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Terminó Pesaj. Empieza el show

Bibi NetanyahuSin dudas, la fiesta de Pesaj de este año va a ser muy recordada en la historia política del Estado de Israel. Habiendo pasado casi un mes desde las elecciones, la súbita popularidad del «mago» Bibi está empezando lentamente a caer.

Cada día más cerca de firmarse un pacto entre el Grupo 5+1 y la República Islámica de Irán, Netanyahu se ve en una encrucijada difícil de sobrepasar.
 
Por un lado, su opción «fácil» ya no parece tal. Sus berrinches y pataleos son ignorados por Estados Unidos, mientras que internamente la constitución del gobierno no le resulta tan sencillo como se imaginaba.
 
Las altas exigencias de sus socios naturales, sumadas a que el mundo no parece dispuesto a soportar un ejecutivo intransigente de ultrderecha, le obligan a reconfigurar por completo aquellos planes que debió haber trazado el pasado 18 de marzo.
 
¿Cuáles son hoy las opciones de Bibi?
 
Por un lado, puede apelar a ceder frente a sus socios naturales, los partidos de derecha, de ultraderecha y los ultraortodoxos, sabiendo que conformará un gabinete mucho más homogéneo que el anterior y con un alto grado de apoyo popular entre los ciudadanos que los votaron. Pero también se enfrenta a un alto grado de rechazo de los que conforman el centro del marco político, dando por descontado que el Laborismo y la izquierda nunca lo van a aceptar como líder.
 
Al mismo tiempo, Bennett y Liberman serían una continuidad en sus reclamaciones por el acuerdo con Irán, táctica que ya se comprobó ineficiente a partir de lo ocurrido la última semana en Lausanna, Suiza.
 
Dentro de esa línea de posible gobierno, hay que recordar que las facciones ultraortodoxas se oponen al reclutamiento obligatorio de sus jóvenes a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) que debería llevarse a cabo en 2017.

Una de las grandes ventajas que tuvo el pasado ejecutivo fue que en su seno no había elementos ultraortodoxos clásicos, lo que le permitio a Bibi avanzar en los proyectos de disminuir las diferencias de las cargas sociales en los diferentes sectores de la población del Estado.
 
Por otro lado, el mago Bibi tiene un as en la manga. ¿Qué pasaría si ofrece al Grupo Sionista la formación de un Gobierno de Unidad Nacional, incorporando en sus filas a Kulanu, de Moshé Kahlón y a Yesh Atid, de Yair Lapid?

Este gesto sería mucho más reconocido en el exterior que entre la propia clase política israelí. Llevaría a demostrar a la comunidad internacional que existe voluntad y convicción a la hora de intentar negociar con la Autoridad Palestina (AP).

En tal caso, Obama no podría dejar pasar la oportunidad de ser el presidente que logró reanudar las más que estancadas tratativas de paz entre palestinos e israelies. Una movida política de ese calibre podría opacar un poco el fracaso de Netanyahu de influir en las negociaciones entre el G5+1 e Irán.
 
También es sabido que Estados Unidos contaría con el apoyo irrestricto de buena parte del mundo árabe y musulmán sunita a la hora de enfrentarse a Teherán y a sus aliados chiítas.

Encarar una «doble guerra» contra Irán y el Estado Islámico (EI) puede parecer difícil, pero no hay que despreciar el poderío militar de Arabia Saudita, Egipto y otros países de Oriente Medio en una coalición árabe.
 
Dentro de Israel, buena parte de la sociedad no daría la espalda a un Gobierno de Unidad Nacional. Un proyecto económico que se acerque más al Estado de bienestar que al neoliberalismo salvaje, sería ampliamente apoyado por los israelíes.

A la mayoría también le interesaría revisar la posibilidad de reanudar las negociaciones con la AP. Si bien es cierto que en este difícil panorama internacional pocos son los que se animarían a proponer una formula de paz por territorios, la presencia de Bibi le proporcionaría más tranquilidad a un amplio sector del electorado.
 
Las posibilidades están sobre la mesa.
 
Los israelíes esperan mucho de Bibi. Habrá que ver si el «mago» sorprende a propios y extraños.

Terminó Pesaj. De vuelta al trabajo y a los estudios.

Pero ahora empieza el mejor show del Estado judío: El de intentar formar una coalición gubernamental viendo la lucha a muerte entre los distintos candidatos a los mullidos sillones del poder.