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Última oportunidad


La oportunidad que presenta el verano de 2011 a Netanyahu es diferente a todas las anteriores. Esta vez no es se trata de alcanzar la paz, sino de evitar la derrota. Pero incluso para poder poner en práctica esa modesta chance, Bibi tendrá que pagar.


Al igual que los palestinos, nosotros tampoco perdimos nunca la oportunidad de perder una buena oportunidad. Una y otra vez rechazamos las complejas propuestas diplomáticas sobre la mesa. Una y otra vez la siguiente propuesta resulta aún más difícil de aceptar que la anterior. A pesar de tener el tiempo en contra, nos negamos imprudentemente a tomar conciencia de ello. Negamos hoy lo que solicitaremos mañana y lo que aun habremos de lamentar pasado mañana.

En 1987, Israel no logró avanzar hacia la firma de un acuerdo de paz con el rey Hussein. En 1991, Israel no alcanzó un acuerdo de autonomíaque podría haber sido capaz de conseguir con los líderes palestinos en los territorios. En 1993, Israel no exigió que el reconocimiento mutuo entre ella y la OLP se convirtiera inmediatamente en un acuerdo de estatuto definitivo. En 1995, Israel no intentó poner en práctica los acuerdos entre Mahmud Abbás y Yossi Beilin. En 2002, Israel no se ocupó de proponer su propia iniciativa de paz para rebatir aquella propuesta por los árabes. En 2005, Israel no aprovechó de manera útil su retirada unilateral de Gaza para determinar una frontera defendible que dividiera el territorio.

Por avaricia y vacilación, siempre hicimos demasiado poco y demasiado tarde. Por intentar obtenerlo todo, no hemos conseguido finalmente casi nada. Al tratar de ampliar nuestra frontera, la hemos reducido. Nuestra deplorable dilación nos ha ocasionado daños diplomáticos irreversibles.

No nos equivoquemos: no es del todo seguro que en cualquiera de las pruebas que tuvo que afrontar en el último cuarto de siglo, Israel tuviera un socio. No está claro si el rey Hussein, Faisal Husseini, Yasser Arafat, Mahmud Abbás y la Liga Árabe hibieran sido verdaderos socios para la paz. Pero el momento para probar a Husseini fue el año de la Conferencia de Madrid. El momento para probar a Arafat fue el gran verano de Oslo. El de Abbás fue el invierno después del asesinato de Rabín. El momento adecuado para poner a prueba a la Liga Árabe y a la comunidad internacional hubiera sido inmediatamente después de la retirada de Gaza. Israel no actuó ni en el momento ni en el lugar adecuados para someter a sus enemigos y aliados a una prueba de fuego.

El resultado es un gran alud. Cuanto más tiempo pasa, más se repliega el movimiento nacional judío y más fuerte se hace el movimiento nacional palestino. El apoyo internacional para el sionismo se ha erosionado, mientras que la seguridad y la situación demográfica de Israel empeoran.

Lo que Israel hubiera podido obtener de Jordania es poco probable que lo obtenga de la OLP y, ciertamente, no lo obtendrá de Hamás. Lo que hubiéramos podido recibir de Clinton, es dudoso que vayamos a recibirlo de Obama e imposible que lo recibamos de sus sucesores. Lo que hubiéramos conseguido de la comunidad internacional a cambio de una retirada importante en 1990, en 2000 y en 2005, ya no podemos. La pendiente no sólo es resbaladiza sino también abrupta.

Binyamín Netanyahu debería entender bien el proceso. El estadista que fue alguna vez un hombre del Israel completo e indivisible, mantiene ahora la posición de uno de los antiguos predecesores del Partido Laborista, Ajdut Avodá. Su sueño más preciado es el Plan Alón para la partición de Cisjordania. Sus límites son los de Rabín.

Lo que el viceministro de Exteriores Netanyahu rechazó duramente en 1991, el primer ministro Netanyahu está dispuesto a adoptar con entusiasmo durante 2011. Pero incluso en sus dos años en el gobierno, Bibi ha proseguido de dilación en dilación. No concibió un audaz plan diplomático después de su discurso de Bar-Ilan. Tampoco propuso el verano pasado el establecimiento de un Estado palestino desmilitarizado y delimitado. Se limitó a permitir que Obama, Abbás y el tiempo causaran estragos en él. Ha llevado a Israel a un punto en el que el tiempo, que corre ya en su perjuicio, podría ser su perdición.

La oportunidad que presenta el verano de 2011 es diferente a todas las anteriores. Esta vez no es se trata de alcanzar la paz, sino de evitar la derrota; no es la oportunidad de poner fin al conflicto con los árabes, sino de trabajar con la comunidad internacional en el firme establecimiento del derecho y capacidad del Estado judío a su plena existencia.

Pero incluso para poder poner en práctica esa modesta oportunidad, tendremos que pagar. Debe quedar claro que Israel no gobernará a otro pueblo y que bajo las condiciones adecuadas y en el momento oportuno, Israel se retirará hacia las fronteras de 1967 rectificadas.

El precio a pagar es alto y doloroso. Para el primer ministro Netanyahu, la oportunidad del verano de 2011 constituye su última oportunidad.

Fuente: Haaretz - 24.4.11
Traducción: www.argentina.co.il