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Navidad invisible

Ni Papa Noel con sobrepeso, ni luces y guirnaldas por todas partes, ni bombardeo publicitario, ni Reyes Magos, ni belenes vivientes ni consumismo desaforado. En la cuna de la cristiandad, la Navidad es casi imperceptible, una fiesta celebrada de puertas adentro y sin aspavientos.

No hay que olvidar que en Israel y los territorios palestinos los cristianos son minoría absoluta, emparedados entre judíos y musulmanes, en una región donde la tolerancia no es la mayor de las virtudes. Quizá por eso se preservan más las esencias que el folklore de la fiesta.

En Gaza quedan sólo 3.000 cristianos, apenas 300 de ellos católicos. Hasta hace 15 años toda la comunidad viajaba a Belén, Beit Jala, Ramallah, Jerusalén o Nazaret para pasar las fiestas con el resto de la familia, pero hoy sólo unos cuantos reciben los permisos israelíes de salida.

Para los que se quedan, la fiesta bascula en torno a la única iglesia católica de la franja. La parroquia lleva a los jóvenes a visitar a los enfermos, reparte comida entre los más pobres y organiza una solemne misa del gallo.

En las casas se instalan pesebres de madera de olivo y algunos visten el árbol de Navidad. Pero poca fiesta más. "Aquí son días muy melancólicos. La gente no tiene trabajo. Se recuerda a los familiares perdidos o a los que viven fuera", cuenta el sacerdote Guillermo Fábrega, un argentino de 34 años. Los musulmanes, dice, toleran los motivos navideños cristianos y su práctica religiosa.

La prueba es que de los 1.000 alumnos del colegio católico, solo 86 son cristianos, pero se evita la ostentación. En los últimos años la comunidad ha sufrido varios ataques de fundamentalistas radicales, aunque hoy la mayoría están en las cárceles de Hamás.

En Jerusalén también es difícil topar con algo que recuerde la Navidad. Un par de tiendas venden trajes de Papá Noel, árboles de plástico y belenes de madera en el barrio cristiano de la ciudad vieja.

Para hallar otros rastros hay que buscarlos en la esfera privada, en casas, monasterios y colegios cristianos o en los hogares de algunos judíos rusos que mantienen la tradición del árbol.

Para la curia judía, la Navidad no es kósher. Sus rabinos inspeccionan los hoteles y restaurantes de la capital para asegurarse de que no ponen símbolos navideños cristianos. Los que lo hacen se exponen a perder los certificados de kashrut otorgados por el Rabinato, que acredita que cumplen con las leyes alimenticias judías o con preceptos como los del shabat.

Este año, además, el llamado Lobi por los Valores Judíos ha lanzado una campaña de boicot de los establecimientos que exhiben árboles u otros símbolos cristianos. Sus pasquines instan a preservar los valores de la Torá y la identidad judía sin sucumbir a "la atmósfera payasa del final del año civil".

Belén es la excepción al erial navideño. Las luces y un gran pesebre engalanan las calles, presididas por el árbol con la estrella colocado frente a la basílica de la Natividad. Pero también aquí es una fiesta triste. El muro de hormigón ahuyenta a los peregrinos. Al menos este año ha desaparecido el cartel del Ministerio de Turismo a la entrada del muro. "Que la paz sea contigo", decía.