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Disfrazados, más allá del abismo

Máscara de BibiComo en los dibujos animados, ya estamos aquí en Israel, «el Estado más democrático de Oriente Medio», pataleando sobre el abismo antes de caer definitivamente en lo más cercano posible de lo que se perfila como un Estado macartista con perfiles pre-fascistas.

Sí señoras y señores, distinguido público, las pruebas sobre tamaña acusación se asoman cada día, al prender la radio o la tele, desde el podio en el Parlamento hasta la calle. Todos disparan a mansalva, desde leyes discriminatorias hasta linchamientos de jovencitos armados con tijeras o cuchillos, campañas contra «infiltrados», escritores y artistas, estrellas de teatro y cine, y locutores sospechosos de ser liberales o pro-entendimiento con el enemigo.

Nadie se salva y sálvese quien pueda. Todos están en peligro de ser marcados de liberales, que es equivalente a izquierdismo, que es lo más cercano a ser auto-antisemita «enemigo de Israel».

Dios guarde de expresar consideración que el palestino tiene sentimientos y lamenta sus muertos, de la misma forma que nosotros lloramos los nuestros. Inmediatamente, el gremio bien organizado de parientes de víctimas de atentados, le exigirá un mea-culpa público y hasta que no lo cante en voz alta, él, su familia y su empleo, todos están en peligro de ser marcados. Mejor que haga las valijas y se vaya, porque, marcado ya está. Se lo recordaran hasta el final de sus días.

Los muertos de ellos, los palestinos, no merecen algún sentimiento porque son todos terroristas, criados en la cultura de la muerte, incitados, y en especial sin sentimientos nacionales y por lo tanto se merecen tres tiros en la cabeza. O mejor, todo un cargador.

Mi viejo, Hershel Kogan (z"l), cuando finalizaba de leer «La Razón» de los años '50, donde se sucedían las noticias al estilo: «La mató de 12 puñaladas por la espalda en defensa propia», plegaba el diario y eructaba una sola palabra que resumía su pensamiento: «goim». Yo me pregunto, hoy, cuando finalizo de recorrer las noticias actuales con tanta violencia, verbal y concreta, con tanta persecución contra «antipatriotas», con expresiones y leyes destinadas a reprimir ideas, qué diría mi viejo sobre los nuevos judíos de hoy que han creado, después de 2.000 años de diáspora, un Estado con estas corrientes de conducta y pensamiento. Con la tendencia de resolver toda situación, apretando el gatillo hasta vaciar el cargador o linchar un pobre eritreo por su color de piel, y por correr demasiado rápido cuando comenzó la batahola por un atentado. Lo lincharon no sólo a tiros, sino también lo aplastaron con un banco.

Y los ejemplos no faltan, sólo se acumulan. Cada día más se dispara contra todo palestino que se mueve en forma sospechosa, incluso niñas, armadas con… tijeras. Hasta el propio jefe del Estado Mayor, Gadi Eisenkot, vio necesario declarar que eso no es una conducta propia de un soldado. Esas no son las instrucciones para abrir fuego frente a un terrorista. Y el escándalo estalló con toda su fuerza hasta tal punto que el propio teniente general Eisennkot ya es sospechoso, en ojos de la ultraderecha política, de estar desenchufado de la realidad. Y encima trasciende que su jefe de Inteligencia le dijo al Gabinete de seguridad del gobierno: «Señores, no hay solución militar a esta Intifada new-age (o mejor dicho: small-age, por la edad de sus perpetradores), sólo una salida política, quizás, podrá amainar el temporal que se avecina.

Aseveraciones que en buen romance significan: Sres. ministros, tienen que tratar con la Autoridad Palestina. Los ministros del Gabinete casi se desmayaron (de rabia) ante tamaño atrevimiento del General en Jefe. ¿Cómo puede decir algo así? Ellos, que poseen la varita mágica para solucionar olas de atentados diarios de terroristas armados con cuchillos que corren hacia una muerte certera: no sólo derribar las casas de sus familias, sino también expulsarlas de su territorio, de su propiedad. Expulsarlas a Siria o a Gaza y van a ver como los atentados se interrumpen.

La lista sigue y es interminable, difícil de contener: una ministra de Cultura que confiesa que nunca leyó Chejov, pero puede imponer que no subvenciona eventos culturales y teatros, por no ser suficientemente patrióticos. Un ministro de Educación, que se precia de cuantos árabes mató en combate y prohíbe a los alumnos leer la novela «Cerca viva», de Dorit Rabinián, por describir relaciones amorosas entre una judía y un árabe en Nueva York. Otro que quiere revivir la pena de muerte y erigir el Tercer Templo. No es un «cada loco con su tema», sino cada derechista con un poco más de extremismo.

Esos son los mismos actores principales, ministros y parlamentarios que conforman la coalición de gobierno más derechista que existió hasta hoy, actual fábrica de leyes antidemocráticas, en especial para expulsar a diputados árabes que «no se comportan decentemente» y una oposición que de izquierda tiene muy poco, pero concepciones políticas de derecha (disfrazadas de centrismo) tiene por toneladas, y que sigue a la corriente en sanciones a parlamentarios árabes. Y de corolario, la ministra de Justicia, brega, sin pausa pero con prisa, para cambiar la Suprema Corte de Justicia por una más «conservadora», con más jueces supremos religiosos con tendencia a incluir el antiguo código legal hebreo en sus decisiones. Un código muy progresista, que antaño sentenciaba también a azotes o apedreo a fornicadoras (no fornicadores, ¡ojo!).

La tendencia gubernamental es muy clara: debemos borrar todos los símbolos de los regímenes anteriores, los «demasiados liberales» que antes regían. Llegó la hora de aquellos que actúan en nombre de Dios, que les otorgó no sólo el Estado sino también la propiedad divina sobre los territorios palestinos. Y ellos están ya enquistados en todos los niveles de gobierno, justicia, defensa y la comunicación masiva. Todos tienen atrás en la espalda un rabino o peor: un gurú ultraortodoxo (con style Don Corleone) que les susurra algún versículo apropiado, para que sepa adónde ir y qué decidir.

La sociedad israelí está enferma. La enfermedad proviene de la ocupación de los territorios palestinos que ya cumple su 50 aniversario y se transmite en todas las estructuras sociales en forma galopante. De célula a célula, convirtiendo una sociedad otrora solidaria, en otra polarizada en clases y tribus de proveniencia variada que recelan unos de otros: ashkenazim contra sefaradim, rusos contra marroquíes, éstos contra etíopes y todos ellos contra los árabes. Una fiesta de reconciliación nacional de un pueblo que ha vuelto a su patria ancestral, que ha convertido la revolución más importante del siglo pasado: el sionismo, en un ente colonizador que domina nativos en su propia tierra y niega reconocerse como tal, en nombre de un Dios cuyos representantes dictan sus pasos a través de sus rabinos y creyentes que están enquistados en todas las estructuras del gobierno: defensa, pensamiento estratégico y social. Todos guiados por la creencia que el mundo va a aceptar eternamente la situación imperante, como compensación por la Shoá. Y que ha convertido un Ejército, otrora de defensa, en un cuerpo policial, arma de protección de la colonización y represión. Por ser tal, no ha ganado ninguna guerra desde 1973. Sólo treguas temporales después de choques sangrientos. Pero eso sí, siempre en defensa propia.

No sólo vive enferma esta nueva sociedad israelí, sino que vive negando la realidad circundante. Niega la ocupación de los territorios palestinos, que ya cumple medio siglo de dominación sobre casi cerca de tres millones de palestinos. Niega que construye asentamientos sobre tierras que no le pertenecen, lo hace en forma solapada y sus colonos reciben apoyo doble y triple del Gobierno, de todos los gobiernos, no sólo los de derecha, sino también del Laborismo, más que los restantes habitantes de Israel.

Cuentan que su capital, Jerusalén, es una ciudad «unida para la eternidad», anexando más de 200 mil palestinos, que no nos quieren, que viven en poblados y campamentos de refugiados, que no han invertido en ellos ni dos shekels en infraestructuras, colegios o calles. Nada, cero.

Y lo peor es que creen que así constituirán el Estado judío y democrático, el «más democrático de todo Oriente Medio», pero con leyes ortodoxas desfasadas de la realidad, que deberán ser tomadas en cuenta, en la legislación actual, moderna y occidental, como antecedente legal válido. Ni que hablar que la democracia israelí, para la mayoría, le hace un favor a los representantes árabes que los deja pisar el Parlamento. Ya están en el horno leyes para detenerlos de tamaño atrevimiento. ¿Que se expresen libremente? ¡Por favor! ¡Esta es una democracia en defensiva! No un «bardak» (quilombo en buen romance) donde cualquiera pueda expresar sus sentimientos nacionales.

En Purim todos se disfrazan. El Gobierno de Bibi lo hace de democrático y liberal, pero hoy quiere establecer una ley que le permita expulsar del Parlamento a los representantes árabes. El Estado de Israel se disfraza de no colonizador, con la aspiración de permitir crear un Estado palestino. La sociedad israelí se disfraza de tolerante ante la minoría árabe, sin un asomo de racismo ya bien enquistado.

Por ello, los niños de escuela, prefieren disfrazarse en Purim de… gendarmes, que combaten a fuego libre contra el terrorismo cuchillero.

Y no les cuento qué va a suceder en Pesaj, la fiesta de la libertad de Egipto y del Faraón opresor. Porque si les cuento que la mayoría nos sentaremos a leer la Hagadá que lo relata, sin mirar al horizonte, no muy lejos, escasos 10 km., máximo, donde transcurre la vida en otro planeta donde viven unos millones sin derechos civiles, y al sur, en Gaza, otros millones más, encarcelados en una franja estrecha, con porcentajes altísimos de destrucción, sin casas y con cuatro horas de electricidad por día y agua escasamente potable y casi salinizada.

Pero así estamos, de fiesta en fiesta y esperando el estallido de una nueva Intifada en Cisjordania o una nueva guerrita en el sur, en Gaza. Las dos inevitables, porque tenemos un gobierno muy patriótico que está sentado esperando que pase la carroza de un nuevo conflicto y comenzar a disparar.