Imprimir

Pegar el grito y poner el voto

mafalda-hartaEstimados,

En los 19 años que transcurrieron desde su asesinato, Itzjak Rabín tuvo muchos sucesores. ¿Quién no se comprometió a seguir sus pasos? Se tomó su nombre en vano. Rabín fue asesinado, y con él, su legado. Sólo en la fecha del aniversario de su desaparición se siente la necesidad de volver a colocar su foto en la pared.

Nadie conoció a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) como Rabín, y nadie fue más consciente de sus limitaciones. «Tenemos un buen ejército», dijo una vez, «pero incluso el mejor ejército no puede ofrecer más de lo que tiene». Más tarde, Ariel Sharón afirmó cosas similares al recuperar poco a poco la sobriedad tras la intoxicación de poder que lo dominó toda su vida. Al contrario de lo que se piensa, a ambos los acosaba una misma preocupación: los oficiales y soldados de las FDI.

El pueblo israelí cambió junto con su ejército. «Durante 50 años se ocupó en mostrar su poderío», declaró Rabín en una de sus tantas entrevistas. «Hacer eso es algo realmente agotador. Es necesario descansar también, mientras se pueda, y eso es lo que estoy tratando de hacer ahora», afirmó para explicar el cambio que ocurrió en él.

No sólo en Israel sino también en Estados Unidos la estatura de los líderes se fue reduciendo. Los norteamericanos tuvieron a George W. Bush, padre de la doctrina «democracia a cañonazos», y a Barack Obama, que ordenó sacar a sus tropas de Irak y dejó el caos en Oriente Medio. Al comienzo, toda guerra o retirada conlleva una promesa: "Esta será la última, se los aseguro».

Mi gran amigo Guillermo Lipis, quien fuera editor en Argentina del diario «Nueva Sion», me llamó hace 11 años: «Necesito alguien que escriba en contra de la guerra en Irak y nadie está dispuesto. Yo se que vos estás en contra de ella». Le prometí que lo consideraría: ¿Por qué debía volver a hacer el papel de idiota del pueblo, cuando todos los sabios de Estados Unidos e Israel estaban convencidos, seguros de sí mismos y de sus mentiras; cuando todos los asesores hechiceros conocían «exactamente» dónde se ocultaban - o no - las evidencias -, tan sólo denles la oportunidad de encontrarlas? Como si mi «amor» por Yasser Arafat no fuera suficiente, ahora también sospecharían que soy «ferviente admirador» de Saddam Hussein. Como si mi oposición entonces a la Primera Guerra del Líbano no hubiese bastado, una vez más, desoí el batir de las alas de la historia y de la paloma.

Me decidí a hacerlo. «Contra la guerra en Irak», rezaba el titular. Aquel razonado artículo no se leyó ni en la Casa Blanca ni en el ministerio de Defensa israelí. De otro modo, no se puede entender cómo es que estalló esa guerra estúpida, provocando que Irán se regocijara con la caída de su enemigo más importante. El ex presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, pudo finalmente propagar su patronazgo sobre su vecino y sobre la región, mientras que Estados Unidos, ese leopardo moteado cubierto de moretones, perdía, lento pero seguro, su poder de disuasión.

Me decidí a escribir porque aquel principio que afirma que hasta un tonto se considera sabio cuando calla no es válido en el caso de idiotas pueblerinos. Porque si no era en ese momento, entonces ¿cuándo? No hay sabiduría más miserable que la de después del hecho. ¿Qué sentido tiene llorar sobre sangre que ya fue derramada?

En la actualidad, en plena campaña electoral, y como si nada hubiera sucedido desde entonces, Bibi advierte: «Irán constituye un peligro para el Estado». El ministro de Asuntos Estratégicos, Yuval Steinitz, afirma: «La discusión pública con Estados Unidos sobre Irán es grave. Espero que nadie pierda la cabeza». El canciller Liberman exige responsabilidad: «El interés nacional requiere que dejemos a un lado el palabrerío y respetemos al Gobierno de Obama». Y el titular de Defensa, Moshé Yaalón, no hace más que hablar ruidosamente del tema.

Como de costumbre, antes de elecciones, el régimen exige monopolio tanto en el contenido como en la voz y en el tono. No le importa si hablamos de la falta de viviendas asequibles, del alto costo de la vida, del índice de pobreza que ya alcanza niveles tercermunditas, de la desastrosa situación del sistema de salud, así como de la educación o de la injusticia social. En su opinión, el futuro que nos pertenece a todos se encuentra sólo en su agenda encarada a Irán y a perpetuar la ocupación.

Pero esta vez es demasiado grave como para confiar únicamente en politicos irresponsables para los cuales Judea y Samaria nos otorgan más profundidad estratégica que las relaciones con Estados Unidos.

Sí; esta vez debemos pegar el grito y poner el voto. No limitarnos a un pequeño gorjeo cuando el tren fantasma ya salió hace mucho de la estación del Movimiento Sionista y no es seguro que con su drástico cambio en el orden de prioridades quede algún andén al cual pueda retornar.

¡Buena Semana!