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Golda y Bibi

Golda y Bibi tienen mucho en común en términos de popularidad, experiencia diplomática y posiciones políticas. Así como Netanyahu, Meir abrazó la filosofía de no ceder "ni un palmo" ante el argumento de que no existe "ningún socio". Pero hay una diferencia entre ambos.

La grabación de la cinta es confusa. Es necesario escucharla con auriculares y separar el diálogo del ruido de fondo y el repiqueteo de tazas y cucharitas. Pero el esfuerzo vale la pena. Aún décadas después, la conversación entre Golda Meir y Richard Nixon resulta escalofriante.

Como corresponsal diplomático, he cubierto una gran cantidad de visitas a Washington por parte de primeros ministros israelíes, pero siempre permaneciendo del otro lado de la puerta. Nunca había tenido oportunidad de oír las palabras reales, pronunciadas dentro del Salón Oval de la Casa Blanca. Ahora las escucho en una cinta publicada la semana pasada por la Biblioteca Presidencial Richard Nixon.

Golda con su acento yiddish; Henry Kissinger con su pronunciación alemana; Itzjak Rabín con su inglés israelí; y, sobre todo, Richard Nixon. El escándalo Watergate ya había salido a la luz, pero su tono dominante aún se deja oír en su conversación con la primer ministro, mientras le dedicaba una disertación acerca de relaciones internacionales. Aun concediendo el hecho del indudable paso del tiempo, resulta mucho más apasionante que los documentos filtrados por Wikileaks.

Golda arribó a la Casa Blanca el 1 de marzo de 1973 persiguiendo un doble objetivo: asegurarse de que el acercamiento cada vez mayor entre Egipto y Estados Unidos no le costaría a Israel el Sinaí y conseguir la provisión de nuevos aviones de combate para la Fuerza Aérea de Tzáhal. Nixon quería convencerla de que su participación en las negociaciones de paz era "beneficiosa tanto para nuestros intereses como para los suyos", y señalarle que cualquier provisión de armas por parte de EE.UU dependería de la evolución en el frente diplomático. Aviones a cambio de concesiones de tierras, así como en el caso del malogrado acuerdo que Obama le propuso a Netanyahu.

Golda se mantuvo firme. Igual que Bibi frente Obama, se ocupó de manifestarle a Nixon que "Israel desea la paz por encima de todo y está dispuesto a asumir riesgos para conseguirla". Se quejó de que ella había enviado un mensaje a Anwar Sadat, el entonces presidente egipcio, a través del presidente de Rumania, pero que el líder árabe nunca le respondió. El telón de fondo sobre el que se recortaba la conversación entre Meir y Nixon lo constituía la oferta egipcia de un acuerdo de paz permanente realizada a Kissinger durante la semana previa.

Golda no se mostraba particularmente entusiasmada con ella. Sugirió, en cambio, un acuerdo provisional limitado, e incluso dijo que ello le habría de resultar políticamente difícil. "Los egipcios - declaró - quieren que Estados Unidos entregue a Israel en bandeja" para lograr su retirada a las fronteras de 1967, después a las de 1947 y luego, finalmente, resolver el conflicto con los palestinos. Ésto es - según su propia aclaración - "Arafat y los terroristas".

Nixon se comprometió a coordinar posiciones con Meir. El presidente y Kissinger estaban más interesados en el equilibrio de poder entre las superpotencias que en lograr la paz en Oriente Medio y sólo comenzaron a hablar con más entusiasmo del asunto cuando exigieron que Golda frenara a los partidarios de Israel en el Senado de EE.UU que buscaban condicionar la distensión con la Unión Soviética al mejoramiento de la situación angustiosa de los judíos rusos (la enmienda Jackson-Vanik). Meir los mantuvo a raya y dio una descripción apasionada de los sufrimientos de los judíos detrás de la Cortina de Hierro. Nixon quedó como un viejo enemigo del conservadurismo; al parecer, olvidaba el hecho de que él mismo estaba registrando sus palabras en una grabación y que algún día éstas habrían de ser publicadas, incluyendo la cinta con sus mordaces comentarios en contra de los judíos.

En lo que fue la parte más importante de la reunión, Golda aseguró que Israel era fuerte y que esa era la razón por la cual la frontera con Egipto se mantenía en calma. "No sólo seremos capaces de protegernos a nosotros mismos en el caso de un ataque", dijo ella, "no hemos sido atacados justamente por esa razón". Se jactó de la información que Israel poseía acerca de las conversaciones de Sadat con los soviéticos, que obtuvo a través del agente del Mossad Ashraf Marwan.

"Estamos recibiendo las transcripciones de los egipcios y los rusos", le comunicó Kissinger al presidente. El mensaje fue entendido: Egipto es débil e Israel puede llevarlo de la nariz. Nada es urgente.

Golda regresó a Jerusalén y rechazó la oferta de Sadat. Israel disfrutó otros siete meses de calma, crecimiento económico y estabilidad política. Entonces, los egipcios cruzaron el Canal de Suez y la historia cambió irreversiblemente.

Golda y Bibi tienen mucho en común en términos de popularidad, experiencia diplomática, buen inglés y posiciones políticas. Al igual que Netanyahu, Meir también abrazó la filosofía de no ceder "ni un palmo", camuflada por el argumento de que no existe "ningún socio". Pero también hay una diferencia fundamental entre ambos mandatarios.

En marzo de 1973, Golda no sabía que el congelamiento diplomático llevaría a Egipto a la guerra. Bibi participó en la Guerra de Yom Kipur una vez que regresó de sus estudios en Boston y se precipitó hacia el frente de batalla. Pudo ver bien de cerca el precio de la complacencia, de la confianza ciega en la fuerza y el desprecio al enemigo.

Y si ya lo olvidó, haría bien en refrescar su memoria escuchando la cinta de Golda y Nixon y preguntarse qué puede hacer él para evitar la repetición de sus errores y librarse así de arrastrar ciegamente a Israel hacia un nuevo desastre.

Fuente: Haaretz - 23.12.10
Traducción: www.argentina.co.il