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«El sionismo es como el amor»

Ilana DayánEn Israel no necesita ninguna carta de presentación. Es una de las voces y rostros más conocidos y respetados del periodismo en el país. Ilana Dayán (51) comenzó su carrera periodística como una joven soldada al alistarse en su servicio militar obligatorio en la emisora del Ejército «Galei Tzáhal».

Mucha agua pasó bajo el puente desde entonces. Ilana dirige hace ya años su propio programa en la radio, con un periodismo punzante y firme. Pero se la identifica más que nada con «Uvdá», uno de los mejores programas del Canal 2 de la televisión israelí, de investigaciones profundas e incisivas entrevistas.

Invitada por la Organización Sionista Mundial y la Agencia Judía para Israel, llegará dentro de pocos días a Uruguay para reunirse con la colectividad judía y contar su historia. Y la suya es no sólo la historia de una periodista exitosa, sino de una inmigrante que se supo abrir camino.

Tenía 6 años cuando llegó a Israel con sus padres, Mordejai y Vilma Dayán, su hermano y una tía, provenientes de Buenos Aires. Su madre, sin embargo, había nacido en Uruguay y ahora, Ilana visitará pues por primera vez su tierra natal.

Pocos días antes de partir, nos concedió esta entrevista.

- Ilana, creo no exagerar si aseguro que tu caso y el de tu familia, puede ser presentado como una gran historia de éxito de integración en Israel. Llegaste de niña al país y tu éxito como periodista volvió a quedar demostrado recientemente, cuando entrevistaste nada menos que al presidente de Estados Unidos Barack Obama en la Casa Blanca. ¿A qué atribuyes el éxito de tu integración? ¿Dirías que es una combinación de tu propio esfuerzo y de las posibilidades que ofrece Israel?
- Creo que sí está relacionado también a lo que da Israel, pero en el sentido profundo del concepto, no en relación a beneficios que se dan a los inmigrantes.

- Por supuesto, a eso me refería.
- En primer término creo que en nuestro caso la «klitá», la absorción al país, o sea la integración, fue buena porque queríamos venir. Nos nos escapamos de nada, ni abandonamos con urgencia nada. Para mis padres estaba claro desde el día que se casaron - y cada uno por separado lo sabía ya desde antes - que su vida la construirían en Israel y que sería sólo cuestión de tiempo concretarlo. Además, en la práctica, ambos sabían hebreo y eso sin duda ayudó mucho. Mi mamá había vivido unos años en un kibutz en los años 50 y mi papá, siendo janij del movimiento juvenil Hanoar Hatzioní, había enseñado hebreo. Eso sin duda fue muy importante.

- Y tú misma llegaste de chica, lo cual suele ser una ventaja.
- Llegué a los 6 años, una edad en la que creo que es excelente hacer ese cambio y en la que inclusive, en lo que al idioma respecta, si uno quiere cambiar el acento, no es un gran problema. Me esforcé para lograrlo, y aquí estoy. Pero más allá de ello, es una edad en la que si uno decide que es de acá y no de allá, con la decisión alcanza. Mi hermano tenía 13 años cuando llegamos y para él, en ese momento, fue más difícil que para mí. Para mi tía, que hizo aliá con nosotros, y tenía más de 40, fue más complicado todavía.

- El momento de tu vida en el que llegaste, fue clave…
- Así es. Habiendo llegado a los 6 años, hice en Israel la primaria, secundaria, fui a un movimiento juvenil, todo, como los demás niños. Pero además, a lo que iba al referirme a lo que da Israel, es a la posibilidad que tuve, de muy jovencita, de hacer cosas que luego fueron sin duda un empujón muy grande para el desarrollo de mi carrera periodística. Dado que Israel es un país pequeño, muy informal, ya a los 19 años era cronista de Galei Tzáhal, la emisora de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la Knéset (Parlamento) y a los 20 era la presentadora del noticiero central de la mañana. Siento que tuve oportunidades que no mucha gente tiene, sean inmigrantes o nacidos en Israel. Así que veo todo esto relacionado al hecho de que Israel es un país que sí da muchas oportunidades a gente que tiene ambición, capacidad y voluntad. Es una combinación de todo junto.

- Ilana, creo que es clave lo que dijiste al principio. Tu familia quería llegar a Israel, o sea que buscaba lo positivo de estar aquí; y la motivación no era nada negativo del lugar en el que vivían. Y esto me lleva a preguntarte si acaso, retomando tus propias palabras, quien decide sumarse al sueño sionista, debe necesariamente decidir que está sólo acá o puede también preservar las raíces, mantener cosas propias de la identidad con la que nació. ¿Te parece que se puede integrar, realizar su vida como sionista, pero sin olvidar el pasado?
- Claro que se puede ser sionista no sólo sin olvidar el pasado sino inclusive sin abandonar ese pasado. Creo que nuestra tolerancia, de los israelíes, respecto a los judíos que se quedaron en la diáspora, ha evolucionado. Yo lo vi en mi propio padre. Vi cómo intentó durante muchos años convencer a judíos que vengan a radicarse a Israel. Y cuando él falleció y yo me puse a escuchar varios de los discursos que había pronunciado, noté otro mensaje que se reiteraba: aquellos que quieran sumarse a nosotros, será hermoso recibirlos, y aquellos que decidan seguir viviendo donde están, de todos modos permanecerán por siempre en nuestros corazones. O sea que él mismo adoptó luego una interpretación más amplia del sionismo. Indudablemente se puede ser sionista y preservar, como en el caso de mi padre, la identidad argentina.

- No puedo dejar de recordar que tu papá, lamentablemente ya fallecido, fue un conocido activista de decenas de años y llegó a encabezar el Departamento Latinoamericano del Keren Kayemet LeIsrael. Mi papá lo entrevistó en repetidas ocasiones; le tenía un gran aprecio. Así que para tu papá, la identidad argentina, paralelamente a su sionismo, era muy fuerte...
- Sin duda alguna. Él fue un patriota argentino hasta el día de su muerte. Le resultaba muy difícil tener que entrar a Argentina con pasaporte israelí, no sé por qué. Creo que el crisol de diásporas israelí, que durante mucho tiempo quiso alejar la diáspora, cambió en los últimos 20, 30 años.

- ¿Y eso es bueno?
- A mi criterio tiene ventajas y desventajas. Hay algo muy moderno y post-moderno en la capacidad de poder ser de acá y de allá, de estar allá y acá. Pero en definitiva me parece que sí es necesario crear un colectivo con una identidad propia. Y la pura verdad es que dado que la existencia y la vida en Israel cobra precios tan altos, uno no puede realmente ser parte de la vivencia israelí y seguir con el corazón estando en otro lado. A uno le pueden seguir gustando las empanadas, puede esperar que le traigan alfajores y hacer un asado como se debe, no como el «mangal» israelí. Pero eso es en el sentido folklórico del tema. Más allá de ello, creo que es muy difícil. Pensemos, por dar un ejemplo, en un inmigrante de Brasil que vive en Bror Jail y uno de Argentina que vive en Mefalsim o Nir Am. Pagan precios tan altos por estar allí; y creo que no pueden realmente estar aquí y allí al mismo tiempo.

- Das ejemplos de dos kibutzim al alcance de los cohetes de Gaza y claro que su situación es muy singular, como la de tantos otros poblados de la zona…
- Creo que en el caso de los sudamericanos, un elemento que debe ser destacado es que la relación con las raíces, todo lo que deriva de la identidad original, es muy bien visto en Israel, se recibe bien.

- ¿Tú también lo sentiste?
- Sí. Y creo que eso se debe a que nunca amenazamos a nadie, ni anduvimos con slogans. Creo que lo central es que la aliá sudamericana siempre fue muy sionista. También los marroquíes y los rusos lo eran, pero llegaron en muchos casos por una situación de adversidad en la que vivían. En el caso de los sudamericanos, sin embargo, creo que podemos afirmar que la generalidad es que vinieron por motivación sionista.

La identidad sudamericana

- ¿Cómo evolucionó tu actitud ante tu propio origen? Es sabido que años atrás, los sudamericanos radicados en kibutzim, solían no hablar con sus hijos en español porque creían que eso socavaba su condición sionista. Eso fue cambiando, y mucho. ¿Tú pasaste una etapa de esconder o disimular el hecho que no eras nacida en Israel?
- Claro que hubo distintas etapas. En mis primeros tiempos en Israel, sin duda traté de desdibujar las señales de mi origen sudamericano, no «sabra», o sea no nacida en Israel, como por ejemplo el acento. Cuando ya tenía unos 20 años y era soldada en la radio de las FDI, Galei Tzáhal, ya trabajando como periodista, comprendí que el idioma español era una ventaja, un tesoro. O sea que primero hubo una especie de aceptación y luego, casi una fiesta diría yo, de lo relacionado al origen argentino, más que nada por lo que tiene que ver con el conocimiento del idioma. En 2005 viajé por primera vez desde la aliá a Argentina, 35 años después de haberme ido. Fui con mi esposo y mis hijos. No es que me hacía falta, porque desde chica crecí en Israel y aquí hice mi vida, pero sí viví siempre intensamente la «argentinidad» de mi papá. Para él eso fue siempre muy dominante. Papá siguió interesándose inclusive por la política argentina, hubo tiempos en los que recibía uno de los diarios principales y hasta la lealtad a los equipos de fútbol se mantenía. Él era de Independiente, mi hermano de San Lorenzo, mi primo de Boca y otro primo de River Plate. O sea que ese ritual folklórico se mantuvo. Y además, en casa seguíamos hablando español.

Los valores del hogar

- Y justamente te quería preguntar cómo era la vida en tu casa. La base sobre la que uno crece, son los valores que recibe en su hogar, antes de llegar, quizás, a sus propias ambiciones y sueños. ¿Qué dirías entonces que te formó a ti?
- Es una pregunta muy amplia. Creo que, resumiendo, fue una combinación de una actitud sumamente liberal - tanto dentro de mi familia reducida como de la familia más amplia, había una amplísima gama de posturas entre la derecha extrema y la izquierda extrema, con todo lo que uno puede concebir en el medio - siempre junto a un muy profundo sentimiento sionista. Recuerdo que siempre, en todo evento familiar, se destacaba, con gran orgullo, qué importante es que todos están en Israel.

Entre críticas y sionismo

- Hablamos aquí de la realización sionista. La sensación hoy en día es que se agudizan algunas posturas, que hay un tanto menos de tolerancia en la discusión pública con ideas discrepantes. Tú, por tu profesión como periodista y por el tipo de programas que diriges, tienes justamente que lidiar también con la crítica, con lo que debe ser corregido. No puedes decir «está todo bien». Entonces, ¿qué es hoy para ti el sionismo?
- Mi compromiso profesional y mi identidad profesional me son tan claras, que no me detengo en ningún momento a preguntarme si lo que hago es suficientemente patriótico o suficientemente sionista. Creo que justamente quien ama este lugar debe saber qué está mal, qué debe ser corregido. Pero hay algo no menos importante. Todo aquel que decidió sumarse al sueño sionista y radicarse en Israel, sabía que llegaba a un país democrático, a un país libre. Yo veo en mi profesión uno de los pilares, si no el principal, de la vida en un país libre. El periodismo es sin duda un pilar de la vida en un Israel libre y democrático.
Puedo aceptar que en momentos determinados, la crítica puede no servir a intereses momentáneos del país, sea al estado de ánimo nacional, la moral o la entereza nacional. Pero no tengo dudas de que ese es el precio de la democracia. Creo que no es un precio demasiado alto. Y diría más: me parece que el éxito del sueño sionista se debe precisamente al empecinamiento en construir algo muy diferente del entorno que nos rodea. De lo contrario, no se habría logrado.

- Cuando tú analizas las diferentes dimensiones de la vida en Israel, al lidiar precisamente con lo que es digno de crítica, con lo que no está bien ¿te dices que el sueño sionista realmente se concretó, o algo se perdió en el camino?
- Yo digo que cada vez que preparo una nota que presenta a la gente la información, lo necesario para que sepan y entiendan algo que ocurre, que desconocían, y que no está bien, siento que en la revelación de las cosas y en la existencia misma de ese trabajo periodístico agresivo y provocativo, que no funciona como vocero del gobierno, allí está el éxito del sueño sionista. Digo más todavía. Alguien dijo una vez que una revolución es perfecta, hasta que logra realizarse. Allí empiezan los problemas. Es un poco como sucede en el amor, la electricidad, el enamoramiento, hasta que se concreta y comienza a lidiar con problemas en la vida de matrimonio y está el acostumbramiento y los términos medios que hay que aceptar, y la vida de todos los días que tiene también aristas menos románticas. Lo mismo pasa con el sionismo, que era perfecto y maravilloso hasta que comenzamos a realizarlo. Entonces, hay que lidiar también con el hecho que hay aquí también otro pueblo, con tantas culturas y sociedades diferentes en una misma sociedad. Mientras no teníamos soberanía, estábamos exentos de lidiar con todo eso y con la necesidad de hallar formas de permitir que todos convivan. Pero hoy no podemos y por ende tenemos que ocuparnos del hecho que hay acá haredim (ultraortodoxos), religiosos, seculares, izquierdistas, árabes, palestinos; está bien, de todo. Es parte de la revolución sionista. Creo que lo más importante que nos pasó, es que dejamos de ser víctimas. Yo miro a mi hija mayor y pienso en eso en forma muy clara. Creo que judíos que viven en la diáspora, potencialmente, pueden experimentar temores que los niños aquí ni saben cómo son. Y me parece que esa es la victoria principal.

- ¿Te has topado personalmente con vivencias de ese tipo?
- Hace unos meses entrevisté en la radio a un muchacho norteamericano de algo más de 30 años, que había escrito un libro, no importa el tema original. Él y su hermana crecieron en Filadelfia y me contó que jugaban al juego de Ana Frank, y se preguntaban, si hay otra Shoá, qué vecino aceptará esconderlos.

- ¡Qué fuerte que a un niño se le ocurra algo así! Y no precisamente viviendo en una dictadura, sino en Estados Unidos...
- Es entre triste y patético. El hecho que pensó en algo así, es muy fuerte.

- Claro que de esto no se debe concluir que los judíos en la diáspora necesariamente están mal y en Israel hay un paraíso.
- Claro que no. Los judíos pueden vivir muy bien fuera de Israel y en Israel, como sabemos, tenemos no pocos problemas. Pero a lo que voy es que hay ciertos aspectos profundos de nuestra vida en Israel, que constituyen la verdadera victoria.

La familia

Ilana está casada desde hace 25 años con Harel, con quien tiene tres hijos. La mayor, de casi 23 años, es Yaeli, oficial en las FDI, que comandará próximamente a instructoras de blindados. Luego está Zohar, de 19 años, que comienza en noviembre su servicio militar obligatorio, un año después de la fecha original, ya que decidió brindar de su tiempo otro año más a la sociedad, y en el marco de un «garín» de Hashomer Hatzair, ha estado trabajando con hijos de trabajadores extranjeros en el sur de Tel Aviv. El menor es Gonén, de que está por cumplir 16 años y estudia en la Academia de Música de Jerusalén. Es trompetista.

Desde hace 12 años, la familia vive en el moshav Shoresh, aledaño a Jerusalén.

- Veo más que nada en mis hijos la realización del sueño sionista de mis padres. Ellos llegaron de la diáspora y mis hijos ni saben qué es eso. Yo estoy en cierta medida en el medio, tratando de convencerme que no tengo nada diaspórico, pero suponiendo que en algún lado sí hay algo. Somos la generación del desierto y ellos, sin duda, son plenamente de Israel.

La pasión periodística

- Entre todas las variadas y numerosas entrevistas que has hecho a lo largo de los años ¿hubo alguna que te dejó una marca especial? Quizás no necesariamente una personalidad, como el presidente de Estados Unidos Barack Obama a quien has entrevistado hace poco. Me refiero a alguno de esos encuentros tras los cuales te puedes decir a ti misma «para esto, ya valía la pena ser periodista».
- La verdad es que me pasa mucho. Pero quizás la mejor forma de responder es contarte que dentro de unos días tengo que entrevistar a una persona conocida a la que ya he entrevistado en el pasado, que por la etapa de su vida en la que está, tengo razones para suponer que ahora aceptará hablar de cosas a las que no se ha referido hasta el momento. Como se ha desarrollado una relación de confianza entre nosotros, creo que eso puede darse y que logre oir de él cosas que durante años todos quisimos oir y hasta ahora no se pudo. Así lo espero. Y a lo que iba es que la espera, la preparación, el proceso hasta que se llega a ese punto, es la magia, el encanto de todo esto. A veces se da y a veces no, pero la magia siempre está en lo que aún no sucedió.

Uruguay, tierra de salvación

- Ilana, has mencionado repetidamente la condición argentina de tu papá, que era muy presente. Y has mencionado poco a Uruguay, donde nació tu mamá. ¿Qué te inspira llegar ahora al país en el que ella nació?
- Ante todo te diré que jamás estuve en Montevideo. Mi mamá me exhortó a que vaya a la casa en la que ella nació, fuera de la capital, en un pueblito del interior que se llamaba Regoledo, donde creo que no había más judíos que su familia. Luego se mudaron a Montevideo. Mi mamá tiene mucho cariño por Uruguay. Yo diría que la presencia de Uruguay en nuestra vida se sintió también, durante mi niñez, cuando íbamos a visitar a mi tía, su hermana, que estaba en un grupo del Hashomer Hatzair en el kibutz Ramot Menashé, donde había muchos uruguayos. Siempre oí muchas historias de mamá sobre sus padres y la sensación que tenían de que lograron escaparse a tiempo de Hungría antes de la guerra.

- La Shoá fue parte de sus vidas, aún sin haberla pasado…
- En el caso de mi madre eso fue muy significativo. Es que la familia de mi padre, toda, logró salir de Europa y llegar a Argentina o a Israel sin que la Shoá se convierta en un recuerdo muy presente. Pero en la familia de mi madre la historia era otra. Sus familiares fueron asesinados o sobrevivieron el Holocausto; o sea todos pasaron por eso; por lo cual las historias circularon mucho en torno a ello. Recuerdo que contaba repetidamente cómo su madre había desplegado enormes esfuerzos para tratar de sacar a la familia de Europa para que lleguen a Uruguay. Y también sobre las noches que pasaba pegada a la radio, escuchando las transmisiones de la Cruz Roja que pasaban nombres de sobrevivientes, intentando hallar a alguien que había quedado con vida. Y recuerdo el cuento sobre la tía de mi mamá que a los 12 años llegó a Uruguay luego de haber pasado la guerra en Hungría. Todo eso estuvo muy presente en la combinación entre la niñez en Uruguay y la experiencia de la guerra. Mi mamá nació en 1932, o sea que era una niña de 10 años cuando todo aquello estaba en el centro de la vivencia judía. Y tenía 13 cuando llegó aquella tía sobreviviente a Uruguay. Dos de sus abuelos se habían salvado y otros dos murieron en la Shoá. Los que se salvaron llegaron a Uruguay después de la guerra.

- Entonces para parte de tu familia, como para tantas otras, Uruguay fue sinónimo de libertad después del horror de la Shoá…
- Te diré que esto que me planteas me recuerda una frase que mi papá siempre decía, que creo explica muy bien todo lo que hemos estado hablando. «Los padres de mamá y los míos, dejaron Europa y llegaron a Sudamérica con una maldición en los labios. Y nosotros dejamos Sudamérica en camino hacia Israel con una bendición en los labios». Creo que esto resume todo.

- No lo podías resumir mejor. Gracias Ilana. Un honor y un placer entrevistarte.
- Gracias a ti Jana.

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay