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Liberman como profesor de historia

El ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, entiende que el mundo no lo aceptaría como socio en el diálogo, más allá de los trámites preliminares de rigor. No tiene oportunidad ninguna de poder visitar el mundo árabe y, en buena parte, Washington también queda fuera de su alcance.

Hasta hace unos diez años, resultaba patente a quienquiera que se hubiera reunido con el ex presidente sirio Hafez el Asad que un encuentro con él constituía, ante todo, una larga lección de historia. Sus interlocutores ponían buen cuidado en no beber demasiado antes de la reunión ni durante la propia entrevista para no tener que hacer una pausa en medio de la misma; llegaban preparados para una sesión de bastantes horas, dedicadas buena parte de ellas a una exposición, por parte del presidente sirio, de un largo discurso histórico sobre Oriente Medio y el conflicto árabe-israelí. Y, sólo una vez concluido, Asad descendía a los asuntos cotidianos, con la gentileza de abordar las cuestiones a cuyo propósito le visitaba la persona invitada.

Ahora tenemos ocasión de descubrir que el presidente sirio tiene, por lo visto, un heredero... cuyo punto en el mapa no es otro que el Estado de Israel.

Hace apenas algunas semanas, en una reunión con el ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, y su homólogo francés, Bernard Kouchner, el ministro de Exteriores israelí, Avigdor Liberman, optó, tras su sonada intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, por explicar a su vez un capítulo de la historia a los honorables ministros europeos y describir, por enésima vez, la historia de Chamberlain y Checoslovaquia, a fin de explicar que los nazis nunca se conformaban con víctimas de menor calado. También sugirió a sus dignos huéspedes que solucionaran los problemas de Europa antes de tratar de solucionar el conflicto en Oriente Medio con sugerencias de su propia cosecha.

La decisión del primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, de nombrar al líder del partido Israel Beitenu, Avigdor Liberman, para el cargo de ministro de Exteriores fue sorprendente y, en gran medida, asimismo irresponsable en términos de intereses nacionales de Israel.

Liberman fue director general de la oficina del primer ministro durante el primer mandato de Netanyahu y es una de las figuras políticas más cercanas a él, quien sabe perfectamente que este hombre bronco, que vive en un asentamiento en Cisjordania, es una de las personas más radicales y extremistas de la política israelí, y que sus opiniones y declaraciones se reciben como expresiones racistas de carácter fascista.

Liberman representa la versión israelí de los partidos xenófobos que han crecido en fuerza, en los últimos años, en muchos países de Europa, por ejemplo recientemente en Escandinavia, y su nombramiento como escaparate de Israel constituye toda una declaración política de largo alcance, sobre todo cuando el primer ministro no se identifica con sus comentarios.

Netanyahu nombró a Liberman para este cargo porque temía que sumara fuerzas a la coalición opositora, convirtiendo así a Tzipi Livni, líder de  Kadima, el mayor partido de Israel, en primera ministra. Netanyahu juzgó que si Liberman no entraba en el ámbito de toma de decisiones y en las diversas negociaciones en curso, ya actuaría él como ministro de Exteriores, de forma y manera que el actual canciller se avendría a ocupar el prestigioso cargo.

Para su satisfacción, es lo que en gran medida ha sucedido. Liberman entiende que el mundo no lo aceptaría como socio en el diálogo, más allá de los trámites preliminares de rigor. No tiene oportunidad ninguna de poder visitar el mundo árabe y, en buena parte, Washington también queda fuera de su alcance. Cuando se le preguntó por qué no participaba en el proceso político con los palestinos, respondió que él no cree que pueda hacer tal cosa, dado que es uno de los colonos.

Liberman ha ocupado su agenda diaria con reuniones en los países de la antigua Unión Soviética, en América Latina y en África, y efectivamente parece que se ha conformado con el hecho de que es ministro de Exteriores sólo de nombre, al tiempo que el presidente de Israel, Shimón Peres; el ministro de Defensa, Ehud Barak, y el primer ministro, Binyamín Netanyahu, son quienes ejercen su función a fin de mantener los lazos de Israel con el mundo.

Pero esta no será la situación a largo plazo. Los numerosos artículos en la prensa y los comentarios de los analistas en los medios electrónicos han descrito a Liberman como un espantapájaros en demasiadas ocasiones, y él ha optado por devolver la pelota y fastidiar lo que puede.

Su discurso en la Asamblea General de la ONU no estuvo coordinado con el primer ministro y en él explicó por qué no se logrará la paz con los palestinos - ni ahora, ni en un año, ni en un futuro lejano.

Su reunión con los ministros de Exteriores francés y español ha sido una continuación directa de ello: Liberman comprende demasiado bien que su verdadera fuerza reside en frustrar las iniciativas de los demás, lo cual no entraña una situación particularmente difícil.

Teniendo en cuenta que no tiene ninguna influencia real en los órganos de toma de decisiones de Israel y dado que en adelante dedicará, por lo que parece, sus conversaciones políticas a dar coces a sus invitados, esto significa que tanto el primer ministro como sus huéspedes habrán de decidir sobre el futuro de Liberman.

Sus posibles invitados habrán de decidir si están dispuestos a desempeñar el papel de víctima coceada en sus futuras reuniones con Liberman y el primer ministro habrá de decidir si desea seguir considerando a este hombre el escaparate de Israel.

Fuente: La Vanguardia - 2.11.10