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Todos contra todos

Estimados,

Los temores de Israel en relación con un Irán nuclear degeneraron en una crisis de confianza hacia Estados Unidos. Netanyahu emprendió una campaña para obligar a Obama a ponerle a Teherán un límite claro que no debe traspasar si no quiere arriesgarse a desatar una operación militar.

A los intentos de Bibi de torcer el brazo del mandatario norteamericano se suman amenazas implícitas de un ataque unilateral por parte del Estado hebreo y una evidente intromisión en la campaña electoral estadounidense.

La controversia entre estos dos aliados es, en parte, reflejo de urgencias diferentes: para Israel, Irán cruzará el límite si avanza con el plan de enterrar a gran profundidad sus instalaciones de enriquecimiento de uranio; para EE.UU, si inicia un programa específicamente dedicado a la producción de armamentos. Pero cabe señalar también que la disputa revela que los objetivos de EE.UU e Israel son diferentes.

Israel no iría a una guerra con Irán sólo para neutralizar una amenaza existencial sino para reafirmar su estatus regional. Los líderes israelíes consideran que la posición de su país en la región se ve seriamente amenazada por el surgimiento de un régimen islamista hostil en Egipto; por la posibilidad de que surja un régimen similar en Siria; por la fragilidad de las relaciones con Jordania, y por sus peligrosos enemigos Hezbolá y Hamás.

De modo que tanto para Netanyahu como para Barak, un ataque contra Irán sería una jugada estratégica de amplio alcance dirigida a Oriente Medio en su conjunto. Esto implicaría que ambos no descartan una campaña militar que vaya mucho más allá de simples ataques quirúrgicos por vía aérea. De hecho, es probable que contemplen incursiones terrestres dentro de Irán y, tal vez, un enfrentamiento decisivo, largamente postergado, con Hamás y Hezbolá.

Aunque EE.UU también está decidido a impedir que Irán obtenga armamento nuclear, su análisis de las consecuencias de un enfrentamiento militar es distinto. Se trata de una superpotencia que no obtuvo más que frustraciones en todos sus intentos - tanto bélicos como diplomáticos - en Oriente Medio, y que enfrenta la crisis con Irán en mitad de su giro estratégico hacia Asia y el Pacífico. Los efectos de una guerra con Irán le dejarían trabado en Oriente Medio por muchos años más, algo que se opone a sus prioridades estratégicas.

Por ello, a pesar de que sin duda EE.UU esté más y mejor equipado que Israel para llevar a cabo una guerra capaz de obligar a Irán a renunciar a sus ambiciones nucleares, tal vez considere que el objetivo es demasiado costoso.

Para garantizar que Teherán nunca tenga una bomba nuclear, EE.UU debería mantener la presión militar sobre por varios años, y si se viera obligado a imponer un cambio de régimen como única solución al problema, debería apelar a la ocupación militar, lo que supondría un compromiso de recursos y personal mayor que el que hizo en las guerras de Irak y Afganistán.

Además, la primavera árabe obliga a revisar la hipótesis convencional según la cual los regímenes árabes sunitas de la región aprobarán tácitamente un ataque militar contra las instalaciones nucleares de Irán, sobre todo, después de la reciente erupción de violencia anti-estadounidense en todo el mundo musulmán a causa del vídeo anti-Mahoma.

Aunque los gobiernos islamistas surgidos tras la caída de los regímenes marionetas de EE.UU no vean con agrado un Irán con armas nucleares, están obligados a canalizar el sentimiento anti-estadounidense de sus pueblos para sobrevivir.

Un ataque contra Irán, especialmente si termina convirtiéndose en una guerra prolongada que involucre a otros aliados regionales, no hará más que avivar la histeria anti-israelí y anti-estadounidense, y eso podría arrastrar a los regímenes islamistas de la región a una espiral de confrontación. No puede descartarse que el resultado final sea una guerra a escala regional o mayor.

El principal obstáculo al que se enfrenta una operación militar en Irán es la necesidad de garantizar su legitimidad. China y Rusia no van a permitir que EE.UU obtenga mandato de la ONU para atacar. Además, aunque las provocaciones iraníes revelan claramente que el régimen tiene intención de desarrollar capacidad para fabricar armas nucleares y eso puede ayudar a conseguir apoyo para una acción militar estadounidense, no es seguro que la Unión Europea se entusiasmen con la idea de unirse a otra coalición de buena voluntad liderada por Obama. Las democracias occidentales todavía recuerdan la herencia de Irak y Afganistán.

Lo peor de todo esto es la extrema indiferencia de Israel respecto de la necesidad de obtener legitimidad internacional para sus intentos de detener el programa nuclear iraní. Los términos en los que analiza Bibi son claramente militares, no estratégico geopolíticos. La política que siguió con la Autorida Palestina dejó a Israel con pocos amigos en la comunidad internacional, y ni que hablar de los países árabes de la región.

Sólo una iniciativa de paz audaz que reviva realmente la solución de dos Estados puede ayudar a recuperar la buena voluntad de los palestinos y de sus aliados en el mundo árabe, condición imprescindible para obtener el apoyo internacional que tanto Israel como EE.UU necesitan para enfrentar a Irán.

¡Buena Semana!