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¡Siempre tenemos razón! ¿O no?

Después del juicio a Eichman, Golda Meir pronunció una de sus frases brillantes: "Ahora que todos saben lo que nos han hecho, podemos hacer lo que querramos; nadie tiene derecho a criticarnos o a decirnos cómo debemos proceder".

Otra frase genial fue dicha por Menajem Beguin siendo primer ministro durante la Primera Guerra del Líbano, una noche antes de la gran explosión sobre Beirut: "A ningún país de todos los que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, le cabe el derecho a darnos lecciones de moral. Ellos no hicieron nada para detener la matanza contra los judíos". Beguin también criticó duramente el ataque a Dresden.

El caso es que nosotros siempre tenemos razón. El pensamiento de que somos víctimas de persecuciones religiosas y discriminatorias, sembró en nuestras moradas la sensación de que podemos hacer lo que nos dé la gana, mientras que los goim (gentiles) siempre tendrán hacia nosotros sentimientos de culpa. Podemos ambicionar, quitar, aniquilar sin pruebas ni juicio, llevar a cabo un pogrom o negar e ignorar derechos humanos, lógicamente, de aquellos que no son judíos.

En sólo una semana he visto la potencia de nuestra mano dura y salvaje. El pasado 22 de julio a las cuatro de la mañana, cientos de policías llegaron al mercado árabe de la ciudad de Um El Fahem y realizaron allí un pogrom. Vinieron a destruir una construcción utilizada como comercio abierto para frutas y verduras. Rompieron todo; no dejaron ni una sandía entera, ni un tomate. La destrucción brutal incluyó diez heridos, algunos graves. Estuve allí, presencié el desastre.

Hace más de cinco años que los comerciantes de Um El Fahem solicitan permisos para levantar sus construcciones legalmente en una zona que sirve varios años como mercado. Existe una comisión regional de planificación, pero ella y quien la preside se desentienden de los derechos de los habitantes y allí cunde el pánico y la amenaza. Todo esto en momentos que centros comerciales y negocios de judíos gozan de todo lo que exigen, y mucho más.

El 28 de julio por la madrugada salimos cinco activistas de la ONG "Iesh Din" (Hay Justicia) para ver qué sucede en los cruces fronterizos con los trabajadores de los territorios portadores de permisos; cómo proceden con ellos los empleados de una agencia particular que ganó la licitación y acciona en lugar de los soldados apostados antes en ese lugar. 

Los trabajadores llegan a las dos de la mañana para adelantarse en la fila. Se sientan en la arena; algunos duermen. A veces son 3.000, a veces 5.000, en ocasiones muchos más. Entre ellos mujeres de edad que mantienen a sus familias. Trabajan en invernaderos; días laborales de diez horas a 9 shékels por hora. 90 shékels por un día de trabajo. Los trabajadores de la construcción reciben entre 100 y 150 shékels, a veces más, pero los empleadores anotan una cantidad menor para declarar "un impuesto más razonable". Los profesionales llegan a 300 shékels.

Hasta que cruzan y llegan al lugar donde los espera el empleador, pasan una verdadera vía dolorosa. Son auscultados con un manómetro eléctrico, deben descalzarse, examinan su tarjeta magnética, las huellas digitales para constatar la veracidad de la tarjeta, entran en una pequeña habitación para un control exhaustivo del cuerpo. Hay alimentos prohibidos: arroz cocido, papas y garbanzos si no están en cajas. ¿Bebida? una pequeña botella de agua. Otras se pueden pasar sólo en latas herméticamente cerradas.

Conversamos con quienes cruzaron antes de desaparecer en las camionetas de los patrones. Llegan por su propia voluntad, porque necesitan el sustento, pero se trata de un trabajo impuesto, vil, explotador.

Entretanto, los "mejores" judíos creyentes les quitan sus tierras, destruyen sus casas y conspiran contra su libertad. Todo se lleva a cabo por incentivo, por acuerdo y subvención de los gobiernos. Así se comportaron en la expulsión de pobladores de sus casas en pro de los asentamientos por considerarlos "zonas de seguridad".

¿Acaso el Gobierno de Israel devolvió alguna casa de aquellas que se posesionó, nacionalizó y repartió entre los nuevos inmigrantes? El albacea general de Jordania solamente las alquiló a refugiados de guerra, no distribuyó regalos. La posesión y el reparto lo hicimos nosotros.

Todo es nuestro sólo por la fuerza, por los sentimientos de culpa de los goim en Europa y por gracia de nuestra rectitud exagerada y envilecimiento.

Debemos prestar mucha atención al Primer Ministro y al Ministro de Defensa en sus respuestas a la pregunta "¿Qué pasará?" La paz no vendrá con ellos. Lástima.

Esto duele; peor aún, decepciona; especialmente a aquéllos que lucharon en la Guerra de la Independencia con la seguridad de que estableceríamos aquí una sociedad ejemplar.

David Ben Gurión repitió y manifestó que somos "el pueblo elegido". Yo pregunto: ¿qué mérito tenemos?

Fuente: Haaretz - 16.8.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il