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Estimados,

Rosh Hashaná asoma bañándonos en luz espiritual y valores éticos. Intenta conmovernos, sacarnos del vértigo diario, nos convoca a orar, a frenar rutinas, a organizar los tiempos para estar con quienes amamos.



Invita a conectarnos con lo que nos trasciende; y así nos arrincona hasta hacernos reflexionar sobre nuestro presente susurrando consejos para aprender a vivir mejor con nosotros mismos y con los que más queremos.

Un año más se cuela de contrabando, como canta Serrat, y nos deja su herencia, nos marca un sendero. Sin embargo, ni los vientos son cuatro, ni siete los colores. Rosh Hashaná, nos llama a bucear por dentro y descubrir cómo somos, cómo estamos y qué nos falta.

Cosquillea de costado, tintinea suavemente para despertarnos del nuboso letargo de las urgencias cotidianas, adentrándonos al fondo de nuestras acciones, pensamientos y emociones; destapando lo encubierto preguntándonos: ¿Cómo vivimos con nosotros mismos? ¿De qué manera nos vinculamos con los que más nos importan? Porque si no estamos bien dentro nuestro difícilmente podremos estarlo con quienes nos rodean.

¿Cómo distribuimos nuestro tiempo entre lo esencial, lo importante, las urgencias y las estupideces? ¿Qué queremos alcanzar? ¿Cuáles son los grandes anhelos que nos impulsan a vivir? ¿Cómo educamos a nuestros hijos? ¿Las palabras que emitimos coinciden con nuestros actos? ¿Somos los que mostramos?

Este Rosh Hashaná es otra oportunidad de encontrar las llaves de nuestro reino, sacarnos las grillas de los mandatos, afinar el oído interno, darnos más permisos para contemplar puestas de sol y nuevamente trazar prioridades.

Todos tenemos áreas sin luz. Y para vivir en armonía interior, dando lo mejor de nosotros al universo, es importante que nos conozcamos y nos amemos con todas nuestras partes.

Da miedo entrometerse en cavernas submarinas, porque a veces resultan oscuras, siniestras, tenebrosas. Sin embargo, es imprescindible llevarlo a cabo para aprehendernos en integridad.

El conocimiento profundo no se logra erigiéndonos en jueces de nuestras sensaciones y pensamientos, sino transformándonos en madres y padres contemplativos y compasivos de las equivocaciones que cometemos; acompañándonos dulcemente cuando recorremos nuestros pedazos amputados, las heridas que supuran, rodajas nuestras que despiden mal olor, fragmentos y fantasmas.

Rosh Hashaná es una invitación a superarnos, a vivir con la mayor plenitud posible, puliéndonos, observándonos, escuchándonos para darnos a nosotros mismos, y al mundo, nuestra mejor versión.

Acunarnos sin acusarnos, reconocer nuestras aristas filosas sin lastimarnos.

Todos segregamos miel y hiel. Somos lija y terciopelo, puñal y gasa; somos integración de opuestos.

Estos días sagrados de reflexión e introspección convocan a convertir basura en abono, resaca en semilla.

El shofar suena para recordarnos que todos somos corazón y vísceras, divinos y diabólicos, manzanas y gusanos, humanos.

Este Rosh Hashaná es otra oportunidad que nos da la existencia de acompasar ritmos, tonos y timbres a través de la lentificación de los tiempos para absorber nuestras plegarias y reordenar nuestros valores.

Sepamos aprovecharla.

¡Shaná Tová y Jag Sameaj!