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¿Pueblo elegido?

Estimados,

Hace dos semanas atrás, en Israel, Dios tuvo buenos motivos para alegrarse. Según los resultados de un estudio titulado «Un retrato de los judíos de Israel - Creencias, respeto y valores», publicado por el Instituto Israelí de Democracia en colaboración con la fundación Aví Jai, el número de creyentes - en la existencia divina, claro está - aumenta cada vez más. Aquellos israelíes que se definen a sí mismos como «ultraortodoxos», «religiosos» o «tradicionalistas» constituyen actualmente una abrumadora mayoría de la población.

Las respuestas que se obtuvieron de las encuentas relacionadas con la creencia en la llegada de un Mesías, la existencia de un alma y la singularidad de la nación judía, mostraron que la mayor parte de los israelíes judíos mantiene puntos de vista que implican la fe en Dios. El informe determinó que somos («gracias a Dios») la población más devota de las naciones occidentales.

Por otro lado, la decepción de Dios con aquellos judíos que se empecinan a vivir fuera del Estado de Israel continúa. Aproximadamente la mitad de los judíos norteamericanos, y aún muchos más, según este estudio, declaran no creer en la existencia del Todopoderoso.

Además, mientras más jóvenes son los encuestados, reciben mejor educación y están situados en una buena o muy buena posición económica, más débil resulta su fe.

Ya que los judíos estadounidenses constituyen el grupo étnico más culto del mundo, además de figurar entre los más ricos, uno puede preguntarse acerca de la negligencia divina a la hora de administrar justicia. Después de todo, es justamente Dios quien debe castigar a los herejes.

Esa misma relación estadística entre educación y situación económica por un lado, y falta de fe por otro, se refleja también en los datos recogidos en Israel, a pesar de que las estadísticas no ofrezcan más que mediciones aproximadas de la realidad. Después de todo, son muchos los creyentes que se cuentan entre aquellos que triunfan en la vida, disponen de enormes riquezas y poseen un gran caudal de conocimientos. Ello no afecta en nada la infidelidad; más bien podríamos decir que aumenta nuestra preocupación.

El interrogante es si la amplia y creciente difusión de la fe en Dios es buena para nosotros, los israelíes.

Algunos sostienen que sirve para lograr la unión nacional. Esa es una afirmación interesante. Sin embargo, no deberíamos olvidar que muchas naciones desaparecieron de este planeta a pesar de mostrar una unidad de creencias admirable y una serie de vínculos que terminó haciéndose añicos frente a drásticos cambios acontecidos en tal o cual época. Sería entonces más importante examinar detenidamente las consecuencias de esa fe en lo divino; a juzgar por los resultados de las encuestas, ese credo comprende grandes defectos intelectuales.

Por ejemplo, según los sondeos realizados, la mayoría de los judíos de Israel creen en la llegada de un Mesías. Si estuviéramos convencidos de que esa creencia es la expresión de una añoranza por un mundo mejor, vaya y pase; no tendríamos problemas en afirmar que se trata de una fuerza constructiva. Sin embargo, basándonos en lo que vemos a nuestro alrededor, ese no es el caso: Para dicha mayoría, ese «Mesías» es un tipo noble que resucitará a los muertos; hará descender el Templo a nuestro mundo; instaurará el reino del cielo en la tierra y, lo que es más importante, se asegurará de que la selección israelí de fútbol se clasifique para el próximo Mundial de Brasil. Con toda cautela podemos decir que la probabilidad de la llegada de semejante Mesías no es grande.

O, por ejemplo, la fe en la existencia de un alma separada del cuerpo. La mayoría de los creyentes no consideran el alma como una metáfora de sus emociones y sensaciones, sino que están seguros de que constituye una entidad carente de peso o volumen que se separa del cuerpo en el momento de su muerte; que existe eternamente, y que se integra en el cuerpo de las personas que aún están por nacer. Es sumamente dudoso que de una sociedad donde la mayor parte de la gente cree en tales teorías pueda surgir una nación ilustrada.

Sin embargo, a pesar de que gran parte de nuesta ciudadanía vive subyugada por esa regla esotérica, todavía nos aferramos a la creencia de que somos el «pueblo elegido». Incluso quienes dudan de que Dios nos eligió para ser una «luz para los gentiles» y para difundir sus mandamientos positivos, creen que poseemos una tradición hereditaria y cultural única que nos permitió alcanzar excepcionales logros intelectuales; tal es, argumentan muchos, nuestra desproporcionada representación entre los ganadores del Premio Nobel.

Pero la verdad es que casi todos los judíos laureados con ese galardón se alejaron en gran medida de la religión judía ortodoxa. La mayoría de ellos eran y siguen siendo a ojos de los judíos ultraortodoxos completamente herejes. Fue sólo su voluntad de dejar de lado esa creencia absolutista lo que les permitió sobresalir. Por lo tanto, lo que nos muestran los resultados del estudio es que nuestro camino de regreso desde la Ilustración hacia la Edad Media está siendo allanado de forma lenta pero segura.

Este proceso es un mal presagio para la existencia de nuestro Estado. Es verdaderamente una pena; pero mientras tanto podemos consolarnos sabiendo que nuestros vecinos idolatran a Alá en una medida mucho mayor de lo que nosotros hacemos al aferrarnos a nuestro Dios.

No hay porque preocuparse por la paz o las armas nucleares; la diferencia cualitativa entre ellos y nosotros será eliminada una vez que los últimos laicos israelíes hayan desparecido.

¡Buena Semana!