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Retratos de Tina: Nuestra destrucción masiva

En el impresionante Notre Dame Centre, a un costado de la Ciudad Vieja, tomo fotos de conferencistas que se reunieron para discutir sobre el curso de las armas de destrucción masiva.

Los expertos analizan la posibilidad de tener una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio, y que un logro como tal sea un incentivo para obtener paz y seguridad en la región.
 
Cuando pensamos en armas de destrucción masiva, recordamos las más grandes tragedias humanas, en algunos de los episodios más crueles de nuestra historia universal y memoria colectiva.

Las posiciones que asumimos respecto a dichas armas parecen que están predeterminadas: queremos revertir el daño social y natural que esos armamentos ya han causado y evitar tales males a nuestras generaciones futuras.

Pero cuando hablamos de armas nucleares en Israel es inevitable toparse con dos obstáculos principales: El Estado hebreo necesita poder defenderse de sus enemigos, que no son pocos ni menos poderosos, y no existe discusión sobre los problemas de Israel si no se aborda el tema de los palestinos.

Acomodo el tripié y tomo notas en medio del grupo de periodistas y observadores de organizaciones internacionales. Las luces, el ambiente, todo parece estar en su exacto lugar. Las guerras y el daño que estamos dispuestos a hacernos unos a otros se exponen en tecnicismos aterrantes frente a una audiencia que actúa bajo pautas bien establecidas y ensayadas.

Qué lejos estamos de las armas químicas, del plutonio y el uranio enriquecido, o que lejos nos sentimos. Parece que vemos frente a nosotros una gran tragedia que forma parte de algo ajeno, que nos concierne pero que no es tangible. Los diálogos nos suenan conocidos y nuestra labor es escuchar y cuestionar, como coro griego que mira a los actores y advierte sus destinos.

Los ponentes aseguran que nos acercamos a una solución para nuestra preocupación nuclear cuando nos atrevemos a hablar del tema; por muy trivial que parezca hablar de armas nucleares y paz en un hotel de lujo. Y es que pensar en el futuro se ha vuelto una tarea titánica y peligrosa; algo así como ciencia ficción mezclada con comedia.
 
«Luminosa nostalgia»

Hacer diplomacia informal, dicen los ex-embajadores y expertos, es en la actualidad una forma de avanzar la agenda política en charlas casuales, hasta que los estados tengan la voluntad de tomar acciones de negociación que los comprometan. La experiencia (¡oh, sorpresa!) les ha enseñado que se avanza más cuando se dialoga.

Recuerdo que hace un año, en el centro de Barcelona, con el frío de medianoche y a las carreras, mi hermana y yo fuimos al teatro a ver «Luminosa nostalgia».

Éramos sólo tres personas en el público y los actores salieron al escenario como si fuéramos trescientos. Unas cajas de madera y dos ventanas con vista hacia el horizonte del viaje componían la escenografía.
 
Los personajes aparecieron como sacados del fin del mundo, tan ordinarios como sus preocupaciones, tan todos-los-días, tan cercanos que uno podía sentirlos respirar, estremecerse con ellos.

El viaje al fin del mundo era la historia; enfrentar el presente a través de aquellos tres personajes que somos todos y a todas horas, con nuestros pequeños dramas domésticos y el mundo que afuera revienta de promesas no cumplidas.

Ahora, mientras ajusto el lente de la cámara, recuerdo cómo uno de ellos, parado al borde del escenario, extendiendo los brazos con el pecho abierto y mirando al horizonte, se balanceaba sobre las plantas de los pies en su caída al infinito.

Miro por el visor y compongo la imagen que describa, como el viejo coro griego, lo que los diálogos y silencios significan en nuestro gran teatro humano, en esta diminuta sala donde se habla del destino de tantos.

La armas nucleares y nuestra capacidad de diálogo están allí sobre el escenario, balanceándose.

Y de todos los escenarios: Jerusalén.