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No más David

Estimados,

El estancamiento del proceso de paz y los cambios en Oriente Medio crearon un nuevo contexto en la región. En lo que a seguridad se refiere, el escenario que existía sufrió una rápida erosión. Ante dicha situación Israel es quien se encuentra en la situación más desfavorecida.

Desde finales de los '70 y los '80, tras una serie de guerras en la región - especialmente las de Yom Kipur y la de Irán contra Irak -, se fue creando gradualmente un sistema de relaciones formales e informales.

Israel, con el apoyo de EE.UU, acordó un tratado de paz con Egipto y más tarde con Jordania, lo que rompió el bloqueo al que estaba sometido por parte de sus vecinos árabes.

EE.UU, a su vez, profundizó las relaciones con los países más ricos y poderosos del mundo árabe, en particular con Arabia Saudita y las monarquías del Golfo Pérsico.

Estos socios de Washington siguen siendo enemigos de Israel, sin embargo, no hicieron nada para romper ese equilibrio.

Turquía estableció con el Estado hebreo una cooperación en cuanto a servicios de seguridad e intercambio técnico-militar se refiere.

Mientras, el problema palestino fue la manzana de la discordia. Tras el colapso de la Unión Soviética, los protectores árabes de los palestinos prefirieron mantener el estatus quo; sobre todo cuando el proceso de paz de la década de los '90, liderado por Itzjak Rabín, creó la ilusión de posibles resoluciones de un acuerdo definitivo y dichos países árabes podían limitar su apoyo sólo a palabras.

Incluso con Siria, enemigo declarado de Israel, hubo un pacto de palabra de no agresión, a pesar de que el tema de los Altos del Golán nunca dejó de ser descartado.

Todo este escenario político empezó a desmoronarse casi al final de la primera década del siglo XXI. El proceso de paz entró en un callejón sin salida. Prueba de ello fue no sólo el estado de ánimo cambiante de la ciudadaní israelí, que prácticamente no toma en cuenta a los actuales conciliadores de centro-izquierda, sino también la división de Palestina entre Cisjordania, donde gobierna Al Fatah, y Gaza, controlada por Hamás.

Por otro lado, los intentos de EE.UU por realizar una reorganización democrática a cañonazos en Oriente Medio llevaron a que Irak se transforme, de facto, en patrimonio iraní, a un aumento de la ansiedad común y a la exacerbación del conflicto entre sunnitas y chiítas.

Y cuando la energía de las masas estalló en forma de «primavera árabe», el nuevo estado de ánimo reflejó cualquier cosa menos simpatía hacia Occidente, EE.UU e Israel.

Además de ese sistema de equilibrio político y diplomático, la seguridad de Israel se basaba en su imagen como Estado que resolvía sus problemas por medio de la fuerza. Gracias a su superioridad militar, la predisposición de llegar a acuerdos, independientemente de los costos a pagar y las garantías del apoyo internacional, no era llevada a la práctica mientras EE.UU bloqueaba automáticamente cualquier acción dirigida en su contra.

Ahora todo esto se cuestiona.

La campaña militar en 2006 en el sur de Líbano contra Hezbolá no produjo ningún éxito decisivo para Israel. Tampoco lo fue la operación «Plomo Fundido» en Gaza. Cuatro o cinco años de relativa calma de organizaciones terroristas como Hezbolá o Hamás, que durante ese período almacenaron decenas de miles de cohetes cada vez más sofisticados, no pueden ser considerados por Israel como un logro estratégico. En otras palabras, la creencia en la capacidad de detener eficazmente la crisis en las fronteras por la vía militar quedo minada.

Por otra parte, Israel se somete a una fuerte crítica de la comunidad internacional y no puede ignorarla. Incluso EE.UU y la Unión Europea ejercieron presión sobre el Estado judío para que en la operación «Pilar Defensivo» contra Hamás pusiera fin a la violencia.

Las perspectivas de Israel son aún más sombrías. El habitual problema palestino se convirtió en una moneda de cambio en Oriente Medio.

El nuevo Gobierno en Egipto tiene la intención de devolver a El Cairo el estatus de capital política del mundo árabe. A pesar de la situación de tensión interna de las últimas semanas, es probable que revise poco a poco los Acuerdos de Camp David, que se comporte más activamente en el frente palestino y pretenda el papel de mediador principal; y sobre la guerra civil en Siria, que intente  promover soluciones regionales.

La situación se tensa también en Jordania, donde crece el descontento.

La postura de EE.UU en Oriente Medio se tambalea. Washington dependió tradicionalmente de los regímenes sunnitas, pero estos se están islamizando. Con los chiítas, cuya influencia es cada vez mayor, los norteamericanos están en conflicto a causa de Irán.

En conclusión: La necesidad de un apoyo incondicional a Israel es para  EE.UU, si no una carga, una limitación en los intentos por construir un nuevo sistema de relaciones en la región.
 
Ante esta situación, Israel se enfrenta a su más peligroso aislamiento desde su existencia. La incapacidad de sus líderes de conseguir resultados explícitos por medio de la fuerza o de amenazas arrogantes, desechando prácticamente la diplomacia y las salidas políticas, es, a ojos de los países árabes y musulmanes, la confirmación de que ya no es el mismo «pequeño y astuto David» invencible de siempre.

¡Jag Sameaj y Buena Semana!