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Depresión después del canje

La depresión luego del regreso de Gilad Shalit puede percibirse en todo Israel; también en los medios de comunicación, desesperados por encontrar un nuevo tema que llene el vacío de la histérica cobertura iniciada al momento mismo de conocerse la noticia de la liberación.

Se trata de un fenómeno familiar: Entre un 10 y un 30 por ciento de mujeres que dan a luz experimentan depresión post-parto. Además de los antecedentes psicológicos y los trastornos hormonalesde la mujer, intervienen también otros factores psicológicos, arraigados en la necesidad que tiene la madre de reconocer su autonomía y de priorizar el bienestar de la indefensa criatura: su preocupación ante la probabilidad de que no pueda hacer frente al desafío; la falta de sueño, y, finalmente, su sensación de vacío tras nueve meses de lucha continua hacia una sola meta que culmina con la dramática aparición de una persona en el mundo.

Los días que han pasado desde la liberación de Gilad Shalit de su cautiverio nos enseñan que también existe algo así como la depresión post-liberación. Pero en este caso, la depresión es colectiva: una especie de depresión post-parto nacional. Su causa radica en la creencia de que nuestras protestas en solidaridad con el sufrimiento de Gilad y su familia, nuestras visitas a las carpa de sus padres, además de la firma de peticiones, esas acciones lo convertían en el hijo de todos. Y entonces, una vez que hemos parido a Gilad como a un hombre libre, nos amenaza ahora una sensación de vacío.

Los síntomas de este sentimiento ya se han hecho visibles: en primer lugar, las miles de personas que viajan a Mitzpe Hilá en autobús para ver al recién nacido con sus propios ojos; luego, el presidente Shimón Peres, que no podía soportar la idea de ser incapaz de conseguir una foto con Shalit, y que lo visitó para enseñarle a él y a sus padres biológicos cuán importante es la defensa de su privacidad; y finalmente, Tzipi Livni, líder de la oposición, que solamente ahora, después de que Shalit ha sido liberado de su cautiverio, se opone al acuerdo que condujo a su liberación. Ella actúa como una madre que estuviera pensando en devolver el bebé al hospital, lamentando su decisión de haber tenido uno luego de comprender que la responsabilidad que debe asumirse por un hijo no es, después de todo, tan buena idea.

La depresión puede percibirse también en los medios de comunicación, desesperados por encontrar un nuevo tema que llene ese vacío que la histérica cobertura, iniciada al momento mismo de conocerse la noticia de la liberación, se encargó de ocupar y que no terminó hasta no haberse exprimido la última gota de sangre de aquella libra de carne que la prensa se sentía con pleno derecho a exigirle a la familia Shalit. Ahora compiten por ser los primeros en lograr una entrevista.

Pero aún más preocupante que esta depresión post-parto son las posibles soluciones que el gobierno - y, sobre todo, el primer ministro Binyamín Netanyahu, conocido por su solicitud ante el sentimiento popular - pueda concebir en su febril imaginación para ocuparnos en torno a algún nuevo asunto que nos una como nación. Por supuesto, también es posible tomar medidas que mejoren nuestra calidad de vida y nuestras relaciones con el mundo: negociaciones de paz inmediatas; cancelación de los permisos con carácter retroactivo concedidos para la construcción en Jerusalén Oriental, y el congelamiento de la construcción en los territorios ocupados; tratamiento serio y urgente ante el colapso del sistema sanitario y la falta de justicia social; medidas valientes contra el control cada vez mayor de judíos extremistas religiosos y contra la coerción religiosa.

Pero ninguna de esas acciones será emprendida por un gobierno al mando de Bibi, ya que ninguna posee la virtud de colocarlo en la posición heroica que aún disfruta como líder redentor. El nacimiento de un nuevo hijo al estilo de Sarkozy y Bruni o un divorcio quedan en principio descartados. Lo que preocupa es que el primer ministro quiera revertir esa caída brusca de los niveles de adrenalina al final de un parto por medio de una declaración de guerra. Suponiendo que (siendo optimistas) haya suficientes personas en el gobierno capaces de percibir el peligro de tal solución, tal vez valga la pena sugerir que en lugar de incitar a la nación, debería elevarse su espíritu con un sedante suave, una masiva distribución de opio; es decir, marihuana medicinal. Si ese no fuera el caso, y si persistimos en mantener nuestra lucidez, es probable que nos decidamos a regresar en masa a la protesta social.

Fuente: Haaretz - 31.10.11
Traducción: www.argentina.co.il