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A H A R O N E L P A M P A

Cuando volverás Aharón? preguntaba yo con mi voz llena de “gallos” por el cambio que estaba experimentando, Aharón me mostraba las nubes y me respondía con voz pausada:

¿Ves esas nubes? Cuando ellas se hagan lluvia y la lluvia se haga sembrados, los sembradíos se harán cosecha y la cosecha será alegría, en ese momento el Pampa Aharón volverá contigo.

 

Así era en cada cosecha, cuando los trigos flameaban dorados y maduros con el viento pampero irrespetuoso y cuando su aroma de pan horneado nos llenaba los pulmones, se veía la polvareda con los elementos de Aharón el Pampa , que venía a acarrear la cosecha.

Ocho pecherones fuertes y lustrosos en cada chata de carga, aperos de lujo para cada uno, sobresaliendo los tiros lustrosos de los cadeneros, que bufaban impacientes después del trote que su dueño les impusiera antes de arrimar al galpón, como para que todos observaran que a sus parejeros les sobraba “motor” para correr con el carro atrás.

Al comenzar la cosecha de trigo, tras las máquinas quedaban largas hileras de bolsas de arpillera, indicando el paso de la cosechadora y el “rinde” del cereal, de acuerdo a la mayor o menor densidad de “bolsas llenas” tapizando el rastrojo recién trillado.

En ese momento venía la chata de carga con dos hombres baquianos para levantar las bolsas, hombrearlas hasta el carro y estibarlas en estudiada forma, para que el peso quedara equilibrado y la estiba trabada, de modo que no cayese la preciada carga en los pozos de la senda hasta la estación de acopio.

Ver llegar a Aharón con sus pesados carros era todo un espectáculo, llegaba en la chata de punta (la primera) y cuando aún se oía el rechinar de las otras que aparecían inmediatamente, él ya estaba apoyado en el pescante y con un estudiado paso, apoyaba su alpargata blanca en el polvoriento camino y de su boca, perdida entre los anchos mostachos y la barba cerrada cubiertos de tierra, salía un Sholem Aleijem! , al que seguían apretones de manos a diestra y siniestra y después bromas, insultos y saludos de distinto tipo, que la peonada prodigaba a tan insigne personaje.

A la hora que llegara, empezaban a preparar el asado que se esperaba matizando la ronda con interminables mateadas alrededor del fogón, mientras Aharón desgranaba sus relatos de otras comarcas a las que su oficio lo llevara.

Así conocí de las cosechas de girasol, lino y maíz y de las interminables cargas en el puerto, o de los “hombres de blanco”, que llevaban las bolsas de harina de los molinos a los carros, para a su vez derivarlos a otros sitios.

Todo iba acompañado de la magia de Aharón, que transformaba los hechos simples y cotidianos, en épicas aventuras o tragedias según el condimento verbal que les agregara.

Era este personaje un ser muy especial, lo de “pampa” le venía por su hábito trashumante, ya que toda la campiña era su casa, recorrida una y mil veces bajo el fuerte sol del verano o en las gélidas madrugadas de invierno, en cada ocasión él había contemplado la luz de las estrellas, cubierto con el largo poncho sobre el catre de campaña, que noche a noche ponía entre las lanzas de su chata , o si no en los días de garúa, el catre iba debajo del

alto carro, donde el repiquetear del agua sobre las gruesas tablas, acompañaba el ritmo de su respiración hasta que el pesado sueño lo vencía.

Por la mañana muy temprano, salían las chatas al campo para recoger las bolsas que no debían estar húmedas porque la arpillera se abriría y además el grano sería rechazado en la estación, ya que con la humedad se brotaba y perdía calidad panificable

. Yo, que a la sazón era apenas un adolescente, pedí acompañar a Aharón aún sabiendo que no me la iba a llevar “de arriba” En efecto, tenía que manejar las riendas mientras se cargaban las bolsas; era todo un arte digno de observarse, cómo un hombre manoteaba las “orejas” y el otro, con un oportuno paso coordinado con un quiebre de cintura, recibía el peso de 60-65 Kg sobre los hombros y aún no estaba acomodada la carga cuando ya salía el changarín con paso ligero hasta la chata donde descargaba, no sin antes “relojear” el lugar y la forma en que depositaría su preciosa carga.

Como yo tenía necesidad de probar mi “incipiente hombría”, me ofrecí a imitarlos, con lo cual varias veces caí al suelo al recibir la bolsa en el hombro, hasta que pude entender un poco la maniobra, no obstante lo cual fui objeto de todo tipo de pullas en la ronda alrededor del fuego; esto no me desanimó, pero el dolor de huesos lo callé muy dentro mío y a la noche no sabía qué posición adoptar para atemperar el sufrimiento.

Después de cargar los carros venía la parte más linda,ya que se debía transportar la mercadería hasta la estación, los caballos forcejeaban para arrastrar la pesada chata, cuyas anchas ruedas de madera tendían a hundirse en los polvorientos caminos; yo, extendido entre las bolsas cuya carga de granos se acomodaba a mi anatomía, disfrutaba del sol sobre mi cuerpo mientras mis pulmones se llenaban con el aroma a pan fresco que emanaba de los preciosos granos. Al llegar a la estación, la larga caravana de chatas esperando para descargar, hacía que se multiplicaran los saludos, gritos e insultos entre los carreros, matizados con largos “besos” a las botellas de cana forradas con arpillera y humedecidas previamente y como siempre, interminables rondas de mate amargo cebado con el agua de unas tiznadas pavas, negras a fuerza de bailar entre los tizones de los improvisados fogones.

Cuando se terminaba de descargar, todos salían al ritmo ligero de sus percherones, no era el apuro por volver a las chacras, sino la demostración de habilidad de los carreros y la muestra del real potencial que tenían sus “pingos”, lo que hacía que el regreso se transformara en una carrera de cuádrigas; yo, cuando me daban “las riendas”, azuzaba a los caballos y me sentía Ben Hur en medio de la pista, compitiendo contra el romano Mesala y olvidaba, por un momento, mi situación de humilde muchacho campesino de la gran pampa.

En una ocasión en la que fuimos a descargar y como había tiempo de sobra, Aharón me llevó al “boliche” a “refrescar el garguero”.Yo lo acompañé orgulloso, no por la “Crush” conque me convidaría, sino por el honor de caminar junto a tan especial personaje. Pese a que había caído en desuso, Aharón seguía aferrado a su ropaje gaucho, no del todo original pues a sus anchas bombachas y chaleco corto de cuero crudo, acompañaba una camisa de tela vaquera y su largo facón atravesado a la espalda, desentonaba con el reloj pulsera de malla metálica; lo que sí era gaucho, era el rebenque de pala ancha, que mediante una pulsera de tiento trenzado, colgaba de su fuerte antebrazo.

Una vez dentro del bar y ya frente a nuestras respectivas botellas (caña para él y Crush para mí), mi compañero participó de las charlas y gritos propios del lugar; todo era normal, hasta que un parroquiano grandote como un ombú, bastante “pasado de vino” y acompañado por un muchachón ,no tuvo mejor idea que comenzar con sus comentarios a viva voz y el tema de dichos comentarios, era sobre el oficio de carreros, decía que es “oficio de machos” y ningún gringo ni ruso merecería tan noble ocupación. Aharón no dijo nada y siguió como si nada oyera, pese a que sin duda las palabras iban dirigidas a él.

Empecé a transpirar, pues si se armaba lío el muchachón, presunto hijo del bocón, me tocaría a mí y yo, por arma solo tenía un escarbadientes con el que me sacaba de la dentadura un trozo de maní rebelde, así que empecé a calcular tiempo de fuga hasta la puerta, pero mi compañero estaba tranquilo, con esa tranquilidad que da la verdadera seguridad de quien afrontó muchos miedos y los venció; a todo esto, el beodo seguía hablando fuerte y “dándose manija”, hasta que apuntó a mi compañero y le preguntó como se llamaba, al oir que su nombre era Aharón Cachalovsky, soltó una carcajada seguida tímidamente por algunos de los obsecuentes que lo rodeaban; acto seguido, sacó su cuchillo y se nos acercó insultándonos , diciendo que a los judíos de m... había que convertirlos en jabón como en Alemania, yo sentía que “me iba a hacer encima”.

Aharón dio media vuelta y con un golpe de talero en la muñeca del agresor, le hizo caer el arma, el segundo golpe fue para “sacarle un poco la mamúa” (despejarlo de su borrachera), después de recoger el arma y dársela al bolichero hizo algo que no entendí, invitó al hombre y a su hijo (que por suerte no hizo nada), a tomar unas cañas, después de un rato la charla fue amable y el agresor pidió disculpas en voz muy baja.

Yo comprendí el accionar de Aharón, primero no “desgraciarse” (caer en desgracia) por un hecho de sangre, segundo no dejar enemigos en la huella y tercero, lo que habla de su grandeza, no avergonzar a un hombre delante de su hijo, para que éste a su vez no se sintiera humillado. Recién me sentí aliviado cuando salimos y pude respirar aire fresco, Aharón no dijo nada con respecto a lo sucedido y su conducta campechana y simple fue la de siempre, sin ningún alarde ni “compadrada”, no los necesitaba para autoafirmarse, él sabía quien era y cuales eran sus límites; yo, que no lo sabía, ardía en deseos de contar lo sucedido, pese a que mi participación no pasó de una “angustia esfinteriana”.

Cuando la cosecha estaba llegando a su fin, Aharón empezó a engrasar sus tiros y reparar las llantas de sus carros, ya que iría al centro de la provincia y el trayecto sería largo.

En una de las rondas le pregunté por su familia y me contó que era de Juan J.Paso, un pueblo cercano a Trenque Lauquen, donde tenía una chacra que atendían sus hijos, pero que él no podía resistirse a la tentación de salir con sus carros y sus pingos a recorrer pampa y monte. Que seguramente con el tiempo dejaría de salir a “changuear”, pero que mientras le diera el cuerpo, saldría a recorrer campo y a sentir el sol en la cara y nada lo privaría de dormir “al sereno” entre las lanzas de su carro, mientras las estrellas velaran su sueño.

El día en que decidió partir, vino a verme a la tardecita y me comunicó que al amanecer siguiente él ya no estaría, yo contuve las lágrimas pero no dije nada, estábamos solos frente al viejo molino que seguía impasible con su rueda girando rechinante; Aharón, que había sido muy amigo de mi padre, no me comentaba acerca de él.

Pero esa tarde, antes de marcharse y para mi sorpresa, me preguntó si sabía decir Kadish y ante mi respuesta afirmativa, me puso su brazo en el hombro y mirando al sol que cansado se estaba ocultando, me hizo repetir junto a él la oración por los difuntos que no pude terminar, embargado por el llanto por mi padre y por este amigo fiel, de pocas palabras, que le rendía su homenaje mirando al sol languideciente.

Aharón querido, gracias por tu homenaje tan viril y sentido, gracias por tu ejemplo y por tu vida; sé que el progreso sepultó tu oficio y las viejas

chatas estarán cubiertas por la arena que el viento acumula contra sus inmóviles ruedas. No supe más de tu vida ni te he vuelto a ver, pero cada vez que miro las nubes, pienso que quizá traerán lluvia, ésta será sembradío, las siembras serán cosecha y alegría y en ese momento, puede que divise la polvareda de los carros impulsados por vigorosos pecherones, cuyas riendas sostienen con destreza, las nobles manos de mi amigo, “el pampa Aharón”