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«Ultraderechismo»

Estimados,

En los últimos años, la agenda y el discurso político israelíes son dictados por una minoría - la ultraderecha israelí: el ala radical del campo nacionalista-religioso-mesiánico, «la Juventud de las Colinas», las eternas «hierbas malignas», partidos como Israel Beiteinu y Unión Nacional, los diputados «rebeldes» del Likud, los ultraortodoxos fanáticos, el grupo Im Tirtzú (Si lo quereis) y los salvajes terroristas de Tag Mejir (Etiqueta de Precio).

Se trata de una ultraderecha post-sionista: la realidad que pretende establecer en Israel terminaría por convertirlo en un Estado carente de todo elemento judío - a excepción de los rituales y las lápidas -, y eso constituye algo ciertamente antidemocrático.

La ultraderecha israelí logró crear una situación en la que nuestra agenda pública y discurso político no se corresponden ya con temas existenciales como el proceso de paz, la amenaza iraní, la reacción ante la «primavera/invierno árabe» o la desintegración del tejido vital que preserva las relaciones entre los diferentes estratos de la sociedad.

En cambio, el orden de prioridades se centra cada vez más en temas esotéricos como leyes para debilitar completamente a las ONGs de derechos humanos; leyes de ciudadanía y lealtad a la patria; intentos de disminuir la influencia de la prensa; acabar de una buena vez con la «dictadura de la Corte Suprema», proyectos de ley para anexar territorios y asentamientos, y así sucesivamente.

Como es habitual en el caso de este tipo de facciones, la ultraderecha israelí agita la bandera del patriotismo, acusando de traición a todos aquellos que no comparten sus puntos de vista. En comparación con el gran ruido que produce cuando se trata de cuestiones triviales, su silencio resulta ensordecedor frente a su creciente violencia radical y sus actos de sabotaje que recuerdan vergonzosamente a los viejos pogroms.

En este sentido, uno de los fenómenos más desalentadores lo constituye el elevado número de inmigrantes en la dirigencia de la ultraderecha cuya vivencia social y cultural en sus estados de origen no estuvo determinada justamente por la tolerancia, las libertades individuales y los derechos humanos. La inmigración proveniente de los países de la ex Unión Soviética, por ejemplo, en los años 70 y 90 es uno de los mayores milagros del sionismo, que logró traer a más de un millón de personas a Israel y cuya contribución es altamente significativa en nuestras vidas. Sin embargo, esa maravillosa ola inmigratoria produjo también un liderazgo político del tipo Liberman-Elkin-Mijaeli, no muy concientizado en sistemas democráticos auténticos.

La víctima más importante de la ultraderecha israelí es, por supuesto, la derecha moderada. Los imprudentes miembros radicales y fundamentalistas mantienen una clara ventaja demagógica sobre ella, que entiende y reconoce las limitaciones de la fuerza y el poder. Por otra parte, esta derecha moderada es netamente sionista y está comprometida con la idea de un Israel democrático y judío. Por lo tanto, dicha facción, vinculada a Begin padre, Meridor y Arens, se muestra temerosa y avergonzada frente a la poderosa capacidad demagógica de sus socios intransigentes en la coalición gubernamental.

Netanyahu, fingiendo representar a la derecha moderada de Israel, tartamudea nuevamente. En lugar de lidiar con esta ultradercha racista y clerical, prefiere mostrarse sumiso y desvalido; algo habitual en él. Bibi parece no haber comprendido del todo que el deber de un líder es dirigir y, además, enfrentar un grupo o un comportamiento que pueden resultar funestos para el Estado. Si continúa en la misma tesitura, habrá de perder en todos los frentes, y con él perderemos también nosotros.

El apoderamiento de la agenda israelí por parte de la ultraderecha; el anémico accionar de la derecha moderada; la falta de liderazgo de Netanyahu, son todos factores que aceleran una profunda división dentro de Israel, y también entre Israel y sus socios más cercanos: Estados Unidos, gran parte de Europa Occidental y la mayoría de la comunidad judía en Europa y Norteamérica. Tales escisiones, asentadas sobre cuestiones morales fundamentales, son difíciles de reparar; entrañan una complicada implicación estratégica, que habrá de ponerse de manifiesto después de las próximas elecciones estadounidenses.

Si no nos mostramos capaces de ponerle freno cuanto antes, seremos susceptibles de pagar el precio por las acciones irresponsables del «ultraderechismo».

¡Buena Semana!