Oren en una situación de más conocimiento que en el pasado. Él, como director de orquesta, que es el que ha dirigido el Festival de Ópera en los últimos tres años, ha quedado muy contento, según me ha dicho, y  yo también. Los ensayos fueron muy buenos con el plantel técnico del teatro, aunque las condiciones no son las mejores para un cantante.

- Te referís por supuesto al entorno singular de Masada, a cuyos pies se puso en escena «Carmen»...
- Así es. Cantar en Masada, en un desierto, en el viento, con la arena, sin acústica, con micrófono, es una cosa muy particular…

- ¿Es poco común hacer algo así?
- No. Hay otros lugares en los que se hace ópera con micrófonos, como en Bregenz. También en las Cavernas de Caracalla hay micrófono. Pero trabajar en el desierto es complicado. Antes de empezar nos dijeron que si se levanta viento, puede ser que se interrumpa la función y se vuelva al rato. No nos pasó, pero hubo un momento en el que estaba por comenzar a cantar, venía el ventarrón y la arena y por más que Carmen estaba de un lado, yo tuve que cantar casi hacia el otro, porque no se puede cantar con eso que te entra en la boca. El aire, si entra sucio, es con ese aire sucio que tendrán que sonar las cuerdas. Y uno empieza a tratar de limpiar eso, a carraspear; no son condiciones ideales.

- Ese es tu análisis profesional desde el punto de vista del canto en esa situación; pero está también la otra cara de la moneda: el lugar tan especial...
- Por supuesto. La parte visual es muy especial. El lugar es muy bonito. El espacio permite cosas que no permite un teatro y tampoco un escenario como la arena de Verona, que es enorme. Esto permite mucho más.

- Y sabiendo todo lo que significa Masada, el espectador puede sentir la magia del lugar ¿no es verdad?
- Sí; así es. Además de lo espacioso y bonito del lugar, tener ese monumento, ese lugar tan particular en la historia del pueblo judío, es una situación muy singular y muy hermosa. Fue muy importante para mi. Queda marcado en mi trayectoria como un momento muy especial. Y no oculto que me encantaría volver. Fuimos tratado muy bien por todos.

Un amor consolidado  

- Darío, yo sé que te sentís muy a gusto en Israel. Me lo has dicho en varias oportunidades. La otra vez estuviste varias semanas, cuando cantaste en el papel de Rodrigo en «Don Carlo» con la Filarmónica de Israel en Tel Aviv. Y ahora, estuviste 25 días. No es suficiente para conocer todo, pero por cierto sí bastante para saber cómo te sentís en un lugar ¿verdad?
- Así es. Tal como te dije el otro día por teléfono, con Israel aquella vez sentí que fue un amor a primera vista. Ahora, siento que es un amor consolidado. Aparte de estar en el lugar en el que estoy, con la historia, con lo particular de Israel, con todo su caleidoscopio cultural, con todas las nacionalidades, de ir por la calle y escuchar hablar en mi idioma y mil personas que han venido de distintos lugares, están las cosas de todos los días que también me han gustado: la comida, la gente, ir por la calle, la amabilidad, el deporte...

- ¿Deporte? ¿Cuándo tuviste tiempo de hacer aquí deporte?
- Soy muy hincha del basketball  y me fue muy fácil encontrar un lugar para jugar con mucha gente y aparte fue rápido, algo así como «hola, cómo te llamás, de dónde sos; vení, vamos a jugar»; muy simple el trato.

- Esa va por una de las varias cosas que hemos estado comentando hoy antes de sentarnos a grabar la entrevista, lo de la informalidad de la gente…
- Sí; la verdad que me sentí muy a gusto.

La calidez del público   

- Darío; al ir esta semana a «Carmen», sentí que la gente vibraba emocionada. ¿Cómo sentís vos del otro lado al público israelí?
- Te voy a contar una cosa. En Israel, como sabemos, hay muchos rusos. Pues tu pregunta me hace acordar que uno de los públicos más encantadores con los que yo me he encontrado, ha sido en San Petersburgo. Sumamente calurosos, todo lo contrario al clima. Es uno de los públicos más bonitos que he visto. En esta oportunidad no estuve sólo del lado del cantante sino también del público. La noche del ensayo general, que era con público, como yo no cantaba, observé «Carmen» como público.

- O sea sentado entre el público…
- Exactamente. Y tal como decís, como la gente aquí es muy informal, me di cuenta que hasta tarareaban la música. «Carmen» es una ópera muy famosa y evidentemente la conocían. ¡Y no se aguantaban! Los israelíes noté que son muy espontáneos. Y en el aplauso también lo son. No importa si va o no. Lo sienten y aplauden.

- Hoy justamente aprendí de ti que hay partes en las que no se acostumbra aplaudir… ¿Hay que tener mucha cultura musical para saberlo o es algo que necesariamente se puede intuir?
- No sé; no es fácil. Si uno está acostumbrado a ir a la Ópera o a ir a escuchar  un repertorio sinfónico, se sabe que se aplaude al final de una sinfonía y no entre los movimientos. Y en la obertura de «Carmen» hay dos partes muy claras. Pero como el público es tan espontáneo, apenas termina la primera parte de la obertura, que es muy conocida, no se aguanta y aplaude.

- ¿Y eso puede molestar a los cantantes o en general lo saben tomar como vos, que comprendiste de dónde viene esa actitud y me parece que hasta lo disfrutaste?
- Puede molestar, sí… que te aplaudan arriba de lo que estás cantando, puede molestar. Pero bueno…

- No, eso está claro… me refiero al hecho que aplaudan no sobre lo que estás cantando sino en al terminar un movimiento, en un momento en el que se debería simplemente esperar la continuación. ¿Eso puede molestar?
- Puede, pero no debe. El cantante no debe caer en eso. Esto se hace por y para el público. Todo hecho artístico es así. Si el público lo capta con alegría, con espontaneidad, es así como tiene que ser. Nosotros estamos para crear emociones.

- Entonces la recepción inclusive de una Ópera tan conocida e internacionalmente famosa como «Carmen», depende de la cultura del que la ve y escucha en cada lado…
- Seguramente.

- A mi me parece que en Masada el público aplaudía después de cada escena...
- Sí; y eso está muy bien. En una Ópera se puede aplaudir después de cada aria, después de cada dúo. Es más: uno se siente gratificado por el aplauso de la gente, donde sea. Lo que mencionabas antes sobre una parte en la que no se debería aplaudir, es porque la obertura de «Carmen» está dividida en dos. La primera es como muy jocosa  y otra que parece como decir «ojo, aquí no todo es color de rosa».

- Advirtiendo que acá habrá problemas...
- Exactamente…

Una visión personal   
 
- Darío, yo no había visto nunca «Carmen» y no sabía cuándo ni cómo entraría tu personaje, Escamillo, o sea cuándo entrarías tú en escena. Estaba expectante de oírte cantar; y realmente la entrada de tu personaje es especialmente impactante. Yo pensaba qué sentirás vos, que entrás en el escenario junto a Masada sobre el caballo, en un entorno tan singular. ¿Qué sentís hoy, aunque llevás ya diez años cantando?
- No es fácil definir lo que me estás preguntando. Lo que sí puedo asegurar es que se siente una gran responsabilidad. Pero en ese momento uno está enfocado en lo que pasa en el escenario, en lo que está haciendo, y no piensa tanto en cómo se recibe. Siempre me pongo mucho más nervioso mirando que estando. Los nervios al estómago los siento muchos más cuando estoy en platea que cuando estoy haciendo mi parte. En esta ópera, por ejemplo, había un segundo cast…

- Otro elenco; dos Carmen, dos Escamillo y demás…
- Así es. Y cuando no me tocaba cantar a mi (canté en tres de las cinco funciones), y me sentaba a ver, estba más incómodo que cantando.

- Hablando de emociones, quería comentarte que me pareció muy especial cuando al comienzo anunciaron los cuatro roles principales, y uno de ellos eras vos, como Escamillo, por lo cual por cierto dijeron tu nombre. Como uruguaya, me sentí sumamente orgullosa. ¿Eso te emociona también a vos, significa algo para vos, oir tu nombre así públicamente,cuando miles de personas están sentadas esperando que comience la ópera, en la que entre otros, también vos cantarás?
- Es una emoción interior, porque sólo yo sé cuánto me costó llegar hasta acá. Es lo mismo que te dije la otra vez, en 2008. Mi trabajo es arriba del escenario, para con la gente, pero es un trabajo interior y es un camino interior. Porque los años de estudio son con uno. Todas las verdes que uno se come en el camino son con uno. Y en este camino hay muchas más verdes que maduras. Lo importante es cuando esa oportunidad grande llega, estar preparado. Y para eso, parte de los años de estudio son también los años de esas verdes, que te van formando. Y vas a gozar de algún modo muy intensamente, vas a vivir muy intensamente los logros que vas alcanzando. Creo que en la música no hay camino corto. Siempre es largo y difícil. Pero tiene que ser así.

La interna de «Carmen»      

- ¿Cómo es la interacción entre todos los participantes? Había muchos israelíes, muchos extranjeros. ¿cómo es la dinámica interna detrás de las bambalinas?
- La verdad que depende de cada producción. En esta particularmente nos llevamos muy bien entre los solistas, entre los israelíes, un italiano, un argentino...

- ¿Cuál era el argentino?
- Gustavo Porta.

- El soldado que termina matando a Carmen…
- Así es… Yo con él me llevé de maravilla desde el primer momento que nos conocimos. Tenemos además muchas cosas en común. Lo primero que dijimos fue «¿cuándo nos vamos a ver después de acá para comernos un asado juntos?»

- ¿Con los israelíes también hubo mucho contacto?
- Sí; aparte ya conocía a uno de ellos de mi anterior experiencia en Israel.

- ¿Surgen muchas anécdotas detrás de las bambalinas?
- Te cuento que vi tres arañas del desierto y un escorpión; pero por suerte no les tengo miedo. Y además, la primera noche fui al escenario con zapatos; y luego me puse alpargatas porque me di cuenta que no tenía sentido, ya que te llenabas de arena.

- Ya sé que uno de tus grandes amores, además de cantar tangos, es el campo. Y eso, según algo que ya me contaste, te sirvió también en «Carmen»… ¿no es así?
- Es verdad. En Uruguay tuve la oportunidad de andar entre las vacas y también de andar a caballo. Siempre pensé cómo Nabucco va a entrar a caballo - cuando iba a ver ópera - y que lo lleven del cabestro. ¡No puede ser! Y siempre dije que si me tocara hacer Nabucco entraría como se debe. En esta oportunidad, Escamillo, cuando va a buscar a Carmen a las montañas, donde están los contrabandistas, llega a caballo. Y el señor de los caballos de aquí, el dueño, me ató la rienda. Yo le dije: «Señor, en Uruguay les atamos las riendas a los niños. Escamillo no puede entrar con la rienda atada».

- Y si había en el público alguien que entienda de caballos…
- Claro... se iba a dar cuenta que Escamillo entraba con la rienda atada. Y eso no puede ser (risas). Es una anécdota que me llevo de acá.

Israel y el mundo     

- Quien está en ópera y en la música lírica y clásica, tiene indefectiblemente  que estar muy ligado a la cultura europea. El israelí, o Israel, es una mezcla muy grande. ¿Cómo ves a tus pares israelíes, a la Ópera israelí, en este mundo en el que te estás moviendo hace años?
- La Ópera israelí está perfectamente insertada en el panorama internacional. Si uno mira la temporada lírica de Israel, no tiene nada que envidiarle a una europea, ni por el número de títulos, ni por el repertorio, los cantantes que contrata y los directores que dirigen. De ninguna manera. Y en la Filarmónica menos que menos teniendo a Mehta hace ya tantos años, creo que ya más de 50. El nivel es excelente. El aporte del pueblo judío a la música fue clave. Sin eso, habría sido otra cosa. No hubiera habido Mahler, Bernstein. Rubinstein, Itzjak Perlman; es un aporte fundamental a la música mundial.

- ¿Esto significa que es un buen punto en el currículum haber cantado con la Ópera israelí?
- Es muy importante porque es un teatro muy considerado en el circuito europeo.

- ¿Y qué  es hoy lo más importante para un cantante lírico?
- A nivel de teatros, llegar a los cinco más importantes del mundo: Nueva York, París, Viena, Milán y Londres. Y a nivel de directores, haber trabajado con Mehta, Mutti, Lorin Maazel, James Levine… son muy importantes.

¿Y Uruguay?

- ¿Cuándo cantaste en Uruguay en los últimos tiempos?
- El año pasado. «Pagliacci».

- ¿Cómo se ve a un cantante de Opera uruguayo en el ámbito internacional?
- Por suerte el Uruguay, a pesar de su poca población y de las pocas oportunidades artísticas que se dan, tiene muy buenos cantantes líricos como Carlos Ventre, María José Siri, Erwin Schrott, que cantan a nivel internacional. Son de excelente nivel. Y por suerte estoy siempre en Uruguay conectacdo con la lírica, con lo que pasa, con las autoridades. He trabajado con ellos en el pasado; tengo planes futuros para trabajar en el Uruguay. Puedo también decir que no estoy conforme con la política cultural que se aplica en mi país en relación a la ópera. Hay poco; considero que podría haber más y que Uruguay en vez de traer sólo producciones armadas podría empezar a tratar de formar cantantes, escenógrafos, iluminadores, maestros directores de escena. Eso no está pasando hoy. Espero que eso se solucione en el  futuro.

Los comienzos y un lindo recuerdo
    
«Yo canto, que me acuerde, desde los seis años. La primera canción que aprendí en la escuela era «Quiero tener un millón de amigos», de Roberto Carlos. Me encantaba. Le golpeaba la puerta a los vecinos y les cantaba, porque me daba cuenta que lo que salía sonaba lindo. La verdad es que ni me acuerdo las reacciones, sino sólo que a mi me gustaba lo que yo hacía. Lo demás, no sé.

A los once años empecé a tocar la guitarra en la iglesia, como tantos. A los 14 tocaba en los casamientos y ya me ganaba mis primeros manguitos con el canto. A los 16 empezó mi gran amor por el tango. Canté tango muchos años, hasta los 22-23, cuando me fui a Italia a estudiar canto lírico.

Hoy considero que no podría vivir del tango. Me encanta y canto para mi familia, mis amigos, para mi; pero no podría ya mezclarlo con el canto lírico».

Fotos: Gentileza Jana Beris

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay