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Días de histeria

Estimados,

Días de histeria; de pánico total; semana tras semana. Irán sí, Irán no; «primavera/invierno árabe»; más de 20.000 muertos en Siria; misiles desde Gaza; posibles misiles desde Líbano; yihadistas en el Sinaí, alertas a la población por SMS; un ex ministro que garantiza apenas (!) 500 muertos en la próxima guerra y un presidente que nos asegura que «las amenazas no son tan terribles» (?).

Lo que pasa es que somos demasiado frágiles y rara vez lo reconocemos. Sólo envueltos en dolores y tragedias es cuando tomamos conciencia de nuestras numerosas debilidades.

Sin embargo, cuando la fortuna nos muestra su cara más sonriente, creemos ser, acaso por unos pocos minutos, los soberanos del mundo.

Esa sensación de poder y seguridad generalmente no es efímera. En los altos puestos gubernamentales, por ejemplo, se corre el riesgo de experimentar la omnipotencia durante un tiempo más prolongado.

Presidentes, primeros ministros y muchos políticos pertenecen a esta clase de individuos. Nuestra vida o muerte dependen de sus palabras, de sus hechos y también de sus caprichos.

A pesar de las críticas de la opinión pública y de los medios de comunicación, los ciudadanos de Israel y los judíos en la diáspora, guardan mucho respeto, quizás demasiado, por sus principales líderes.

Los cargos representativos son de mucha responsabilidad. Resulta entonces fundamental imponer leyes que ayuden a los dirigentes a dominar sus instintos de poder porque cuando los que lideran pierden la vergüenza, la ciudadanía pierde el respeto y a veces también la visión del camino a seguir.

Es por ello que las leyes deben ser la prescripción de la razón, ordenadas al bien común y legisladas por aquéllos que tienen a su cargo el cuidado del Estado, y pensando siempre, como decía Rabín, que no existe un Israel de reserva.

Este sistema debe transmitir a los líderes el siguiente mensaje: «Cuando sean nombrados para dirigir, no olviden que su poder es limitado, que hay millones de ciudadanos a quienes representan y leyes que deben regir todas sus acciones de gobierno».

Al cumplir este mandato los políticos podrán entender que a veces existen pueblos sin líderes pero nunca líderes sin pueblo y que toda su «grandeza» depende de la voluntad de la mayoría.

Ninguno de nosotros, gente común y corriente, dirige directamente los destinos del Estado de Israel. Sin embargo, el poder siempre coquetea a nuestro alrededor en búsqueda de «almas pequeñas» que le quieran dar mal uso.

No es necesario ser primer ministro de Israel, ni ministro de Defensa, para caer en el pecado de autoritarismo. Pero lo que nadie, ni siquiera ellos dos, puede olvidar es que por muy alto que se encuentre el trono, siempre un líder está sentado sobre el culo.

¡Buena Semana!