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Israel y el terror en Boston

Hermanos Tsarnáev Estimados,

A diferencia de Estados Unidos, en países con más experiencia en ataques terroristas, como Israel, los restos de un atentado se limpian inmediatamente y se evitan las conmemoraciones o las muestras públicas de pesar o de angustia. Las desgraciadas experiencias enseñaron al Estado judío que restringir el impacto psicológico de la sociedad es parte del trabajo de limitar el daño que causa el terrorismo.


Vivimos en una sociedad extremadamente vulnerable al terrorismo, lo que inevitablemente convierte a este en una estrategia más eficaz y por tanto más probable.

Hay muchas definiciones posibles del terrorismo. Una de las mejores es la del gran pensador conservador francés Raymond Aaron: sería una acción violenta cuyo impacto psicológico es desproporcionado con respecto a su impacto físico.

Desde ese punto de vista, los atentados de Boston son un ejemplo casi perfecto de terrorismo. Dos bombas toscamemente elaboradas por aficionados, tres muertes y más de un centenar de heridos lograron crear un drama global que llevó al cierre de una ciudad del tamaño de Boston, activando un protocolo de seguridad solo previsto para un ataque nuclear.

Este comportamiento tan desproporcionado en Estados Unidos y en otros países del mundo tiene que ver con muchas cosas: la omnipresencia de los medios y «globalización de la curiosidad», el valor que se otorga al bienestar de los ciudadanos y el temor de los responsables públicos a asumir riesgos.

No se trata de cosas malas en sí, pero el resultado es una sociedad extremadamente vulnerable al terrorismo, lo que inevitablemente convierte a este en una estrategia más eficaz y por tanto más probable.

En países con más experiencia, como Israel, los restos de un atentado se limpian inmediatamente y se evitan las conmemoraciones o las muestras públicas de pesar o de angustia. Las desgraciadas experiencias enseñaron al Estado judío que restringir el impacto psicológico de la sociedad es parte del trabajo de limitar el daño que causa el terrorismo.

El que en Estados Unidos esto se haga exactamente al revés revela al menos algo positivo: lo raras que son allí esas tragedias.

El problema está en que dichas reacciones excesivas inducen expectativas que luego son imposibles de cumplir. A cada atentado sigue una batería de nuevas restricciones de las libertades y ampliaciones del poder de los organismos de seguridad cuya eficacia es más que dudosa.

Basta con saber que uno de los dos sospechosos de Boston fue investigado durante cinco años por el FBI. Hay cosas que, simplemente, no se pueden prever porque la mente humana es más compleja que el más sofisticado de los sistemas de análisis.

También el terrorismo, en sí, es un fenómeno demasiado complejo para resumirlo en un solo término. De hecho, lo llamativo de los atentados que sufre ocasionalmente Estados Unidos es que son, sorprendentemente, una sucesión de excepciones, de rarezas, de formas híbridas de terrorismo que en otros países son raras o inexistentes.

Los atentados de Boston siguen esa pauta. La motivación parece ser yihadista, foránea y quizás inspirada por alguien desde el exterior, pero los protagonistas y el desarrollo del drama son inquietantemente internos.

Los terroristas eran jóvenes norteamericanos, aunque fuese por adopción. Boston era su ciudad, y se quedaron en ella después del atentado.

Todo acto de terrorismo es absurdo por definición, pero por lo general es legible, su simbolismo es comprensible, y este no lo es.

Una maratón no tiene ningún significado político. Esa es la última bomba que colocaron los hermanos Tsarnáev en Estados Unidos y que la sociedad israelí ya soluciónó hace mucho tiempo: la de la duda.

¡Buena Semana!