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¡Perdón!

Como veterano educador y luchador por la paz entre musulmanes y judíos, quiero disculparme en este Yom Kipur ante los países «no alineados», los intelectuales «progres» y las ONGs de avanzada que no dudan al determinar que el conflicto árabe-israelí es entre «buenos y malos» y no pierden ninguna oportunidad para demonizar o boicotear a Israel sin mencionar siquiera el accionar de los regímenes en Irán, Siria, Arabia Saudita, Sudán o la Franja de Gaza.

Como ciudadano israelí, les pido perdón, en primer lugar, por ser libre; por disfrutar de una sociedad abierta que me permite elegir según mi conciencia; por creer que la democracia es el mejor sistema político y el más evolucionado código de moral civil; por confiar en los valores humanos del judaísmo y de la cultura occidental como depositarios de un refinado avance histórico.

Les pido perdón por permitir y entender la igualdad de los hombres y las mujeres; por estar en contra de la pena de muerte; por no cortar manos de ladrones ni lapidar mujeres infieles; por no aceptar que la homosexualidad sea un delito y por sentirme satisfecho de una justicia laica basada en el mensaje de los Profetas, la ley positiva y los derechos individuales.

Perdón por apartarme del fanatismo teológico; por no odiar a los que profesan otra fe y por anhelar una discreta felicidad terrenal sin esperar un paraíso anticipado rodeado de setenta vírgenes.

Les pido disculpas por los pecados cotidianos de mi decadencia moral: por la tele, el cine, el Facebook, el iPhone, la investigación científica, el arte, la música profana, el buen vino, el asado a la parrilla, la minifalda, el bikini, la pizza con aceitunas y morrones, las lociones Polo y la libertad sexual; por admirar a Rambam, Spinoza, Da Vinci, Miguel Angel, Galileo, Newton, Mozart, Bach, Cervantes, Neruda, Freud, Einstein, Serrat y los Beatles.

Les pido perdón por el Partenón, la Capilla Sixtina y por el Templo de los Rollos del Mar Muerto; por los autobuses que aún no explotaron en Jerusalén, por los misiles que todavía no estallaron en Sderot, Ashkelón, Netivot o Beer Sheva, por los rascacielos que se mantienen en pie en Nueva York y por los vagones que aún no descarrilaron en Atocha.

Y por si no alcanza, les pido perdón por preferir Haifa a Damasco, París a Teherán, San Francisco a Bagdad, Buenos Aires o México a Riad y el kibutz donde vivo a Gaza. Por usar remeras en vez de jalabías y gorras de Nike en lugar de turbantes.

Perdón por poder votar en vez de asentir y por pensar en vez de obedecer. Por amar en vez de odiar y por avanzar en vez de retroceder.

Disculpen por tratar de vivir en la modernidad en vez de la Edad Media, por respetar en vez de imponer y por tolerar en vez de prohibir.

Pero me temo que con eso no sea suficiente, porque cuando haya negado mi civilización y mis creencias, cuando me haya retractado de mis certezas, cuando me arrodille implorando misericordia, el fundamentalismo islámico asesino - al cual reciben con todos los honores - me continuará matando del mismo modo, sin ninguna piedad ni compasión.

Y los matará también a ustedes, porque somos distintos y porque él no sólo busca la sumisión, sino además, el exterminio de la diferencia.

¡Gmar Jatimá Tová!