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La verdadera revolución

Estimados,

El grito que se escucha en las protestas en Israel - "El pueblo exige justicia social" - puede ciertamente confundirse con un pedido de caridad, como si los manifestantes dijeran: "Su Alteza Real, la gente quiere pan".


De haber sido orquestada por redactores y asesores de relaciones públicas profesionales, probablemente las reclamaciones no hubieran hallado ningún apoyo. Pero hay que admitir que esta consigna espontánea está exigiendo algo mucho más profundo que un simple conjunto de beneficios. Por tal razón, no queda claro si el gobierno actual tiene la capacidad suficiente como para responder a este reclamo. Por eso también, es todo un enigma saber si la lucha triunfará a lo grande o no. Un éxito pequeño no es una alternativa válida.

El diálogo entre los manifestantes y el gobierno no dispone de una solución a pequeña escala. Las afirmaciones realizadas por quienes habitan en las carpas indican que el debate toca cuestiones primordiales: saber si nosotros, los ciudadanos de Israel, somos todos miembros de una misma comunidad, y en qué medida el Estado debe intervenir en ese tipo de vida ética que queremos vivir.

Por ejemplo, una solución al problema de la vivienda ofrecida por un estado de bienestar debería incluir, por un lado, una reducción en el precio de la tierra para la construcción; pero, por otro, tendría que poner en práctica una serie de regulaciones relativas a la obligación por parte de los contratistas de construir pequeños departamentos de dos y tres ambientes en cada edificio.

Esa política expansiva e inclusiva mezclaría a jóvenes y a familias con menos recursos con familias pudientes; mantendría frescos y animados los centros de las ciudades; garantizaría el contacto y las relaciones entre personas de diferentes edades y clases, y generaría la formación de intereses comunes entre personas provenientes de grupos diversos con niveles de ingresos distintos. De esa manera, la desigualdad se reduciría, fortaleciéndose en cambio la solidaridad y el cuidado social.

Y mientras los manifestantes siguen exigiendo un estado de bienestar y justicia, el gobierno de Bibi insiste en defender sus objetivos cuyo único propósito es aumentar la competencia, estimular la privatización, y por ende, disminuir su propia participación, lo cual sólo puede promover y potenciar el trabajo desarrollado por asociaciones de beneficencia. La realidad actual es que cuando las brechas económicas de Israel son cada vez mayores, el ejecutivo sólo se dedica a erosionar lo poco que queda de solidaridad social.

Ningún país y ningún gobierno pueden arriesgarse a perder totalmente su cohesión social, menos aun cuando el conflicto de Oriente Medio continúa. En una situación tan apremiante, Bibi, Liberman y compañía optan por el modo alternativo de construcción de solidaridad: el nacionalismo. Es ahí donde yace el profundo vínculo entre la descarada política de privatización, por un lado, y las leyes de lealtad y anti-boicot, por otro.

Las acciones de Bibi y Liberman resultan francamente ridículas. Lo que el gobierno y la actual Knéset nos están exigiendo no es lealtad a la patria sino a su política. Pero la genuina lealtad a un país implica también la crítica y un honesto esfuerzo por mejorarlo.

Quizá la conexión entre estos elementos esté revelándose. Últimamente se pronuncia la palabra "revolución" muy discretamente, incluso subestimándola. Sin embargo, los manifestantes deben entender - y al parecer, lo tienen muy claro - que Israel no es ni Londres ni Damasco y que la lucha por la vivienda no es sólamente una parte de la protesta de los médicos, sino que además marcha a la par con los draconianos cambios que se proponen en la educación cívica de los alumnos; con el rechazo a la coerción religiosa, y por supuesto, con la lucha por la paz y el fin de la ocupación.

La apatía hacia las dificultades de los jóvenes de clase media también va de la mano con la indiferencia hacia el agobio de los médicos y el sufrimiento de los más débiles.

¿Continuarán siendo las carpas de los manifestantes tan unidas y singulares cuando tengan que abordar estas cuestiones? Si es así, existe la posibilidad de que, al final, se logre un cambio mayor y sustancial. Si no, la lucha puede concluir sin lograr nada, e incluso las contradictorias soluciones propuestas por Bibi cada día que pasa, podrían disolverse como por arte de magia.

¡Buena Semana!