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Cuanto más lejos, más cerca

Binyamín Netanyahu y Barack ObamaBibi nunca olvidará aquella cumbre del G20: «No lo aguanto más, es un mentiroso», dijo Sarkozy sin percatarse de que el micrófono estaba encendido. «¡¿Tú no lo aguantas?! ¡Yo tengo que tratar con él todos los días!», replicó Obama, quien, por su parte, tampoco olvidará cuando, en plena campaña electoral contra Romney, Bibi aparecía en los programas televisivos dominicales de mayor rating en Estados Unidos, prácticamente haciendo campaña a favor del candidato republicano.

Seguramente tampoco olvidarán sus diferencias ideológicas y políticas. Sin embargo, no tienen otra alternativa que seguir intentando acercarse porque la relación entre países aliados a ese nivel es todo menos personal. Algunos ejemplos:

La intratabilidad del conflicto israelí-palestino no sólo es un factor explosivo para Israel que produce ciclos de espirales violentas de manera intermitente. Este conflicto irresuelto es también alimento y bandera de grupos terroristas que atacan a Estados Unidos o a sus ciudadanos, un tema que está permanentemente en el discurso político y en la opinión pública de países musulmanes, en donde a veces la inestabilidad genera riesgos a intereses norteamericanos. Todo ello sin mencionar el costo político que esta cuestión irresuelta supone para Washington tanto en lo externo como en lo interno.

La guerra civil siria no sólo genera riesgos inmediatos para la seguridad de Israel. Esa guerra civil también compromete intereses estadounidenses, empezando por la penetración militar directa de Rusia o de Irán, así como la presencia en territorio sirio de Hezbolá, o la amenaza que representa la expansión del yihadismo, no sólo en Siria, sino a través del crecimiento del Estado Islámico como idea o marca que es adoptada por grupos militantes en todo el mundo. Como ejemplo, alcanza decir París.

Adicionalmente, si el enfrentamiento de cuasi-Guerra Fría entre Washington y Moscú sigue escalando, probablemente Israel, como en el pasado, será el uno de los aliados cruciales que Estados Unidos va a requerir en la región.

Ahora bien, al margen de las opiniones encontradas al respecto del acuerdo nuclear de Washington con Teherán, nadie duda que dicho acuerdo fortalece a la República Islámica en lo inmediato, tanto en materia económica como política.

Y si bien la firma de ese pacto fue un mecanismo que Estados Unidos empleó para abrir un canal de diálogo con los ayatolás, la Casa Blanca no está interesada en que Teherán expanda su círculo de influencia.

Al final, ni Estados Unidos ni Israel desean ver a un Irán nuclearmente armado o que detone una carrera armamentista en Oriente Medio.

Estos son sólo algunos de los temas de interés común. Podríamos continuar y explicar lo mucho que Israel necesita del apoyo diplomático y económico de Estados Unidos en tiempos en que se encuentra políticamente aislado. O podríamos incluir más temas de política interna en Washington. La conclusión sería la misma: La relación entre Estados Unidos e Israel no es personal sino estratégica. Los pleitos, los berrinches y los incidentes que las administraciones de ambos países escenificaron no hacen otra cosa que perjudicar los intereses de ambas.

El reciente encuentro de Bibi con Obama podría ser una señal de que finalmente, después de siete años, los dos lo entendieron.