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Política secuestrada

La protesta de 2011 tiene éxito porque se convirtió en los reclamos de casi todo el mundo. Lo que se necesita ahora no es ni marxismo, ni populismo, ni odio, sino una acción para transformar al mercado israelí en un libre mercado, y al estado israelí en un estado de justicia social.

Uno de los terribles fenómenos de la política israelí es el secuestro.

En 1977, la mayoría de los judíos en Israel nacidos en países musulmanes deseaban un cambio social, pero la derecha secuestró a las autoridades electas e hizo del régimen del primer ministro Menajem Begin el gobierno de los asentamientos.

En 1992, la mayoría moderada israelí quería un cambio diplomático prudente, pero la izquierda secuestró a la dirigencia electa convirtiendo el régimen del primer ministro Itzjak Rabin en el gobierno de Oslo.

En 1999, la mayoría ilustrada de Israel anhelaba un cambio civil secular, pero entonces el primer ministro Ehud Barak decidió abandonar a la anciana en el pasillo del hospital e hizo de su administración el gobierno de Camp David.

Una y otra vez, aquella gente elegida por ciudadanos israelíes de centro para representar al centro, ha traicionado su confianza. Una y otra vez, acciones claves y fundamentales para lograr un cambio han sido secuestradas por algún grupo extremo con un programa dogmático. Debido a la traición continua por parte de sus representantes, la mayoría israelí no ha logrado realizarse plenamente.

El peligro de un secuestro se cierne ahora sobre el movimiento de protesta. Tres diferentes fuerzas se disputan para raptar el avión del cambio social y forzarlo a aterrizar en tierras extrañas. Una de ellas es vieja y familiar: no es otro más que Bibi. El aborrecimiento a Netanyahu es ya un fenómeno profundo y bien conocido. Netanyahu está haciendo todo lo posible para justificar y avivar esa aversión. Existe margen para la acción directa y transparente en contra de su gobierno. Sin embargo, la protesta social es demasiado importante como para reducirla a otro intento de golpe de Estado en contra de Bibi. Ya hubo uno en 1999, a cargo de los multimillonarios de Barak, los medios de comunicación y las fundaciones sin fines de lucro. Si el resultado general de la revolución del verano de 2011 consiste en el reemplazo del defensor del libre mercado, Netanyahu, por el partido de magnates Kadima, todo habrá sido entonces una enorme pérdida de tiempo. Y además, un gran desperdicio de energía. Será el desperdicio de un momento de gracia para Israel, miserablemente desaprovechado.

La segunda fuerza de secuestro es nueva pero fuerte: la crucifixión de los ricos. Algunos de los grandes millonarios de Israel tienen demasiado poder; disponen de excesivos préstamos y cuentan con muchos vasallos. La pirámide israelí de centralización debe ser desmantelada. Hay que poner fin a la cultura del becerro de oro. Sin embargo, la tremenda guillotina del bulevar fue una señal de advertencia sobre las oscuras fuerzas e impulsos susceptibles de hacerse cargo de la justa protesta y desbaratarla por completo. El odio es siempre un fenómeno detestable. El odio a los ricos por el simple hecho de ser ricos puede tener efectos destructivos. Si la protesta resulta no ser más que una persecución de la riqueza del país, entonces es una pérdida de tiempo y un desperdicio de energía. Desperdicio del momento de gracia para Israel.

La izquierda radical constituye la tercera fuerza de secuestro. Se supone que la protesta del Bulevar Rothschild representa, ante todo, a la clase media. Se supone que le otorga voz tanto al ingeniero de Ramat Gan, como al médico de Tel Hashomer y al oficial de la reserva de Kfar Sava, quienes deben cargar con la responsabilidad de llegar a fin de mes. Estos israelíes cuerdos no precisan del socialismo rojo. Son laboriosos y patrióticos, no subversivos. Por ende, los líderes de la protesta están traicionando su confianza al rodearse de post-sionistas del Instituto Van Leer y de radicales pseudopacifistas.

Este mismo movimiento que exige transparencia y representatividad no opera de forma transparente y representativa. Se desconoce quiénes son los que lo financian; quiénes son los responsables de su organización; quiénes mueven sus hilos. Hay espacio en Israel para un partido comunista, pero un partido comunista no constituye la mayoría israelí. Si la protesta es secuestrada por la extrema izquierda, entonces será ciertamente una pérdida de tiempo. Además, un desperdicio de energía. Y otra vez, el desperdicio de ese momento de gracia para Israel.

Este momento es realmente un momento de gracia. La oportunidad que se presenta es la oportunidad única de una generación. Pero lo que se necesita ahora no ni marxismo, ni populismo, ni odio. Lo que se necesita en este momento es acción práctica para transformar al mercado israelí en un libre mercado, y al estado israelí en un estado de justicia social. Por lo tanto, es necesario dejar que Emanuel Trajtenberg haga su trabajo; no quedarse atrapado en ensueños.

La protesta de 2011 ha tenido éxito porque se ha convertido en la protesta de casi todo el mundo. La actual protesta continuará teniendo éxito sólo si es capaz de acompañar el reclamo que lleva adelante cada uno. Mejor no secuestrarla. Mejor no traicionar a la mayoría israelí ni a la población israelí de centro otra vez.

La obligación de mantenerse fiel a la gente también les cabe a los líderes de la protesta.

Fuente: Haaretz - 23.8.11
Traducción: www.argentina.co.il