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Infiltrados africanos: Dolor de cabeza para Israel

Nadav, Ahmed Musa y AmitSin ellos los hoteles de Eilat pueden caer. Así nomás. Lo dicen abiertamente no pocos israelíes en esta ciudad balnearia del sur del país. Son los africanos, en su mayoría jóvenes, que cruzaron la frontera entre Egipto e Israel, arriesgandose a veces a ser baleados por los soldados egipcios en el intento, con tal de tratar de entrar a su «tierra prometida» en pos de una vida diferente.

 

Eilat, una ciudad propia de vacaciones, frecuentada por un intenso turismo interno israelí y también por viajeros de diferentes partes del mundo - para los escandinavos hay vuelos directos al lugar - se encuentra en el extremo sur de Israel. El encuentro de los africanos infiltrados por la larga frontera con Egipto y este sitio tan singular a orillas del Mar Rojo es inevitable. Hoy, la presencia de estos infiltrados en los servicios diversos en los hoteles de Eilat - la industria turística es la principal en la ciudad - es clave. Para algunos empleadores, comiezan como mano de obra barata. Para los infiltrados mismos, es un sueño hecho realidad.

En el café «Aroma» casi en «la punta» de Eilat, cerca de la frontera con la egipcia Taba, vemos a Ahmed Musa, un joven de 26 años, de piel oscura y amplia sonrisa. Llegó del norte de Sudán. Estuvo un mes en Egipto, pero sabía de antemano que su idea, era alcanzar Israel, adonde logró entrar hace dos meses.

«Yo no corría peligro, sólo buscaba un buen trabajo», confiesa mientras limpia unas mesas y contesta entre firme y un tanto tímido. Al preguntársele cómo es que soñaba con venir a Israel si el gobierno de su país, fundamentalista islámico, presenta a Israel como un terrible enemigo de los musulmanes. Ahmed se encoge un tanto de hombros y responde simplemente que «en Sudán la gente sabe que en Israel te van a tratar bien, porque es una democracia».

No todos tuvieron la misma suerte que Ahmed. Él venía en un grupo de nueve personas que querían cruzar la frontera a Israel. Dos de ellas fueron baleadas por los soldados egipcios. El consiguió salvarse. «No conocía sus nombres… y eso pasa todos los días», comenta. En Sudán quedó su familia.

Por un lado, numerosos infiltrados están trabajando en el sur o en Tel Aviv. Pero en los últimos meses, Israel realiza más esfuerzo para detener el fenómeno, que se convierte a ojos de las autoridades, en un serio problema social.

Muchos de ellos han terminado en instalaciones especiales en las que Israel los detuvo para impedir su entrada al país en espera de una solución interina. Otros sí  han podido llegar a las ciudades, comenzar a trabajar y a abrir una nueva página. Algunos hasta tuvieron la suerte de recibir permiso explícito de quedarse en Israel.

Las noticias sobre su situación en Israel - difícil pero mucho más decorosa al parecer que la que vivían en Egipto o en sus propios países de origen - corre como reguero de pólvora en Africa y se habla de enormes cantidades sudaneses, eritreanos y de otros sitios, buscando la vía para poder llegar.

En el mes de diciembre del año pasado, eran ya 52.487 los trabajadores ilegales en Israel (en su mayoría llegados por dicha frontera). Se ha llegado a un ritmo de aproximadamente 30.000 por año. En el mes de diciembre se infiltraron a Israel 2.295 ilegales africanos, 1.805 de ellos hombres, 429 mujeres y 612 niños. El mes anterior habían sido 2.931.

Cuando comenzó el fenómeno, había guerra civil en Sudán, serias masacres y una verdadera amenaza a la integridad física de sus ciudadanos. Numerosos sudaneses abandonaron su país y cruzaron hacia Egipto. Pero allí, a pesar de la identidad musulmana de la enorme mayoría de la población, no fueron bien recibidos; en muchos casos tuvieron que enfrentarse a maltratos y golpes y gran parte de ellos decidió intentar llegar a Israel.

A pesar de que en la región en general Israel es presentado por la mayoría de los gobiernos como un enemigo odioso, al pueblo mismo llegó evidentemente otra información. Numerosos africanos arriesgaron su vida intentando cruzar de Egipto hacia el vecino del sur, Israel, aún sabiendo que los soldados egipcios disparaban en la frontera.

De los miles que llegaron en una primera etapa, 500 fueron reconocidos por Israel como refugiados de Darfur (aunque llegaron también de otras partes de Sudán) y recibieron ciudadanía, con todo lo que se desprende de ello en términos de derechos sociales y seguridad.

Según organizaciones de derechos humanos activas en la materia, Israel dejó de permitir a los infiltrados acceder al trámite a través del cual se puede verificar si tienen derecho a recibir status de refugiados. Por su parte, las autoridades sostienen que la enorme mayoría de los infiltrados no corren peligro en sus países de origen, sino que llegan buscando un futuro mejor.

En una sesión especial del gobierno israelí a mediados de diciembre último, el primer ministro Binyamín Netanyahu dijo que si no se logra concretar un plan que lidie en forma efectiva con el problema, el número puede ascender a 100.000 ilegales por año. Cabe recordar que Israel tiene una población  de aproximadamente 7 millones y medio de habitantes, en cuyo marco desea preservar claramente la mayoría judía por ser el único Estado judío del mundo.

La gran pregunta es si acaso se puede devolver «en caliente» a los infiltrados que cruzan la frontera en forma ilegal y simplemente buscando posibilidades laborales.

La intención del jefe del Ejecutivo israelí es plantear el tema durante una gira que realizará por varios países africanos, pero difícilmente ello pueda poner fin al fenómeno.

Un elemento clave en el complejo mosaico, es la barrera de 240 kilómetros de largo que Israel comenzó a construir en su frontera con Egipto para lidiar tanto con el problema de la infiltración como con el terrorismo. Otro elemento del plan es la ampliación de la prisión de Ktziot, que ya funciona, y la construcción de una nueva para poder recibir allí a los detenidos ilegales que permanecerían en el lugar antes de ser repatriados.

Israel se siente en este punto como la primera puerta de Occidente para quien llega de Africa; problema que se le agrega a los numerosos desafíos de seguridad con los que tiene que lidiar diariamente. El gran desafío, en lo que a este problema respecta, es cómo maniobrar entre el deseo y el derecho a preservar su seguridad, su composición social, y su compromiso moral ante quien necesita ayuda.

«No tenemos ninguna obligación de aceptar infiltrados ilegales que cruzaron nuestra frontera sin permiso», dijo el primer ministro, señalando que una cosa son los refugiados políticos y otra distinta los que buscan trabajo.

Mientras tanto, en el café «Aroma», Ahmed continúa trabajando. Sus compañeros israelíes, Amit y Nadav, saben poco de él, pero sostienen que parece una buena persona, que es laborioso y dedicado. «Yo me acerqué a él y a otros de ellos sin problema; nos llevamos muy bien», comenta Nadav. «No debe ser fácil estar lejos de tu familia por más que haya querido venir».

Amit, que está en la caja, sostiene que no hay ningún problema con estos jóvenes y que trabajan muy bien. Ante la pregunta sobre las condiciones en las que lo hacen, los israelíes afirman que no hay ninguna discriminación. «El pago es por hora, según el tiempo que uno está ya en el trabajo», dice Nadav, contando cuántos shekel reciben. En este tipo de servicio, no hay fortunas de por medio, pero aunque Ahmed recibe menos que ellos porque está hace muy poco, hay otro joven de Sudán que recibe más que dos de los israelíes, porque tiene ya más meses en el trabajo.

«Se actúa bien con ellos y parecen agradecidos de poder trabajar». aseguran. «Al menos, eso es lo que vemos aquí».

Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay

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