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Gilad no es paz

Estimados,

Es un hecho cuyas dimensiones no tienen muchos precedentes en la historia. Pero el acuerdo para canjear a Gilad Shalit por más de mil terroristas palestinos puede no ser ningún paso serio hacia la paz en Oriente Medio.


Seguramente los motivos que han llevado a Netanyahu a firmar el acuerdo fueron, sobre todo, de orden interno: liberar a Gilad ha sido una exigencia de la población israelí desde hace cinco años. Entre otras cosas, porque, como los medios han recordado en estos días, recuperar a los soldados secuestrados por manos enemigas es una obligación prioritaria de un dirigente judío desde hace más de 20 siglos. Y la población de Israel, muy movilizada por problemas económicos, no está para ser despreciada.

De paso, Bibi halagó también a Egipto y a Turquía, los principales referentes exteriores de Israel, con los cuales ahora se lleva muy mal y que han presionado fuertemente para conseguir el acuerdo.

Trayendo a Gaza y a Cisjordania a más de mil presos, Hamás mejoró su popularidad entre los palestinos. Y bien que le hacía falta porque, según parece, las dramáticas condiciones de vida en la Franja están poniendo en su contra a sectores crecientes de la población. Allí no es nada fácil reclamar justicia social.

Además, el éxito en la negociación proporcionó a Hamás unos cuantos puntos en la pelea política que libra con Al Fatah y la Autoridad Nacional Palestina; entre los palestinos y también de cara al mundo árabe y musulmán en general.

Pero siendo todo eso importante, nada indica que la política de Israel hacia los palestinos vaya a cambiar y viceversa. La ultraderecha no se lo permitiría a Bibi y su gobierno dejaría de existir. En todo caso si el islamismo se afianza en Egipto y Siria cae en una guerra civil, su intransigencia podría intensificarse.

Y podría ser que el temor a un empeoramiento del panorama exterior del que también forman parte el activismo de Irán contra Israel, el incierto futuro del Líbano y el riesgo de un mayor debilitamiento de Hamás, hayan acelerado el intercambio que se negociaba desde hace años.

Si Bibi esperaba mucho más, podría ser que Gilad no hubiera regresado nunca.

A pesar de la alegría del momento, aún no es tiempo de festejos eufóricos. La vida en paz de israelíes y palestinos tendrá realmente sentido no en intercambios de prisioneros, sino cuando en lugar de decir "Esta tierra es sólo mía", digan "Tenemos el mismo horizonte".

¡Buena Semana!