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Una apuesta con la historia

Netanyahu, Obama y RohaniEstimados,

Las líneas generales del pacto nuclear entre Estados Unidos e Irán ya están trazadas. La redacción final a ser elaborada antes del 30 de junio será ardua en los detalles y no faltarán intentos para hacerla fallar - desde el conservadurismo de Israel, pasando por Arabia Saudita y el fundamentalismo iraní, hasta llegar al propio Senado norteamericano - pero el proyecto está configurado en lo esencial.

El programa de enriquecimiento será limitado y supervisado durante 25 años; dos tercios de las capacidades de enriquecimiento de uranio permanecerán bajo permanente supervisión durante los primeros años del acuerdo e Irán reducirá a 6.000 el número de centrifugadoras sobre las 19.000 que posee.

Fue un resultado difícil. Razón que explica por qué tanto Alemania como Francia, estando de acuerdo en todos los puntos, manifestaron reservas bajando el tono eufórico usado por Obama cuando dio a conocer la noticia.

En cierto modo ese pacto es también, si consideramos los plazos a los que será sometido, una apuesta con la historia. Nadie sabe, por ejemplo, como serán las relaciones entre Estados Unidos e Irán en 25 años más. O si en el país del norte llegarán alguna vez a imponerse los republicanos más ultraderechistas.

Lo mismo ocurre con el presidente Hassan Rohani. ¿Podrá neutralizar al fundamentalismo radical ordenado en torno al líder supremo Alí Jamenei? Eso tampoco nadie lo sabe. Pero así se hacen los acuerdos internacionales: desde aquí hacia el futuro; jamás desde el futuro hacia aquí.

Sabiendo el terreno resbaloso que pisa, Obama remarcó que se trata sólo de un pacto limitado a su texto y por lo mismo si una de las partes deja de acatarlo pierde de inmediato vigencia. Nada más ¿Nada más?

Hay algo más, y eso lo saben Obama, Putin, Cameron, Hollande, Merkel, Rohani y Netanyahu. El pacto pondrá fin a un largo periodo de hostilidades entre Estados Unidos e Irán. Con ello no desaparecerán las diferencias. Lo que podría cambiar es que estas sean puestas bajo formato político. La diplomacia tendría la primera palabra. Ese es el verdadero miedo de Bibi y la principal razón por la cual se mantiene en el gobierno.

Ahora, si nos atenemos no sólo a la letra del pacto sino a su momento histórico, podemos advertir que tiene un potencial que va más allá del simple contenido. Efectivamente, con la firma del acuerdo, Irán, habiendo dejado atrás la principal barrera, puede llegar a convertirse en un buen socio comercial de Estados Unidos. El paso próximo deberá ser el levantamiento de sanciones.

Vale la pena afinar la idea: Ni un pacto nuclear ni la posibilidad de relaciones comerciales convierten a Teherán en aliado político de Estados Unidos, y eso lo saben los conservadores norteamericanos y Netanyahu, tan interesados en desvalorar el sentido del acuerdo. Sin embargo, todos ellos como políticos conocen las diferencias entre una alianza militar, una sociedad económica y una alianza política.

Entre Estados Unidos e Irán sólo existía antes del pacto una alianza militar en contra de un enemigo común: los terroristas del Estado Islámico (EI). Después del pacto fueron, además, creadas condiciones para una alianza comercial. Si estas llevarán a una alianza política es una hipótesis que por el momento no puede ser barajada. La política internacional se basa en situaciones, no en eventualidades.

Por supuesto, la alianza militar en la lucha común contra el EI no llevó de por sí al pacto nuclear. Pero sí a un mayor acercamiento. Tampoco está escrito que el acuerdo conducirá a una intensificación de las relaciones comerciales y políticas entre ambas naciones. Pero de seguro, las facilitará, entre otras cosas porque los dos gobiernos están muy interesados en que así sea. Roahni quiere sacar a la República Islámica de la inmovilidad dejada por Ahmadinejad y convertirla en una potencia económica regional. Obama está interesado en impedir el avance económico de China en la región y de paso cerrar las puertas del Oriente Medio a la Rusia de Putin.  

Además, si logra el apoyo de Irán, Estados Unidos podrá liberarse en parte del chantaje al que está siendo sometido por el sunismo radical de Arabia Saudita. Pues para nadie es un misterio que no pocas divisas petroleras son utilizadas por fracciones sauditas para financiar a los sunitas del EI cuyo objetivo central es apoderarse de Irak. En ese proyecto el EI, y en cierto modo Arabia Saudita, chocan con Irán. Ese choque tiene lugar por el momento en Yemen.

En Yemen existe una doble lucha de poder. Por una parte, los partidarios del ex presidente Hadi, apoyados directamente por Arabia Saudita y otros países petroleros como los Emiratos, Kuwait, Bahréin, Qatar e indirectamente, por todos los estados miembros de la Liga Árabe. Por otra parte, los clanes hutíes que adhieren a una rama del chiísmo y apoyan al ex presidente Alí Saleh. El problema adicional es que dicho conflicto es a la vez una una guerra de representación entre el sunismo saudita y el chiísmo iraní.

¿A quiénes apoyará Obama? ¿A sus aliados tradicionales sunitas o a sus nuevos interlocutores chiítas? Hay, además, otra pregunta: ¿Por qué tiene que apoyar a unos en contra de otros? Lentamente los gobiernos norteamericanos deberán entender, como ya lo entendemos nosotros, que en un mundo tan complejo como es el islámico no pueden estar en todas partes a la vez. O dicho de modo algo más categórico: deberán entender que si a los pueblos islámicos les encanta matarse entre sí, es cosa de ellos y de nadie más.

Lo importante es que por primera vez en su historia Estados Unidos se encuentra en condiciones de establecer un complejo de relaciones con las potencias más grandes del mundo islámico: Una alianza militar y comercial con Irán, comercial - y bajo condiciones muy limitadas, militar - con Arabia Saudita, comercial, militar e incluso política con Egipto y Turquía.

No deja de ser interesante mencionar que apenas fue dado a conocer el pacto, el presidente turco Erdogan anunció un viaje a Teherán deponiendo en menos de un día diferencias mantenidas durante años con Irán.

Entre Irán y Estados Unidos, hay que reiterarlo, no existe ninguna alianza política. Todos saben que la línea para alcanzar ese alto nivel pasa por el reconocimiento iraní a Israel. En ese sentido Bibi, al exigir que dicho reconocimiento sea incluido dentro del pacto nuclear, está presionando, tal vez sin darse cuenta, para que la alianza no sólo sea militar y comercial sino, además, política.

Alguna vez, nadie sabe cuando, la Liga Árabe y las naciones chiítas reconocerán a Israel. Muchas gobiernos que no nos reconocen ya practican intensas relaciones económicas con nosotros. Pero ese reconocimiento sólo puede ser posible si entre Estados Unidos y la mayoría de las naciones islámicas tiene lugar un proyecto que lleve a una distensión estable y duradera. Por el momento, una utopía.

Hay, sin embargo, utopías realizables. Si alguien hubiera dicho años atrás que un día multitudes de jóvenes iraníes saldrían a las calles con retratos del presidente Obama para saludar a la promesa de prosperidad que el acuerdo nuclear porta consigo, habría sido tomado por loco.

La experiencia indica que los grandes cambios internacionales son el resultado de agotadoras conversaciones bilaterales. Con ese espíritu Bibi debería hablar con Abu Mazen. Una conversación frente a frente con un fuerte antagonista vale más que cien discursos y mil aplausos en el Capitolio.

¡Buena Semana!