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65 años con luces y sombras

Han sido muchos los intentos para conseguir la paz sellados en Camp David, Oslo, Madrid, Washington o Annápolis.

El mensaje de un Estado moderno que festeja 65 años de su independencia, es que no queda más remedio que volverlo a intentar.


Israel cumple 65, la edad de la madurez para una persona pero la infancia para un Estado que ha visto realizado un sueño de siglos. El pensador judío, Isaiah Berlín, decía que «Israel es un testimonio vivo del triunfo del idealismo y de la fuerza de la voluntad del ser humano sobre las supuestamente inexorables leyes de la evolución histórica».

Los israelíes tenemos motivos para festejar este aniversario. Vivimos en una sociedad compleja, libre y democrática, rodeada de Estados cultural y políticamente contrapuestos. Desarrollamos la economía más vigorosa de Oriente Medio y somos una potencia mundial de nuevas tecnologías.

Somos poco más de ocho millones de habitantes, un millón y medio de árabes israelíes incluidos, una colectividad que ni los sionistas militantes reunidos en Basilea en 1897, y ni siquiera David Ben Gurión, habrían soñado jamás.

Hemos rescatado el hebreo modernizándolo y editamos libros que se traducen a los más variados idiomas. Nuestras universidades, centros médicos y de investigación son de los más competentes; nuestra cultura florece; nuestra identidad israelí se ha consolidado en estos 65 años de convulsa y complicada historia.

No conozco otro Estado que sea contínuamente amenazado con ser borrado del mapa. Tampoco sé de un país que después de una espectacular y fulgurante victoria militar en junio de 1967 no haya sabido resolver el conflicto con los vencidos que se quedaron en las tierras conquistadas pero no obtuvieron derechos políticos.

Mantenemos relaciones fraternales con Estados Unidos, sea quien fuere el presidente, y somos respetados por la Unión Europea, China y Rusia que mantienen contactos fluídos con Jerusalén. A lo largo de nuestra breve existencia como Estado, hemos conseguido la paz con Egipto y Jordania.

Por si todo eso fuera poco, y cuando ya nos acostumbramos a que tendremos que sobrevivir sin recursos naturales, nuestra tecnología nos lleva a descubrir grandes yacimientos de gas y a desarrollar energías alternativas.

A pesar de este panorama impensable cuando un 14 de mayo Israel nacía bajo los auspicios de la ONU, aún resta mucho por hacer. Citando nuevamente a Berlín: «No hay ningún otro país en el que tantas ideas, tantas formas de vida, tantas actitudes, tantos métodos para enfrentarse a las cosas del día hayan coincidido con tanta violencia».

Nuestro sistema político vive atomizado por partidos distintos y distantes que pactan gobiernos frágiles. Pero el problema de la democracia israelí es que nuestra clase política no ha sido capaz de establecer la paz con los palestinos. No es fácil ni posiblemente asequible ahora. Pero como comentó alguna vez el hoy presidente Shimón Peres: «Dormiré tranquilo por la noche cuando los palestinos empiecen a tener esperanzas». En esta visión debemos caber también la gran mayoría de los israelíes.

En Israel hemos tenido dirigentes de gran categoría, desde Ben Gurión a Peres pasando por Rabín y Begin. Hemos librado siete guerras contra todos o alguno de nuestros vecinos; disponemos, según fuentes extranjeras, de armamento nuclear, pero nuestra fuerza no nos puede curar la falta de sueño que tenemos desde la Guerra de los Seis Días.

En Israel no podemos perdurar como Estado judío y democrático y seguir controlando Cisjordania bajo un régimen militar; sencillamente por una cuestión demográfica. Entre los palestinos no apareció un Gandhi o un Mandela; han producido un Arafat y una organización terrorista - Hamás - que, para desgracia de su pueblo, gobierna en la Franja de Gaza.

En Israel necesitamos la paz con los palestinos y éstos no podrán desarrollarse si no pactan con nosotros. Una continua violencia no puede propiciar paz y convivencia. Para obtenerlas es preciso que ambos pueblos dominemos la memoria en lugar de convertirnos en sus rehenes.

Dicho de otra manera, la paz en Oriente Medio será posible cuando los israelíes dejemos de estar obsesionados por la necesidad de recluirnos en el pasado, y cuando los palestinos asimilen la idea de que pueden vivir pacíficamente con nosotros como vecinos.

Han sido muchos los intentos de paz sellados en Camp David, Oslo, Madrid, Washington o Annápolis. El mensaje de un adulto de 65 años es que no queda más remedio que volverlo a intentar.

La alternativa es seguir con la violencia, una espiral que sólo genera más violencia.

¡Jag Sameaj!