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La «trampa Jerusalén»

Estimados,

Es sabido que desde la creación de Israel, uno de los principales métodos utilizados por sus líderes para medirse con serios problemas sociales y económicos, al principio relacionados especialmente con las caóticas situaciones que debía afrontar el nuevo Estado hebreo - falta de vivienda, absorción de inmigrantes, austeridad, recesión, paro, seguridad y mucho más - era mantener a la población en un constante estado de tensión.

¿Cómo funcionaba ese mecanismo? Dirigentes carismáticos como Ben Gurión, Golda Meir o Moshé Dayán, entre muchos otros, ordenaban al Estado Mayor del Ejército a «calentar» tal o cual frontera, generalmente por medio de la Fuerza Aérea, a la espera de una represalia del país al cual se provocaba.

Al día siguiente, los titulares de los medios locales - la mayoría de ellos colaboracionistas - culpaban a tal o cual Estado de agresión y la agenda nacional se transformaba, como por arte de magia, pasando a debatir asuntos «urgentes» de seguridad y dejando de lado problemas socio-económicos que «podían esperar» ante el peligro inminente de «ser exterminados» en cualquier momento.

Dicho método, en aquel entonces, le otorgaba al Gobierno de turno lo que más necesitaba para medirse con las dificultades sociales y económicas: tiempo y oxígeno. De hecho, existía la predisposición de querer solucionar problemas, pero eran tantos, y tan dificultosos, que a veces se debía recurrir a tácticas no convencionales para quitarlos, aunque sea momentáneamente, del orden del día.

La sociedad israelí cambió mucho desde entonces; no así los procedimientos para medirse con asuntos internos que preocupan a los ciudadanos; especialmente antes de elecciones.

Las causas de los actuales problemas socio-económicos en Israel son totalmente diferentes de las que la dirigencia hebrea debió medirse durante los años '50. Los motivos de las multitudinarias manifestaciones de protesta que exigieron poner fin a las injusticias sociales en el verano de 2011 nada tienen que ver con aquéllos a los que se enfrentaba el liderazgo hebreo en sus primeros años como Estado independiente. Sin embargo, los principios para medirse con ellas no fueron modificados.

Un estudio publicado por la Fundación Latet, una ONG humanitaria de mucha importancia en Israel, informó esta semana que tres cuartas partes de la sociedad israelí está más preocupada por sus problemas socio-económicos que por la amenaza iraní.

La pobreza y las desigualdades son la preocupación principal de los israelíes, seguidos por la educación; ello según el reporte presentado por Latet en el Congreso Anual de Sderot sobre Sociedad Alternativa que se llevó a cabo en estos días.

Este año, más de la mitad de los interrogados (!) afirmaron haberse visto obligados a comprar menos comida y a no adquirir medicamentos debido a la degradación de su situación económica. 15% de ellos tuvieron que recurrir a un empleo suplementario para incrementar sus ingresos y 18% tuvo que pedir un crédito bancario para conseguir salir a flote.

El reporte indicó también que niños y adolescentes debieron abandonar sus estudios y salir a trabajar o a pedir limosna para ayudar a sus familias. Además, mencionó serios casos de hambre y destacó ejemplos de menores que llegaron a no ingerir alimentos durante tres días seguidos.

La dirigencia actual no dispone de las mismas posibilidades que tenía la antigua acerca de «calentar fronteras». Las mismas no llegaron a enfriarse mucho desde entonces, sólo que ahora hay tratados de paz y acuerdos internacionales firmados que impiden a nuestros mandatarios bailar como elefantes en una cristalería tal como podían hacerlo sus predecesores.

No obstante, el cerebro judío sigue inventando sistemas efectivos para contener el aluvión de masas inconformes minutos antes de los comicios. El principal de ellos en estos nuevos tiempos para «calentar el ambiente» se llama «Jersusalén».

Aprovechando la resolución de la ONU de conceder a Palestina estatus de Estado observador no miembro de la organización, el mago Netanyahu sacó de su manga a Jerusalén y afirmó que seguirá construyendo en ella, especialmente en su parte oriental y en la zona E-1, que la uniría con el asentamiento de Maalé Adumim.

La crítica internacional no tardó en reaccionar, y esta vez el grito fue mundial. Incluso los pocos amigos que aún le quedan a Israel, repudiaron el anuncio. Pero Bibi no sólo no bajó los brazos. Todo lo contrario. Para echar más leña a la hoguera empezó a hablar de cantidad de viviendas a edificar. Primero fueron 1.500, que pasaron a ser 3.000, y se convirtieron en 6.000, todo en menos de una semana.

Eso sí, tanto Netanyahu como el ministro israelí de Finanzas, Yuval Steinitz, anularon este año su participación en el Congreso de Sderot, en el cual participa toda la dirigencia israelí. Vaya uno a imaginarse por qué.

La realidad es que Bibi no construirá ni una cabaña más en Jerusalén; y ni que hablar de E-1. Pero «la trampa Jerusalén» ya surtió efecto. Casi toda la agenda de la campaña electoral gira sobre el destino de la Ciudad Santa «unida e indivisible». Los líderes de la oposición cayeron en lo más profundo de ella y se ven obligados a reaccionar y a criticar. Los sondeos sobre una posible division de Jerusalén ocupan a todos los institutos y medios de comunicación.

De los niños hambrientos en Israel, que piden limosna o abandonan sus estudios para trabajar, nos volveremos a interesar - o no - después de las elecciones.

¡Buena Semana!