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¿Querían América?

Siempre quisimos ser Estados Unidos. Ni Inglaterra ni Francia han inspirado el sueño de Israel. Después de todo, tenemos una gran cultura propia. Creíamos que Estados Unidos era una nación que se había inventado a sí misma. Una nación de inmigrantes que se convirtió en una potencia mundial en términos de riqueza y poderío militar.



Pero por sobre todo, teníamos envidia de la política estadounidense. Sólo dos partidos en lugar de 20, divididos por una ideología bien definida, y, lo más importante, un presidente que trabaja como CEO del país, unido por un impecable sistema de controles y equilibrios.

Estábamos convencidos de que ésa era la forma que debía tener una verdadera democracia, y por tanto, decidimos comenzar nuestra aventura de imitación. Antes que nada, el poderío militar, "el ejército más poderoso de Oriente Medio"; luego, el dinero, mucho dinero, y por último, la democracia también. Pero al igual que en el caso de una imitación de Levis y Gap, o de las versiones de los grandes éxitos de la música popular contemporánea, se necesita mucha imaginación - o una miopía grave -para afirmar que lo que hemos producido aquí es similar a Estados Unidos; especialmente en lo que se refiere a su democracia, y en particular a todo lo relacionado con el gobierno.

Israel ha ido un poco más allá. En lugar de dos partidos, o de veinte, nos hemos convertido en un régimen de partido único: un conglomerado. Este partido tiene muchos nombres: Likud, Israel Beiteinu, los laboristas o Shás; pero posee un solo núcleo: un partido religioso nacionalista que se beneficia de una total ausencia de alternativa, competencia u oposición, y que puede contar con el hecho de que, aún en el caso de decidir cambiar de nombre, continuará gobernando el país en los próximos años.

Al igual que en varios países de la región, nosotros también tenemos un "partido gobernante", el cual, en apariencia, no se puede reemplazar por medio de un proceso democrático - solamente con una revolución civil. Lo mismo sucedió con Mapai (el precursor de los laboristas); pero mientras Mapai siempre tuvo que enfrentar una dura oposición fundada en la ideología, la cual nunca abandonó su aspiración de ofrecer una alternativa cierta - incluso durante aquellos años donde no parecía que eso fuera posible -, el actual "partido gobernante" carece de un rival con la capacidad o la disposición necesarias para tomar parte en el asunto.

La siguiente imitación cuasi-estadounidense consistió en forjarnos un régimen presidencial. No un tipo presidencial ordinario, encargado de la recepción de soldados excelentes y damas de Wizo, sino un hombre fuerte genuinamente político. También en este caso, la imitación ha superado al original. En lugar de adoptar el modelo norteamericano, nos perdimos en el proceso para lograr finalmente un Putin. Un primer ministro presidencial: alguien que no sólo se desempeña como jefe del poder ejecutivo; que está sujeto a las directivas del parlamento, y que debe mostrar respeto reverencial por el sistema judicial, sino que también hace las veces de "líder de los fieles" con un aspecto secular, y que ha convertido el judaísmo en el requisito de ingreso a su club de fieles seguidores.

Se trata de un presidente que tiene como objetivo cambiar la composición de la Corte para poder silenciar a las organizaciones de derechos humanos y determinar el ámbito de actuación de los medios de comunicación - lo mismo que llevaron a cabo los presidentes de Egipto, Siria, Uganda e Irak; el modelo israelí determina también la dosis de ideología necesaria para que tanto él como su partido gobernante se mantengan en el poder indefinidamente. Por ejemplo, nuestro primer ministro presidencial ordenó de hecho una congelación del proyecto de ley solicitando una audiencia para los jueces porque le parecía demasiado de derecha, y exigió la modificación del proyecto de ley sobre organizaciones no gubernamentales a fin de establecer una clara distinción entre "ONG de tipo político" y "ONG con orientación social". Al hacerlo, señaló los límites de la "ideología" de derecha, sin ninguna oposición real por parte de los propulsores de estas leyes.

Es exactamente así como definió los límites de la "traición" de la izquierda. Aquel susurro suyo de 1997 en el oído místico del rabino Itzjak Kaduri, al afirmar que "la izquierda ha olvidado lo que significa ser judío", se ha convertido en una filosofía política que debe aplicarse en todas partes, desde la Corte Suprema de Justicia hasta los comités de inquilinos. No de manera imprudente, sino con "determinación y sensibilidad", como corresponde a un partido gobernante refinado. Después de todo, nada es urgente: el partido gobernante y su presidente no concluyen su mandato mañana.

El modelo presidencial israelí exime también al Parlamento de la responsabilidad de darle forma a la democracia. Cuando los partidos de derecha son capaces de leer correctamente las señales del primer ministro y actuar en consecuencia, y los partidos de izquierda no tienen necesidad alguna de hacer uso de su capacidad de leer (o de hablar), el primer ministro puede desempeñar entonces el papel de Sultán a quien debe preocuparle solamente una cosa: evitar que la nación tome las plazas de la ciudad y comience a pensar por sí misma.

Ahora veremos quién tiene envidia de quién: Israel de Estado Unidos, o viceversa. ¿Quién dijo que los sueños no puedan hacerse realidad?

Fuente: Haaretz - 29.11.11
Traducción: www.israelenlinea.com