Imprimir

Chupamedias y alcahuetes

Hay temas difíciles de encarar. Que colocan al que lo propone y aborda en una cornisa desde donde puede ser atacado, mal comprendido o fuertemente zaherido. Abordo el tema con la tranquilidad que me da el transitar el campo nacional y popular desde hace cincuenta años. No comprando etiquetas sino contenidos.

El menemismo surgido de las entrañas del peronismo era su sepulturero. Contradecía todo lo que tenía de reivindicable el peronismo histórico. El culto al verticalismo llevó a que semejante viraje se diera con fracturas insignificantes en el justicialismo.

Bajo el sello peronista se hacía contrabando ideológico. El neoliberalismo se imponía desde adentro del movimiento popular. Y ahí estuvimos en campos separados. Pero cuando el kirchnerismo se entroncó con algunas líneas del peronismo histórico, ahí caminamos juntos por el mismo territorio, manteniendo la crítica al lado del apoyo. Desde la misma vereda. Como en la resistencia, en las proscripciones y en la vuelta y gobierno de Perón. En los momentos críticos de su segunda presidencia, cuando los adversarios económicos se unificaban detrás de la iglesia a la que se le había eliminado le enseñanza religiosa en la educación pública, se le había introducido el divorcio y eliminado la vergonzante categorización de hijos naturales e ilegítimos pasando a ser matrimoniales y extramatrimoniales, y se iba por más, Perón declaró: «Estoy rodeado de chupamedias y alcahuetes».

Chupamedias es la persona sumisa, obsecuente, aduladora. Alcahuete es un buchón o encubridor. Si el interlocutor no era ni chupamedia ni alcahuete debería haberle dicho al General: «Usted ha generado un sistema de ascensos y premios en donde se multiplican los chupamedias y alcahuetes. Usted se queja pero está cosechando lo que estimuló».

Un ejemplo máximo fue el vicepresidente, el Contralmirante Alberto Teisaire, mendocino, elegido en abril de 1954, que apenas producida la Revolución Fusiladora declaró contra el gobierno derrocado del que formó, 11 días después, en términos que ruborizaban a Aramburu y Rojas. Afirmó entre otras cosas: «La conducta de Perón como gobernante, su deslealtad para los que en él creyeron, su cobarde y vergonzosa deserción frente al adversario, abandonando al gobierno y a sus colaboradores (y no digo sus amigos, porque jamás abrigó sentimientos de amistad para nadie), me habilitan para la actitud que asumo. No tengo por qué guardar consideraciones para quien no las tuvo con nadie, ni aún con el país, de cuyos destinos dispuso a su antojo... Pero nadie puede llamarse a equívocos, hay un solo responsable de todo: Perón. Hay uno solo que inspiraba y ordenaba: Perón».

Otro ejemplo de obsecuencia, pero en este caso ligado a una significativa lealtad, es Héctor José Cámpora. Escribe José Pablo Feinmann: «Durante el primer peronismo, ese que pinta Santoro con los colores de un Paraíso Perdido, Cámpora era un simple dentista, un hombre de San Andrés de Giles, que arrimó un bochín al corazón del poder. Era obsecuente, y era feliz con la obsecuencia. Quería tanto a Perón y Evita que no hacía otra cosa sino lo que le decían. Hay una anécdota (seguramente falsa: tiene un tufillo indisimulable de sorna y desdén oligárquico, pero es ingeniosa) que lo muestra siguiéndola a Evita, siempre apurada, siempre afiebrada por la acción, y Cámpora, fiel, detrás de ella; y ella, de pronto, le pregunta: «Che Camporita ¿qué hora es?». Y Cámpora dice: «La que usted quiera, señora». Divertida la anécdota, pero como dije, falsa. Es inimaginable que una mujer como Evita no tuviera un reloj; y caro».

La anécdota es posible que sea tan falsa como el intento tardío de convertir a Cámpora en un líder revolucionario. Pero es ilustrativa para lo que aquí se intenta ejemplificar. Sin olvidar que el último acto gubernamental de Perón, el 29 de junio de 1974, antes de transmitir el mando provisoriamente a Isabel, que finalmente fue definitivo, consistió en la aceptación de la renuncia del dentista de San Andrés de Giles y ex presidente a su cargo de embajador en México, sin agradecerle, como es de fórmula, los patrióticos servicios prestados.

Se tropieza dos veces con la misma piedra

En la actualidad hay anécdotas del mismo tenor. Más allá de la cercanía a la realidad de las mismas, hay un despliegue de obsecuencia de muchos funcionarios y militantes.

Se atribuye al secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, integrante del muy reducido anillo del poder gubernamental, la frase: «A la Presidente se la escucha, no se le habla». De imposible verificación, la misma se alinea con expresiones públicas reiteradas que van en el mismo sentido. Por ejemplo el vicepresidente de la Nación, que ha propuesto e impulsado medidas trascendentales como la estatización de los fondos de pensión, se ha referido en su interinato de presidente, reiteradamente a «nuestra querida presidenta». Una vez es cariño, varias veces una adulación poco justificable, más allá de las indudables virtudes de la Presidenta.

Nadie en la vida cotidiana se refiere a quién ama, agregándole indefectiblemente a su nombre grandilocuentes adjetivos. O nadie menciona al hijo del que se está orgulloso con sistemáticos y variados elogios. Hay militantes políticos que ocupan puestos de relevancia o cargos legislativos, que al escucharlos se tiene la dolorosa sensación que no está hablando una persona sino un casette, salpicado con permanentes elogios hacia sus superiores jerárquicos.

Se necesitan en la construcción política, uno de los déficits organizativos del kirchnerismo, militantes ingeniosos, propulsores de proyectos, que tengan una mirada crítica sobre lo que se hace y fervorosos en la voluntad de llevarlos adelante. En cada militante-soldado debe haber un futuro coronel o general. Si sólo se cumplen órdenes, sin discusión y debate, ascienden no los mejores, sino los de columna vertebral más flexible.

Estas disquisiciones pueden aplicarse a ministerios y secretarías fundamentales, cuya opacidad e intrascendencia es un contrapeso a los muchos avances logrados en ocho años. El Ministro de Salud, Juan Manzur, tiene un perfil tan bajo que bordea la inexistencia.
Precisamente en un área donde el gobierno tiene importantes déficits, se desconoce su posición sobre temas fundamentales. En medio del traumático caso de la niña embarazada de 11 años en Entre Ríos, sólo se pudo escuchar la voz del Ministro Provincial de Salud, expresión de los sectores religiosos más retardatarios.

En medio de un creciente debate sobre la mega minería a cielo abierto, el Secretario de Minería, Jorge Mayoral, mantiene un lamentable e insondable silencio. Su ocasional reportaje en la revista Debate no aclara el panorama.

En otras épocas aciagas de la Argentina, donde la política estaba presa de la economía, el Ministro de Economía era un par, y muchas veces superior al Presidente. El kirchnerismo revirtió positivamente esta situación. Pero se fue al otro extremo, al punto de convertir el cargo en simbólico. Todo ello en un contexto de una crisis mundial sin precedentes.

Se podría seguir con otros funcionarios, pero sólo se repetirían argumentos. La centralización del mando no se cuestiona. Lo que aquí se apunta es que la Presidenta debe tener colaboradores con iniciativas. Que la ayuden a tomar las mejores decisiones sobre los múltiples temas que hacen a un gobierno. Y que la Presidenta escuche.

Alguna vez se ha dicho que la naturaleza es sabia porque nos dotó de dos orejas y una sola boca, por lo que debemos escuchar el doble de lo que hablamos. Pero para escuchar, es necesario que el colaborador, el asesor tenga cosas importantes para aportar, mucho más que la lealtad que es básica y la obediencia hacia las decisiones tomadas.

Chupamedias y alcahuetes

Cuando a partir de septiembre de 1955, llegó el momento de la derrota y las proscripciones; de los fusilamientos y de los intentos de arrasar con todas las conquistas sociales obtenidas; de revertir la distribución del ingreso alcanzado; los chupamedias como Teisaire, cuyo secretario era Bernardo Neustad, se pasaron con armas y bagajes al enemigo.

Aparecieron en la adversidad, desplazados como Arturo Jauretche o militantes legisladores cuestionadores como John William Cooke, entre tantos otros, para sostener con el cuerpo y la lucha ideológica lo obtenido.

El 54% es un piso importante para profundizar el modelo en lo que se ha hecho o en lo que todavía falta encarar y para desprofundizar en lo que se hizo mal.

Junto con ese 54% aparecen los chupamedias y alcahuetes de afuera que hasta ayer nomás se oponían entusiastamente y que volverán a hacerlo apenas empiecen a avistar dificultades y los de adentro que sólo creen que es necesario obedecer potenciados y amparados en el rotundo éxito electoral.

Notas relacionadas

Sintonía fina o profundización

¡Huracán!

Los días que cambiaron a la Argentina