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¡Demasiado orgullo nacional!


El ministro de Educación, Gideon Sa'ar se equivoca al otorgar prioridad de estudio a los valores del sionismo y el judaísmo antes que a valores humanistas y democráticos. 

Desde el punto de vista educativo, justamente los valores nacionalistas, son los menos imprescindibles para enseñar en las escuelas.

La razón es muy simple: Al igual que los instintos de supervivencia, territoriales, familiares y étnicos, que desarrollamos naturalmente, así evolucionan desde nuestra niñez, el sentimiento de pertenencia comunitaria y el orgullo nacional.

Sin embargo, tal como se enfatiza claramente en las culturas moralistas clásicas - judaísmo, helenismo, confuciana o budismo - el desafío central en la educación moral se encuentra justamente en todo lo que choca con el egoísmo personal y el etnocentrismo.

El verdadero desafío, en el concepto hebreo, está inmerso en los imperativos "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" y "No hagas a tu prójimo lo que no deseas que te hagan a ti" en la versión kantiana. Dicho desafío se encuentra en el comienzo de la humanización y la universalización de todos nuestros juicios y nuestras acciones: el respeto del hombre como hombre, la igualdad en los derechos humanos y civiles y el establecimiento de un régimen democrático, liberal y solidario. En esos retos morales se pueden encontrar sólo unos pocos en el seno de los humanos y las naciones del mundo.

El error del ministro en este asunto, no es sólo teórico sino también empírico. Cada uno de nosotros sabe que no existe en el hombre patriotismo, amor por su pueblo, orgullo por su patria o devoción por su religión, que lo transforma automáticamente en alguien honesto, gentil, sensible y respetuoso.

Incursionando en la historia podemos encontrar numerosos ejemplos de aquéllos que fueron patriotas, nacionalistas, religiosos o idealistas (de derecha e izquierda) y se destacaron por sus acciones perversas, corruptas y crueles. También podemos observar a nuestro alrededor y ver claramente que no existe nada en el patriotismo nacional del afgano o americano, israelí-judío o árabe-palestino, que lo convierta forzosamente en un buen hombre desde el punto de vista moral.

Lo bueno y lo moral se encuentran en un lugar totalmente diferente: sabiendo que a pesar de la diferencia del prójimo, y a despecho de sus ambiciones personales e intereses comunitarios, se debe brindar a cada uno el valor humano equivalente, respetar sus derechos y conducirse hacia todos con honestidad y consideración.

Sólo una educación hacia esos valores, es de suponer, podría haber ahorrado a la humanidad muchas de las atrocidades vividas, cuyas bases fueron el despotismo, el racismo, la discriminación y la opresión.

Entiendo que no hay, y no puede haber, una educación en general y una educación hacia valores en particular sin salvaguardar el legado y el nexo nacional o comunitario. El problema es que una educación hacia valores como la que propone el ministro, nos exime de una relación más amplia y comprometida con la posición humanista y democrática, sin garantizarnos ningún avance de la moral positiva. En el consenso público esto se describe muchas veces como desafío de la combinación entre lo particular y lo universal.

En otras palabras, para que la moral sea vigente y justificable, exactamente como la ciencia, debe tener en su esencia un carácter universal. Puede ser descripta en diferentes idiomas, asentada con tradiciones diversas y con características exclusivas. Pero para que actúe en beneficio de las personas, debe depositar en sus legados particulares el idealismo humanista y la auto moderación.

Estos son los verdaderos valores que influyen sobre los seres humanos para conducirse con honestidad y respeto hacia el prójimo.

Fuente: Haaretz - 11.9.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il